(Retazos recuperados de un diario)
Diciembre, día desconocido de invierno:. Hoy la recordé. Aunque no entiendo con que razón. La conocí un día cualquiera, justo al despertar tras una noche intranquila, y en cuanto la vi extendí mi mano sobre la gélida superficie de la nieve, a la espera de sentir el calor de su abrigo. Era absurdo, lo sé, pero lo necesitaba. Hacía días que no probaba bocado, y aunque antes solía pensar que no podía haber peor destino que la muerte, ya no es algo que me importe y menos en dicha situación. Morir de aquella forma habría sido lo más lógico… o al menos, eso es lo que pienso ahora.
Nací en Bucarest, una ciudad siempre envuelta en ese frío gris que congela hasta el alma. Ahora que lo pienso todo en mi vida siempre fue gris. Mi madre era una prostituta, y de mi padre no sé ni su nombre. Desde que tengo uso de razón, he vagado por las calles de dicha ciudad. No sé cómo aprendí a escribir, tal vez alguien me enseñó, o quizás fue la necesidad de que mi mente escapara de la realidad que me envolvía. De aquellos días no guardo recuerdos amables, solo el frío y el hambre. Pero nunca, ni en los rincones más oscuros de esas calles, había sentido tanto miedo como ahora. Aquí, en estas instalaciones, donde todo parece comprimido y sofocante, es peor. Las habitaciones son estrechas, tanto que me ahogan. Y aunque no falta el alimento, pareciera que siempre comiéramos lo mismo, además los pasillos interminables de este lugar me recuerdan a una prisión. El olor a antiséptico lo impregna todo, un aroma que me revuelve el estómago, que siento sobre mi piel, como si fuera parte de mí. Se supone que esto es un nosocomio, pero nos pinchan, nos observan como si fuéramos ratas de laboratorio, y parecen hablar siempre entre murmullos que no alcanzamos a entender. Y Nicoleta… siempre trata de hacernos reír, al imitar sus pasos, alzar la nariz, como si esos hombres en sus batas blancas fueran parte de una farsa o un invento. Algo que no deberíamos de ver fuera de estas paredes. Pero incluso en esos momentos de burla, el miedo no desaparece. Está aquí, pegado a los muros, incrustado en cada rincón de este lugar. No soy alguien elocuente, ni pretendo serlo. Lydia dice que escribir es inútil si no tienes la capacidad para hacerlo con decencia. Pero si plasmo estas palabras aquí, tal vez quede un registro, una prueba de que, fuera lo que fuera que nos hacen o planean hacer, no quede olvidado.
Febrero, una noche fría:. Hoy, en el desayuno, Nicoleta dijo que se llevaron a Eleonore. Fue de madrugada, eso lo sé, pero ya pasa de la medianoche y Lydia dice que aún no ha vuelto. Pronto vendrán a decirnos que apaguemos las luces, pero todo está en silencio. Eleonore era… rara... Siempre nos trataba de convencer que era una aristócrata francesa, desaparecida hace más de diez años. Decían que tenía lazos con el ocultismo, o al menos eso se rumoreaba según Nicoleta. Anja siempre contaba que la escuchaba llorar por las noches, mientras suplicaba por su bebé. Esa imagen de ella, rota, pidiendo algo que nunca llegó, parece perseguirme esta noche. Aunque era inofensiva, intentaba darles órdenes a ellos, como si fueran sus sirvientes. Imagínese. Por eso siempre la castigaban. Y a menudo escuchaba sus gritos antes de cerrar los ojos para dormir, pero nunca lograron doblegarla. No como a otras. A veces creo que es mejor ignorarlos y hacer lo que nos ordenan. No quiero terminar como Eleonore, y a estas alturas es casi seguro que no la veremos mañana para la hora de la comida. Nadie vuelve una vez que se la llevan. Nunca.
Últimamente, también he tenido sueños extraños. En ellos, esos hombres me tocan, susurran entre ellos y me felicitan por algo que no logro comprender. No puedo moverme. Estoy atrapada en mi cuerpo, inmóvil, pero puedo olerlo. Es parecido a la sangre, denso y penetrante en mis cosas nasales. Y peor aún, el hedor de la gangrena, como si algo en mí estuviera podrido. No sé si son solo pesadillas o si, en algún momento, esas imágenes son reales. Tal vez un día, como Eleonore, me lleven también, y seré solo un recuerdo que se desvanece para la hora de la cena.
Abril, algún día perdido en el tiempo:. La semana pasada se llevaron a Esmeralda, y no volvió. Nunca la escuché hablar en rumano, creo que no sabía, y siempre escupía improperios en español. A veces Nicoleta me los traducía, entre risas ahogadas. Tenerla como compañera de habitación es útil. Habla tantos idiomas que me ayuda a entender a las demás. A veces me pregunto de dónde ha aprendido tanto y porque se encuentra aquí. Historia, geografía, cosas que no deberían ser importantes justo ahora, pero que de su boca me parecen fascinantes. Nunca me atrevo a preguntarle sobre su pasado. Hay algo en sus ojos, una tristeza profunda que me parte el corazón. Tan al borde del llanto que casi puedo sentir el dolor que esconden tras de si. Y ese color… tan verde como la piedra que le daba nombre a la chica que ahora no está. Hoy, esos ojos me recordaron a Esmeralda.
Odio esperar. El tiempo se vuelve espeso y los recuerdos me asfixian. No quiero pensar en las chicas que no regresan, ni en Nicoleta. Pero es imposible. Sus mejillas sonrosadas, sus labios carnosos, esa voz suave que parece susurrar mi nombre en el aire. Me muero por besarla, aunque sé que está mal. O tal vez, creo que en el fondo no me importa, está bien para mí. Nunca me atrajeron los hombres de todos modos. No es un desvío si nunca hubo otro camino, ¿verdad?
Hoy toca revisión, y odio que me toquen. Especialmente el doctor Heim. Siempre me mira con esa lascivia que me hace desear arrancarme la piel de cuajo. Me toca más de lo necesario, lo llama “estudios profundos”. Qué asco. Pero me obligo a pensar en Nicoleta mientras lo hace, sus labios, su risa… me concentro en eso para no gritar. No me quejo. Es mejor así, ellos nos tienen en sus manos y lo saben. Pues, ha pasado tiempo, pero aún puedo escuchar a Eleonore llorar, como si su lamento se hubiera quedado atrapado en estos muros. Y también puedo oír a Esmeralda lanzar maldiciones al azar, como si su voz aún resonara en la oscuridad de mi habitación. Me pregunto por qué siento este frío en mi interior cuando pienso en ellas. Es un frío que nunca se va. Los sueños raros siguen, y ahora el antiséptico de este lugar huele diferente, como si estuviera mezclado con sangre e infección. Como aquel vagabundo en Piata Unirii, cuando vivía con mi madre en el burdel. Su pierna estaba negra, infestada de gusanos y pus. Vomité ese día. Y quiero vomitar ahora también.
Diciembre, madrugada helada:. Creo que Nicoleta estuvo en mi cama anoche. Pero hoy ya no está. Al igual que Anja, Elizabeth, Esmeralda, Lydia, Louise, Luz y Camille. Me invade el silencio, pero puedo sentir sus miradas. Ellos siempre me observan. Puedo escuchar el llanto de Eleonore en algún rincón de mi mente, pero ya no importa. Pronto me llevarán a mí también. Lo sé. Esta habitación es tan blanca, tan impoluta… tan vacía. Las paredes parecen tragarse el sonido. Pero anoche, todo tuvo una razón de ser. Sus besos… aún los siento en mis labios. Mojados, dulces, tan profundos que casi me hicieron olvidar en dónde estamos. Nicoleta… me dijo que todo estaría bien, que al final estaríamos juntas. Y por un momento, me lo creí. Su boca, sus manos al recorrer mi piel, su lengua al deslizarse sobre mi vientre. Me aferré a cada segundo. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás, veinte, cien veces más , repetirlo hasta que el mundo se desmorone sobre nuestras cabezas. Pero hoy no está. Y sé que no volveré a verla. La odio por mentirme. La odio por lo que hicimos, por dejarme sola. Estoy llorando. Quiero morir, quiero desaparecer. No soporto más esas miradas, ese juicio silencioso. Solo quiero olerla de nuevo, y que su aroma a manzanilla se lleve el hedor a putrefacción, el cual nunca desaparece. Ese olor que hace que me calme tras las pesadillas.
Ya pasa de la medianoche. Pronto vendrán a decir que apague las luces, pero no pienso dormir. No quiero despertar y descubrir que mi pesadilla es real. No sé qué pasará con este diario. Lo he mantenido oculto, pero tal vez nadie lo lea jamás. A veces siento que escribir es inútil, como decía Lydia. Pero Nicoleta… ella siempre me animó a hacerlo. Sin ella, esta habitación se siente aún más estrecha. Creo que estamos cerca del invierno... uno más. Tal vez el último…
Por Bruna Radija K. Bermudes "Little Bunny"
Escritora brasilera, quien vive en Santa Cruz, Bolivia. Su amor hacia la literatura comenzó a una edad temprana, cuando todavía desconocía el idioma hispano. Hace dos años, de manera sorpresiva, esta joven autora ha visto su carrera literaria— que ya veía frustrada hacía unos cuantos años— iniciada a raíz de su debut literario en la revista digital radicada en España:. “Tiempo de Poesía” con su poema titulado “Palabras”, dicha publicación la llevó a gozar de cierto reconocimiento mediático gracias al periódico Panorama Cultural y la revista Diafanís. . Tras ello ha sido publicada en sellos como Anacronías, NinfaEco, Cósmica Fanzine y Verso Inefable, en el último, además de figurar en varias antologías, es creadora de contenido para su página y tiene una columna semanal conocida como Rincón Otaku. También ha sido parte de varias publicaciones en revistas como El creacionista y Revista Iguales. Cuentos como “Ojos verdes en la oscuridad”, “Mi querida Elizabeth”, “Hermanito y hermanita”, “El último deseo de Camille” y “La princesa y la luna”, también poemas como “2016 y una navidad que no puedo olvidar”, “Deseo de solo sentir” y “Si fuera a irme”, marcan un antes y después en su trayectoria como autora y son muestras de su crecimiento y avance constante ante la única meta de cumplir sus sueños.
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