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Fragilidad del universo

Hoy empezó mi menstruación, la primera de mi vida.

Sí, justo hoy que el planeta Leucade se movió. Supongo que es una banal coincidencia a la que rebusco un significado o simbolismo relacionado con el acontecimiento. No creo que exista. Lo único certero es el insomnio, que se distrae observando como giro de un lado a otro en la cama.

Los dígitos del reloj resaltan en la penumbra de mi habitación. Dos horas de la madrugada con algunos minutos. El viento ondula las cortinas de la ventana. Me levanto y el sonido de mis pasos absorbe el silencio. Aspiro la atmósfera fría, vacía y silenciosa de la calle. El resplandor del cielo trata de ceder a la oscuridad de la noche.

“Imponente”. Podría emplear ese adjetivo para describir el firmamento: cielo despejado en el que resaltan el par de circunferencias brillantes; una es el satélite natural, a su lado: Leucade. Así nombraron al planeta que hace veinte años se dirigía a la tierra, pero se detuvo en el límite de la exosfera, aún más alejado de la luna. Antes del día de hoy no era tan perceptible, ahora su circunferencia es tan extensa que desde la tierra se ve casi del mismo tamaño que la luna llena. Hermosa dupla de brillantes círculos.

La aparición de aquel cuerpo celeste irrumpió la cotidianidad de las personas. Las primeras teorías indicaron que era un asteroide, pequeño, casi inofensivo. Con el transcurso de los días y con observaciones más precisas dictaminaron que se trataba de un planeta, de cuatro o cinco mil kilómetros de diámetro, que conforme avanzara en su recorrido hacia la atmósfera se iniciaría una estrategia para evitar el colapso. No avanzó más, se quedó inerte junto con la espera de la humanidad. Sin embargo, para muchas personas, como yo, que nacimos hace poco más de una década, la imagen del cielo con dos objetos brillantes no genera asombro, es parte del mundo ordinario que vemos cada día.

Según internet la distancia aproximada que existe entre la tierra y la luna es de 385,000 kilómetros. Sé que también habrá más respuestas: ¿por qué ese planeta se detuvo junto al nuestro?, ¿por qué no es afectado por la gravedad?, ¿y la órbita de la tierra? Sin embargo, no tengo interés en estas interrogantes. Lo único que importa es que hoy, que inicia mi periodo menstrual, el planeta Leucade retomó su desplazamiento, después de veinticuatro años.

Permanezco recargada en el marco de la ventana hasta que la luz del sol difumina poco a poco la imagen de los círculos brillantes en el cielo.

Durante el día, el timeline de las pantallas se encuentra ocupado por las noticias del movimiento de ese planeta. Soy ajena a esa preocupación, ¿qué importa?, si la magistral belleza del cielo se ha acrecentado. Es lamentable que los demás no lo aprecien. Desborda el miedo y las voces de alarmismo que los circunda, incluso escucho comentarios que refutan las declaraciones de que el acercamiento del planeta no representa peligro.

Mamá ordena que me bañe. Desde la tina contemplo el curvado menguante junto a la, mucho más amplia, esférica luz del planeta. Hasta el baño llega el grito de mamá, saldrá a una vigilia de oración. Son extrañas las maneras en que las personas aminoran el miedo que les produce alguna trastornación. El mío es escuchar una y otra vez “La gazza” de Rossini y comer todos los dulces de grenetina que encuentro en la alacena.

Despierto cuando unas escasas estrellas brillan en el cielo tornasol. El noticiero local menciona un suceso. Los oídos de los espectadores escuchan, pero es intrascendente. Sus ojos, y los del resto de la humanidad, duermen y despiertan sobre Leucade. Así que el hecho de que un hombre sea agredido, hasta dejarlo moribundo, por un par de mujeres en la estación del metro no es relevante. Sin embargo, el video del sujeto que llora y denuncia el acoso verbal que sufre de voz de una mujer, se viraliza. No es un acontecimiento aislado, cada día incrementan las cifras de hombres agredidos. Los comentarios explayan hacia la polaridad. Por una parte, los hombres denuncian la violencia física y verbal que padecen a diario. En el otro extremo, las mujeres celebran que, por fin, la piel masculina encarne lo que muchas han sufrido. Incluso yo.

Sucedió hace menos de un año. En una fiesta de una compañera a la que poco conocía. Sin embargo, la sonrisa de su hermano mayor me hizo sentir tan cómoda, que horas después seguí sus pasos hacía su habitación. Dijo que me mostraría su pecera, aunque no me deleito con observar un animal enclaustrado. Pero así terminé, acorralada, entre la pared y esa sonrisa encantadora que se pudría con su aliento fétido. Su lengua arremetió en mi boca, me liberé, no recuerdo cómo. Cuando volví a casa, aún llevaba su pestilente sabor en mis labios. Mamá no lo supo, no quise que el miedo que me invadió fuera motivo de preocupación. Luego ese miedo se acopló en las noches interrumpidas, en las que observar el esplendor de la luna y Leucade era lo único que reconfortó mi existencia.

Hoy los hombres protestaron en las calles. Mamá me prohibió salir del departamento. Veo parte de la protesta a través de la ventana, el resto en televisión. En el periódico hay una selección de fotos: “Luna y Leucade. Los mejores paisajes”. Al lado hay una nota de un hombre al que una mujer que conoció en internet le cercenó el pene. Los nutridos grupos de mujeres que bordean la protesta masculina celebran la atmósfera de temor que han impuesto a los hombres, ¿intencional o fortuita?

Me dirijo a la ventana de la sala. En el edificio de enfrente un gato juega con su equilibrio en la cornisa. Es noche de luna nueva y la escasa luz de esta acompaña al reflejo circular del planeta que, por el ocaso, intensifica su brillo. Abajo, la calle asemeja al cielo, aunque en lugar de estrellas, está cubierta de papeles y restos de consignas escritas. Veo a tres mujeres que persiguen un hombre. Corre de prisa, por un instante creo reconocer al joven de los peces y la sonrisa fétida. El sujeto levanta el rostro, un gemido ronco clama ayuda. Yo le grito que un pez no es una mascota práctica. Cierro la ventana y sus gritos de dolor quedan fuera del departamento.

Le pregunto a mamá si piensa que el planeta circundante tiene relación con el incremento de violencia de mujeres contra hombres. Ella responde que no, pero confía que el transcurso de los días calme la situación, como en la época de lluvias en que las nubes espesas y grises permanecen varadas, pero el sol siempre encuentra el modo de retomar su lugar.

Transcurren muchos amaneceres y el planeta es impávido en el tiempo. Evoco el recuerdo de unas palabras: el caos es el origen del universo. La destrucción acontecida hace millones de años provocó el inicio de nuestra vida. Si el orden implica destrucción para enaltecer la existencia presente, ¿en qué derivará el caos de mujeres contra hombres? Otra pregunta más que no tendrá respuesta.

Muchos más cuestionamientos lógicos surgen mientras atestiguamos que la tranquilidad retorna a las calles y la violencia se vuelve cada vez más distante. La dualidad de sexos, hombres y mujeres aprenden a coexistir. Mamá es feliz, yo no quiero opacar su alegría diciéndole que tan sólo son prolongados y silenciosos minutos que anteceden a la tormenta, al caos.

En la madrugada, la luz del planeta Leucade incrementó tanto que parecía que el amanecer arribó a mitad de la noche. El fin es inevitable. Ese planeta se aproxima, sin preámbulos ni avisos, sin tiempo para planes de emergencia. Tan sólo breves minutos para despedidas. Mamá quiere que permanezcamos juntas, yo no.

Bajo las escaleras en dirección a la calle. La serenidad de llegar a este fin no premeditado colma mi pecho. La luz se expande ante ese enorme cuerpo celeste, visto de cerca es majestuoso. La gente cierra sus ojos. Yo extiendo mis brazos, añoro el ácido recuerdo de los dulces de grenetina disolviéndose en mi boca. Pienso en la ironía de que todo acaba cuando la sociedad había retomado el orden. Quizá este es nuestro destino verdadero, aprender a vivir para morir.

Leucade impacta, destruye.

Todos somos minúsculos trozos de materia que por fin retornamos al universo.

 

Por Liana Pacheco

Liliana Esperanza Ruiz Pacheco (Oaxaca, 1986). Escribe bajo el seudónimo de Liana Pacheco. En 2018 fue seleccionada para el taller de Novela Corta de Editorial Almadía. Ha publicado en diarios locales y revistas literarias. En octubre de 2019, autopublicó una selección de sus mejores cuentos en un libro de corte artesanal, presentado en la 39 Feria Internacional del Libro de Oaxaca. En noviembre del año 2020 obtuvo el premio estatal Parajes que brinda la Secretaría de Cultura del Estado de Oaxaca en la categoría de cuento con la antología “Dualidad de caos”.


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