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Foto del escritorcosmicafanzine

Habitación 215

Un buen café solo puede ser así de amargo, me gusta cómo me hace estar más despierto no lo bebo para otra cosa, ni por su sabor, ni por su aroma, perdí ambos sentidos por culpa de un virus demoniaco, solo puedo distinguir lo amargo y este es bastante amargo.

Se pueden oír los gritos por entre estas agrietadas paredes, gritos de almas despojos que navegan por fuera de los cuerdos. Hace poco vine de trapear rastros de bilis dejado por uno de los huéspedes de otra dimensión que habita este sanatorio; en la habitación 215 dos pisos sobre nosotros. Les voy a contar la historia acerca de este hombre, según las partes que reposan en su archivo en la oficina del director. A veces se me escapa un ojito o dos entre esas páginas de miserables, locas y pobres diablos. Este Fernando Morocho de treinta y seis, delgado, de estatura promedio o quizás algo por debajo resultó ser un individuo por demás peculiar. La gente lo veía siempre dando paseos nocturnos por las calles, también mencionaron que en un par de ocasiones habían visto salir de su casa a una mujer apenas más alta que el promedio, de cabello castaño y esbelta; con tacos de punta y medias Nylon o a veces licras lo cual coincidía con la descripción de Marina Rojas e incluso de cómo solía vestir; por otro lado, un tema que quedó suelto pero avivó inquietudes es que otras tres mujeres compartían esas características, todas ellas desaparecidas en diferentes años anteriores al caso de la veinteañera aspirante a veterinaria. Marina era procedente del cantón Peralta en la sierra ecuatoriana, estudiante en la Universidad de La Cofradía en la capital de la provincia, un cantón más citadino y cosmopolita, que a pesar de eso no dejaba de ser un pueblo con mayor territorio y mayores desigualdades. 

De pronto un día dejaron de verla. Dada la personalidad afable, además de muy sociable de la muchacha, algunos supusieron que habría ido a donde alguna amiga o quizás tuviese un novio que no se le conocía. Así que nadie alertó nada.

Casi al mismo tiempo Fernando Morocho puso una serie de denuncias en fiscalía aseverando siempre que había “sujetos morbosos” acosando a su novia, que ella no quería declarar en persona por miedo a represalias. Sin embargo, Fernando no siguió el proceso en ninguna de las tres ocasiones que se acercó a las oficinas. Fue Martín Ramírez quien también fuera hasta la Fiscalía manifestando qué: Fernando Morocho lo había agredido verbalmente y amenazado de muerte afuera de un bar en donde lo esperaba en la salida, recriminándole que estuviese viendo a Marina. Según su declaración, Martín sí conocía a Marina Rojas, quien era oriunda de su mismo pueblo, pero hace varios días no sabía de su paradero.

—¡En dónde está mi novia! ¿Quién le hizo tal atrocidad? Gritaba Fernando, cuando lo detuvieron. Entre sus cosas estaba una peluca castaña, ropa de mujer y varios pares de medias y licras con distintos tonos. En un patio con varias carcasas de hierro y enseres oxidados, en una bodega de ladrillo y vigas detrás de la casa de la abuela de Fernando estaba Marina, cortada en ocho partes, en ocho contenedores de aluminio, como faenada para la voracidad de hambres malditas. 

Arriba en la habitación 215 el delirante perturbado no deja de gritar desesperado. 

—¡Malditos perros! ¡¿Quién despedazó a mi novia?!

 

Por Jonathan Calva

(Loja, Ecuador)

Artista escénico, audiovisual y literario. Ha trabajado en varios proyectos teatrales independientes como actor, director y dramaturgo, Es guionista del comic EDELINE ganador del fondo concursable de artes literarias y narrativas del Ministerio de Cultura del Ecuador en 2015. Sus cuentos han sido seleccionados en varias antologías internacionales como son: “Encuentro Infame” de la editorial mexicana “Letras negras” con su relato “Calamar tiene hambre”; “Latidos del sur volumen II” de la editorial colombiana “Mítico” entre otras. 

El estilo de Jonathan está muy arraigado a su experiencia de convivencia en comunidades rurales en donde ha realizado labores de interculturalidad.


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