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Ilusiones ópticas

Ismael no quería mirar por la ventana, pero se había prometido hacer lo posible para que su abuela estuviera mejor. Le debía haberlo rescatado del refugio, entrenado, alimentado y dado un nombre. El tatuaje de la oreja con el código 05647 le había dado la oportunidad de vivir en el mundo de los humanos y él se había convertido en el lazarillo que la llevaba hasta el jardín de rosas, su lugar favorito de la casa.

El muchacho levantó la mirada del suelo de la nave y empezó a mover la cola, emocionado de haber participado en El proyecto Oculus, así fuera en su fase beta. El piloto automático le avisó por el altavoz que estaban a punto de llegar al ojo de su abuela. Las orejas de Ismael se pusieron firmes y jadeó, conteniéndose aullar de felicidad. No habría más siestas al lado de la chimenea, ni paseos por la ciudad, tampoco aquel furtivo bocadillo de salchicha debajo de la mesa, ni una palmada en la cabeza antes de dormir.

El “aojizaje” de Ismael le permitiría ser los ojos de la abuela. Los obsoletos nervios ópticos de la mujer se conectarían a las nanocámaras de la nave diseñadas por El proyecto Oculus, con sede en El Salvador, en completa sincronía con la mirada de Ismael y le permitirían a la mujer volver a contemplar el mundo a través de su perspectiva.

El muchacho se estremeció en su asiento mientras la nave se estacionaba. Soltó su cinturón de seguridad y se levantó para admirar el panorama que le ofrecía la pupila de su abuela.

—Un pequeño paso para un perro, pero un gran salto para la humanidad.

Del otro lado del cristalino, como a través de una ventana convexa, Ismael pudo contemplar el quirófano de El proyecto Oculus y al oftalmólogo que mantenía humectados los globos oculares de la abuela. De golpe, una optometrista entró a la habitación, sostenía un florero.

—¿Ismael? —se oyó por el altavoz de la nave —Cuando termine la operación, estas rosas rojas van a ser lo primero que mire, ¿Las ves?

—Sí, y debo decir que en todos estos años la ciencia me ha decepcionado: puede hacer microscópicos viajes por el cuerpo humano y dotar a los animales de la conciencia necesaria para comunicarse con los humanos, pero es inútil para devolverle la vista a una ciega.

Dejó salir un gruñido y ladró:

—Y peor aún, ninguno de ustedes se cuestionó si es verdad que los perros no podemos distinguir el color rojo. Bonitas rosas grises. Fin del comunicado.

Todos en El proyecto Oculus, con sede en El salvador, dejaron correr un silencio, arrepintiéndose de no haber enviado a un muchacho águila, o en su defecto, haber aplazado el experimento hasta conseguir un joven camaleón.

 

Por Carmen Macedo Odilón

Escribe ensayos, relatos, cuentos y artículos feministas en antologías, revistas literarias, académicas y fanzines. “Ilusiones ópticas” es la historia del deseo y la desilusión de las buenas intenciones de quienes nos quieren.



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