Recuerdo muy bien el incidente. Fue una tarde de septiembre. HabÃamos acordado con papá, mamá y mis hermanos salir a jugar. La idea habÃa sido mÃa, sin saber que después me arrepentirÃa de por vida.
—Papá, ¿podemos ir en familia a pasear a la plaza? —dije ilusionada y decidida.
Vi que él lo pensó un momento y, dejando sus papeles a un lado, me respondió con una sonrisa.
—Por supuesto, princesa. —dijo abrazándome y llenándome la cara de besos—. Pero antes déjame convencer a tu mamá para que no le interrumpa en su trabajo.
Me puse muy feliz al ver que papá apoyaba mi idea. De tanta emoción alisté mi ropa para la tarde y les conté la idea a mis hermanos, obligándolos a bañarse para que mis padres no se echaran para atrás con la idea, ¡y funcionó! Salimos a las 5:00 p.m. hacia la plaza de Armas, ubicada en el Jirón Putumayo 253, en el centro de la ciudad de Iquitos. A su alrededor habÃa restaurantes, bancos, hoteles y también la Iglesia Matriz. A los costados, árboles y bancas invitaban a las personas a sentarse a conversar. También habÃa una pileta de agua.
—Por fin llegamos a tu destino, LucÃa. —Dijo papá mirándome.
—Gracias, papá. —Lo abracé y lo primero que hice fue correr para sentir el aire en mi cara.
—Hermana, no vayas tan lejos. —Me dijo Lay, mi hermana mayor.
—¡Hay que disfrutar del momento! —Les grité sin parar de dar vueltas.
—Pareces un trompo, Lu. —Dijo mi hermano menor, Sebastián, corriendo para atraparme.
Sin querer, tropecé con él y, aprovechando que era pequeño, lo llené de besos en la carita. Vi que él renegaba un poco.
—Ya no soy un bebé para que me hagas eso, Lu, ya soy grande.
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Me reà al escucharlo porque solo tenÃa 9 años y ya hablaba como un viejito. Después de reÃrnos tanto, les propuse un juego del que me arrepentirÃa.
—Vamos a jugar a las escondidas. Yo contaré hasta 100 y ustedes tendrán que esconderse.
—Está bien, Lu. —Dijeron ambos.
Mientras contaba, ellos se escondieron. Al terminar, comencé a buscar. Vi a papá y mamá sentados en la banca, con expresiones preocupadas, pero no les di importancia y busqué a mis hermanos. Encontré a mi hermana detrás de un árbol y la tomé de la mano para buscar a Sebastián. Y vimos que no estaba en ningún lado. Nos asustamos tanto que vi a Lay buscar a papá y mamá para decirles que él no estaba por ningún lado. Yo, siendo muy testaruda, seguà buscando. Corrà por todas las veredas para hallarlo y lo vi subiendo a un auto, con un señor de camisa verde. Corrà para atraparlo, solo querÃa que me devolvieran a mi hermano y olvidarme de llamar a mis padres. Vi que el carro arrancaba y grité para que me escuchara.
—¡Sebastián!
Mi hermano me escuchó y se volteó, con los ojos llorosos. Vi que el señor sacó un arma y, sin miedo alguno, disparó hacia atrás mientras yo trataba de alcanzar el auto.
—¡Oficial Lu, despierta! ¡No es hora de dormir! —Dijo mi compañero Tadeo al ver que me habÃa quedado dormida.
—Disculpa, no me habÃa dado cuenta de que me quedé dormida mientras leÃa los documentos. —RespondÃ, avergonzada. Siempre que dormÃa, recordaba la desaparición de mi hermano, tratando de encontrar alguna pista de su secuestrador.
—No importa. —Contestó, indulgente—. Solo no vuelvas a hacerlo o tendrás problemas con el superior.
Sonreà al escucharlo, me calmó un poco. Revisé la hora en mi teléfono para organizar mi tiempo en el trabajo.
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Eran la 1 p.m. IntentarÃa acabar mi papeleo para la 1:50 p.m., para ir a casa y comer con mi familia. Pero algo inesperado sucedió.
—Oficial LucÃa, tenemos un caso de secuestro infantil.
Con solo escuchar esas dos palabras, se me heló la sangre. Por un momento, mi mente regresó al pasado, al momento en que perdà a mi hermano. Mi compañero, al verme pálida, trajo un vaso de agua y una pastilla para calmarme. Al recuperar la conciencia, leà el caso con cuidado.
Hoy, 2 de diciembre de 2023, a las 1:52 p.m., Rafael Aguirre, un niño de 6 años, fue secuestrado al salir del colegio. Según el testimonio de la madre, Dora Valcárcel, sus declaraciones fueron: "Yo todos los dÃas le digo a mi hijito Rafael que me espere adentro del colegio, porque él sabe que yo trabajo como maestra de reforzamiento y siempre salgo un poco tarde. Siempre es obediente y nunca he tenido problemas. Al llegar a las 1:30 p.m., lo busqué por todos lados y no estaba. Los maestros lo buscaron y preguntaron a los de su salón, pero solo encontraron su casaca".
Con solo ver la foto del niño, me dije a mà misma: "No voy a dejar que ese maldito secuestrador te haga daño, no acabarás como Sebas. Te voy a encontrar, Rafael". Ese mismo dÃa, en la ComisarÃa PNP Iquitos - Loreto, que se encuentra ubicada frente a la NotarÃa Florentino, en Morona #120, activamos la denuncia de secuestro infantil y comenzamos a buscarlo en toda la ciudad.
—Rafaelito, la única vez que lo vi estaba aquà sentadito. De ahà no sé más. —Dijo una profesora que lo conocÃa.
—Yo solo ayudé a cargar sus libros antes de que desapareciera. —Dijo uno de sus amiguitos, llorando al enterarse de su desaparición.
—Teodoro, el más travieso del salón, lo hizo salir para comprar carritos de juguete afuera, hasta que lo vino a llevar su mamá y lo dejó solo. —Mencionó una niña de su salón que los vio por última vez.
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Al ver que esto podÃa llevar horas, solicitamos al colegio que nos mostrara las cámaras de seguridad. Allà vimos cómo ocurrieron las cosas. El niño salió por presión de su compañero, sin malas intenciones, a comprar carritos de juguete en los puestos de afuera. Al irse su compañero, él se quedó perdido sin saber qué hacer. Cuando intentó entrar al colegio, se acercó un hombre extraño. Era alto, de pelo canoso, gordo, con un reloj en la mano y una gabardina marrón. Vimos que le mostró una revista de dibujos y le hizo bromas a Rafael.
—Se ganó la confianza del pequeño con gran facilidad.
En la cámara también vimos un detalle interesante: cuando él le entregó un dulce al niño, notamos que este se tambaleó un poco y el hombre lo llevó cargando. Un carro negro, conducido por otra persona, llegó y le abrió la puerta para llevárselo.
—Por lo que veo, este señor atrae a los niños con revistas y dibujos para luego dormirlos con esos dulces.
Con estas pruebas, revisamos el número de placa del vehÃculo y logramos hallarlo en una gasolinera. El señor nos explicó que los dos individuos se fueron, abandonando el coche al pincharse la llanta al chocar con un niño, tres dÃas antes. Examinamos el carro y encontramos un sombrero del hombre. Lo enviamos para análisis y el nombre de Jacobo Rivera, lÃder del grupo de trata infantil más grande de la ciudad de Iquitos, salió a la luz. Nos llevó una semana elaborar un plan para capturarlo.
—¡Al suelo todos! —Grité con el arma en la mano, entrando con más de 80 policÃas rodeando el lugar.
Vimos a un montón de hombres en el lugar y sacamos a los niños que estaban en los cuartos a punto de ser abusados de nuevo, incluyendo a Rafael. Ese dÃa lo entregamos a su mamá.
—Me alegro de que estés bien, cariño. —Dijo entre lágrimas la señora al verlo.
Solo con verlos, sentà que habÃa hecho algo bien. Que ya no era inútil por no haber salvado a mi hermano. Era la primera vez que me sentÃa libre del incidente. Ese fue mi momento de expiación, ya que no estaba en deuda con Sebas.
Por Cristina H
Es una escritora peruana que nació en la ciudad de Iquitos. Desde pequeña fue creativa. Es estudiante de FilosofÃa y psicopedagogÃa en la Universidad Nacional de la Amazonia Peruana (UNAP). Le gusta leer libros juveniles y clásicos. Hace reseñas de libros en sus redes sociales.