Sus ojos no se desprendían del pórtico de entrada. En ellos se ocultaban las ansias por verle cruzar para cumplir la promesa del encuentro, trayendo rosas blancas, sus favoritas. Le había susurrado esta promesa, mientras ella permanecía recostada como si durmiera. Así lo había oído con voz resquebrajada.
Sentada en el borde de una escalinata de piedra, al igual que todos los días a esa hora, se acomodaba su cabello castaño sosteniéndolo con unas pinzas para proseguir con sus ropas, retirando el polvo y pelusas que solían pegarse a su falda de cuadrille café.
Del bolsillo de su chaqueta corta, tomándolo con delicadeza entre sus dedos, sacó un par de aretes de plata con una piedra verde natural colgando. Bordeó sus formas, como si pudiese sentir aún todo el amor de la persona que le obsequió aquella joya. Las risas de unos niños que jugaban a metros de ella la sacaron del pequeño trance en que estaba sumergida. Entonces procedió a ponerse los aretes.
Las horas transcurrían y el sol declinaba. Los niños levantando la tierra del lugar, jugando con los objetos que encontraban, semejante a los días anteriores a su espera. A veces alguno se le acercaba a hablarle. Pero la mayor parte del tiempo su espera procedía en silencio. Fantaseando con el encuentro; pensando que él llevaría el traje color verde oliva y su cabello cobrizo engominado hacia el costado. Al verla, con sonrisas daría a entender que su espera terminaba. Ella interpretaría su mirar de ojos verdes como era su costumbre en esa comunicación sin palabras que era solo de ellos, tal los amantes, amigos y compañeros de siempre.
Unas flores de papel celeste rozaron su zapato de tacón. Las cogió jugando entre sus dedos, para volver al estado de contemplación. Las ansias siempre aumentaban al llegar el atardecer. Sentía su corazón agitarse al ir cambiando los tonos del cielo.
Al aparecer las primeras estrellas, asintió en una especie de resignación, aceptando el hecho que por el momento tan anhelado encuentro no tendría lugar, aunque abriendo la esperanza del mañana.
Las risas de los niños se transformaron en ecos lejanos. Pronto dormirían arropados entre telas blancas bordadas.
Rodeada de jarrones de vidrio con claveles de distintos colores, una corona de flores de papel cubría la lápida en que estaba su retrato fotográfico. ¡Cuánto deseaba encontrarse con él, su amado! Lo había prometido. Volverían a encontrarse.
El lugar se oscurecía lentamente. A lo lejos vio las primeras luces de la calle del pueblo, y desde su asiento de mármol su entorno fue perdiéndose en la oscuridad.
Por Alejandra Andrea Palacios Heredia
(Arica – Chile, 1979)
Escritora emergente, artista plástico y audiovisualista. Seleccionada dentro del ‘Catálogo de Artistas de Arica, 2017’- en el área Artes Visuales-, publicado por el Consejo Regional de la Cultura y las Artes de Arica y Parinacota.
Publica su primera novela de terror fantástico ‘Shuvanis, Diario de Alexandra’ (Editorial Digital,Santiago, 2017). Seleccionada en la revista digital peruana ‘Nictofilia N°4 – Dossier de poesía grotesca-‘de Editorial Cthulhu (2018). Seleccionada como escritor juvenil invitado para el libro antología ‘Es lo que somos’ del grupo literario cultural Rapsodas Fundacionales, Arica (2019). Crea y publica ‘Los Siete Pórticos’ (2019), un fanzine bimensual, a modo de promover el arte y literatura local. Seleccionada en la revista digital argentina ‘The Wax – Dossier de poesía-‘(2020).
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