top of page

Hongos

Foto del escritor: cosmicafanzinecosmicafanzine

Actualizado: 28 feb 2024

Por la ventanilla es la oscuridad. Solo unos instantes de negrura y luego aparece el círculo partido en dos. Una mitad es negra aunque no tan oscura como el entorno que la rodea. La otra es una mezcla de brochazos blancos, verdes, amarillos y azules. Por aquí y por allá se perciben espirales cuyos bordes externos son nubosos y que luego mezclan los colores antes de llegar al borde del ojo central.

Vuelve la oscuridad.

—¡Mireya, regresa a tu lugar! —dice con preocupación la mujer de pelo blanco que está sentada unos metros más adelante. El resto del casi centenar de asientos está libre. La niña sigue observando el exterior, flotando sin esfuerzo. La mujer toma del aire la bolsa que está a su lado, sorbe un poco del contenido verde y vuelve a suspirar—. Mireya, ¡vuelve aquí o le diré al robot feo que vaya por ti y te lleve!

La niña suelta un gritito de susto, más en burla que de temor, se apoya contra la ventanilla para impulsarse de vuelta. A medio viaje gira sobre sí misma y usa paredes como los demás asientos para tomar dirección. En una acrobacia final, da otra vuelta y aterriza sentada en su lugar.

—Mamá, ¿y los hongos que se verían? —pregunta mientras deja que la mujer le abroche los cinturones.

—¿Cuáles hongos, Mriya?

—La maestra Noemí nos contó que pronto la superficie se llenaría de enormes destellos y hongos. Que sería el final, que solo los que están lejos vivirán. Bueno… también los que van rumbo a la Luna y estrellas.

—Suena muy raro eso, ¿no crees Mriya?

—Lo dijo y lloraba. No escuché todo —continúa Mireya después de hacer un mohín con los labios— porque fue cuando llegaste a la escuela. No me gustó que me sacaras. No pude hablar con Pablito de su cumpleaños… y creo que no regresaremos, ¿o si?

La niña calla cuando resuena por los altavoces:

Muy buenas tardes, les habla Robert Dupré, su capitán. Nos mantenemos en espera de que autoricen que atraquemos con la Ares E. Somos la tercera nave en lista de espera, detrás tenemos más de seten... ¡Mon Dieu!

—¡Mamá, ¿por qué papá se calló?

La mujer no le responde y con apresurados gestos activa el holograficador que está frente a ella. Desplaza los canales uno tras otro. Presentadores como reporteros hablan en multitud de idiomas, pero de fondo muestran diversas perspectivas de la superficie. Hay estallidos muy luminosos de diversos tamaños. Luego se levanta una bola de fuego rodeada de nubes que se disipa y se vuelve un hongo de polvo que se eleva a enorme altura. A su alrededor, avanza una ola circular que barre con las nubes, levanta más polvo y deja incendios por detrás.

Minutos después, varios estallidos ocurren muy por encima de la superficie donde se aprecian esferas casi perfectas de fuego. Cuando ocurre una muy grande sobre la línea de la noche y el día, la mujer empieza a sollozar.

—¡Mamá! ¿Estás bien? ¿Qué es lo que pasa? ¿Es por los hongos?

Lo siento, la Ares enciende los motores, temen que la ataquen. Intentaré llegar a ella así que deben sujetarse con fuerza. Las amo.

Mireya siente cuando una enorme mano la empuja y aprieta contra su asiento. Le cuesta respirar, incluso girar la cabeza. Apenas puede mover los brazos que desliza lentamente por el asiento. No lo logra y pierde el conocimiento.


La porción visible cubre una tercera parte del horizonte y casi una cuarta parte de la bóveda celeste. Difuminadas en tonos ocres se alcanzan a ver las bandas sobre su superficie. De forma oblicua, en un arco que cubre casi toda la vista, está el grupo de anillos que rodea al planeta.

—Mriya, te busca la jefa —suena una voz muy familiar por el auricular—. No andas paseando, ¿verdad? No sé para qué te pregunto. Después de cinco años viviendo en este lugar, ¿no estás cansada de lo mismo? Saturno, sus anillos y sus lunas. No importa, más vale que regreses.

Antes de dar la vuelta y retornar tres kilómetros a la base más reciente en el ecuador de Titán, Mireya se permite un último vistazo. Apenas es consciente del sonido de su respiración, aunque desearía retirarse el casco y el traje para sentir, vivir lo que sus ojos presencian. Con cuidado inicia su andar y poco a poco acelera jugando con la baja gravedad.

Al llegar al perímetro donde están las cámaras y los sensores disminuye la velocidad para ajustarse a la forma oficial de operar en el exterior. Con cuidado, camina dando pequeños saltos. A pesar de vivir varios años en la superficie de Marte, Luna y Europa, prefiere siempre la libertad de la gravedad cero de las estaciones espaciales como de las naves que van y vienen.

Tras quitarse el traje y acomodarlo echa un vistazo por la ventanilla interna. La sala de herramientas y equipo planetario está inusualmente vacía. Deanna, la jefa, está sentada cabizbaja en un banquillo y las manos cruzadas en la parte posterior de su cuello. Mireya siente el estómago revuelto, debe ser algo muy grave como para que la estén esperando allí y no en la oficina donde más de una vez le han llamado la atención. Activa el proceso de igualación de presión, espera a que se abra la puerta y, decidida a lo que sea, avanza.

Deanna ya está de pie. La mira con un gesto muy diferente a la dureza que refleja todos los días. Tiene asignada la misión de conducir a más de cien colaboradores en la creación de los cimientos de la que será la tercera ciudad en Titán. Mireya, aunque solitaria y algo rebelde, es quien encabeza los trabajos en bioquímica que buscan transformar el metano y otras substancias tóxicas en unas que sean compatibles con lo terrestre.

—Doctora Dupré —empieza a decir Deanna con el título formal que Mireya detesta—, lamento ser quien le comunique esto. Su madre solicitó eutanasia horas atrás en Xīn shìjiè. Estamos recibiendo un video que grabó con su última voluntad. Mis profundas condolencias y, por favor, dígame cómo podemos apoyarla.

Mireya no contesta. Sigue su camino y se interna rumbo a donde se encuentra la cama que tiene asignada en el dormitorio. Cada litera tiene tres niveles y la suya está en una esquina. Ocupa el colchón en el último nivel, cerca del techo. Se recuesta y trata de conciliar el sueño. El mensaje tardará horas en terminar de llegar.


Amada Mriya, el dolor es atroz y ningún analgésico lo disminuye. Los dos últimos años he vivido atontada y sin poder dedicar tiempo suficiente a mi trabajo. No es mi deseo seguir atada a una silla de ruedas ni a una cama lo que me queda de vida.

Desconozco si algún día me perdonarás por correr contigo al exterior tras el choque en la plataforma de arribo. Aún con el cuerpo destrozado, he amado mis cicatrices, poco en comparación por lo que Robert hizo por darnos… por darte una oportunidad.

Quizás no lo recuerdes, pero lamento no poder cumplir con el viaje a nuestro planeta natal, un viaje que te prometimos de pequeña. Tú, como hija de las primeras generaciones en el espacio, no conociste la Tierra donde tu padre y yo nacimos, donde coincidimos.

Por eso quiero pedirte algo. Durante estos años en que te has alejado más y más seguí colaborando con la Yggdrasil Ansuz. Estará lista antes de una década para su viaje a Alpha Centauri. Creo que podrías ganar el lugar por tu cuenta sin problema, he seguido con orgullo tus investigaciones y tus publicaciones. Solo quiero dejar constancia que por mi trabajo con dicha nave tengo derecho a tomar o designar un lugar entre sus cien mil pasajeros.

Ojalá decidas irte en ella, y yo, en cierta forma, pueda acompañarte.

Mireya, recostada en su colchoneta, congeló la imagen de su madre antes de la despedida final. Tras algunos segundos cierra la imagen y le marca a la jefa.

—Comandante Deanna, hay algo que quiero pedirle.

—Claro, ¿qué necesitas?

—Bajar a la Tierra, en específico a la estación Xīn shìjiè.

—Sin problema, en cuanto llegue el próximo transporte de carga. Toma el tiempo que necesites.

Dos estrellas se ven con claridad. Una es amarilla y está acompañada por otra de color naranja. Detrás, algo lejana, está la tercera que es mucho más pequeña y que tiene un intenso tono rojizo. Por debajo se aprecia la circunferencia iluminada por la mezcla de luces de los soles más cercanos. La parte diurna presenta azules, verdes y cafés al igual que blancos que flotan sobre la superficie.

Para Mireya es familiar y extraña la geografía. Enciende los propulsores de su traje y se aleja del casco de la primera de varias Yggdrasil que arribarán en las siguientes décadas. Cuando considera que está a una distancia adecuada, se detiene.

Con la habilidad de años usando trajes toma con la mano derecha la base del frasco de metal sujeto a su pecho y desenrosca la tapa con la izquierda. Tras contemplar un poco más la superficie del planeta, traza con fuerza un arco de izquierda a derecha. Las cenizas de su madre salen proyectadas y se esparce lentamente.

—Esta vez, mamá, no habrá hongos en la superficie —murmura Mireya para sí.

 

Por Eduardo Omar Honey Escandón

(México, 1969)

Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer o segundo lugar como finalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.




Entradas recientes

Ver todo

Comments


Publicar: Blog2 Post

©2021 por Cósmica Fanzine. Creada con Wix.com

bottom of page