—Quiero saber el porqué de tus calificaciones. No tienes que trabajar en ninguna granja humana. Tampoco debes limpiar el Lago Karachay, en Rusia, como tu difunto primo Arturo. El pobre murió por la exposición a 120 millones de curies de radioactividad.
—Mamá, tengo un promedio de 9.8, hablo seis idiomas, pero estoy cansada. ¿De qué sirve trabajar en los adelantos tecnológicos si gente como mi primo muere a diario por limpiar vórtices de basura?
—Es cierto, la tasa de mortalidad se incrementó, y eso es bueno porque la tasa de natalidad excede las cifras de… bueno no sé, pero surgían más personas de las que sucumbían.
—¿Por eso mandan a gente con un IQ igual al término medio a extraer y trabajar en el procesamiento de cadmio y plomo? Dime ¿cuánta gente inteligente puede nacer con las deficiencias alimenticias que tenemos y con la exposición a químicos?
—No sé, no soy la perspicaz de la familia. Necesitamos un 10 de calificación, que aprendas más idiomas y que entregues propuestas para erradicar enfermedades o limpiar el ambiente.
—Esperan mucho de mí y me presionan a través de ti. Esa necesidad tuya de tener una hija perfecta para que no te lleven a una granja humana y te utilicen como alimento se vuelve estresante. Siempre pensé que la empática eras tú, pero me utilizas para que no te maten.
—María, no pienses en eso, por favor.
—“Tienes que estudiar”. Madre, he estudiado desde antes de nacer. ¿Recuerdas? Desde que nací estuve en clases de estimulación temprana, luego música, danza, lectura. Nunca jugué.
—Nadie aquí lo hace. Mientras tú retozabas, tus hermanos eran utilizados para experimentar en ellos y saber hasta cuántos niveles de radiación pueden ser eliminados del cuerpo con la dosis correcta… de… cómo se llama.
—Nunca dijiste te quiero, nunca te preocupaste por mí, nunca me amaste. Tus expectativas eran altas y las mías tan bajas y simples como escucharte decir: te amo.
—Hija, van a venir por mí y será muy tarde. ¡Demonios, estudia!
—Pues ya llegaron y no seré yo a quien castiguen. Lamento no cumplir con tus expectativas y que ahora te lleven al matadero o al limpiar un lago contaminado. En realidad, no lo clamo, me da igual si agonizas en una hora o en dos. Para ti, para la humanidad, las muertes y nacimientos son índices y boletos a una vida menos dura.
“Cuando entres a la granja y veas a todas esas personas amarradas, retorciéndose a cada inyección para hacerlas más inteligentes, cuando saquen baba, traben los ojos, tensen el cuerpo, desearás que te envíen en esas cápsulas donde meten a gente como mi primo y los mandan a la Tierra a limpiar y a medir los niveles de toxicidad”.
—Lo siento. Siempre te amé, María. Y si no estudias, vendrán por ti y quién sabe si sobrevivas. También lo hicieron con tu primo y ya sabes su fin.
Por Karla Barajas
Karla Barajas. Publicó Neurosis de los bichos (Colección Minitauro, La Tinta del Silencio, 2017), Esta es mi naturaleza (Editorial Surdavoz, 2018), Cuentos desde la Ceiba (Colección Bocanada, La Tinta del Silencio, 2019).
Ha publicado en diversas antologías nacionales e internacionales, entre ellas: VV.AA (2020) Mosaico. Sobre discapacidad. Coordinadores Adriana Rodríguez y Homero Carvalho, Parafernalia Ediciones. Colabora con el programa Gente de Pocas Palabras. Es miembro Fundadora de la Red de Escritoras de Microficción y durante el 2020 Y 2021 formó parte del área de comunicación y difusión de la red. Desde el 2020, junto con Eliana Soza Martínez, realiza las cápsulas “Conoce a nuestras autoras REM”.
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