Son las doce en punto. El camión está apunto de llegar, no puedo evitar sentir vértigo en el estómago. Sé que en cualquier momento, darás vuelta en la esquina, vas a aproximarte a la parada del camión y, si tengo suerte, te formarás junto a mí.
Miro con algo de desesperación la avenida, observo a los carros detenerse y seguir su camino, algunas personas ir y venir. De entre todo ello apareces tú. Advierto que buscas algo en tu mochila, te detienes un momento y finalmente te acercas a la fila. Mi corazón comienza a palpitar al compás de tus pasos, late tan fuerte que siento el palpitar en mi cabeza.
Me siento vulnerable. Agacho la mirada y busco pensar en otra cosa. Sé que si no llega alguien más te formarás justo detrás de mí. El aire comienza a impregnarse de tu perfume y cada vez el aroma es más fuerte. Cierro los ojos. El vértigo invade mi estómago. Me muerdo los labios. La tentación me gana. Miro de reojo. Estás junto a mí, no puedo evitar comenzar a jugar con mis uñas para intentar controlar mis emociones. Alzó la mirada y, con la mayor naturalidad que puedo, volteo a verte. Únicamente pienso en que te ves muy bien, te favorece la camisa negra y el pantalón de mezclilla. Por un momento me contemplas y esbozas una sonrisa, siento como se me sube el color al rostro. Vuelvo mi rostro hacia el frente.
Comienzo a imaginar ¿Cómo sería si ya nos conocieramos? Te hubiera recibido con el cumplido de que te ves muy bien. En respuesta creo que dirías algo sólo para devolverme el cumplido. Procuraría continuar con la conversación preguntando si descansaste bien o si estarás desocupado el fin de semana para ir comer.
En ese momento me tocas el hombro, regreso a la realidad, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Te miro con algo de temor. Tengo la sensación de que sabes qué era lo que estaba pensando. Sin embargo, sólo me haces una seña para que avance.
Abochornada me subo al camión. Me siento en la parte trasera del lado derecho. Recargo mi cabeza en la ventana y cierro los ojos. Siento como alguien se acomoda junto a mi. Volteó, eres tú. Un sudor frío recorre mi piel. Acomodas la mochila en tus piernas y sacas cuidadosamente un libro, la pasta dice “La mujer rota” Simone de Beauvoir. Me siento sorprendida, abro rápidamente mi bolso y saco mi ejemplar. Me levanto ligeramente del asiento y me acomodo con la finalidad de que voltees, y te des cuenta de que estamos leyendo el mismo libro. Tú atisbas sin ninguna expresión en particular y yo sonrió tímidamente. Te observo leer y procuro hacer lo mismo, pero no puedo, mi mente se revuelve con mil escenarios y preguntas imaginarias. Me encantaría preguntarte: ¿qué es lo que más te ha gustado del libro? o ¿qué otro autor es de tu agrado? Pero detengo la fantasia, miró el borde de tu mano sobre el libro y acepto mi realidad: Me da pavor hablarte. Me vuelvo hacia la ventana, y comienzo a ver el mundo a través de esa pequeña vitrina. Observo todo minuciosamente, a las personas caminando con prisa, tratando de ganarle al reloj, otras, más relajadas, al teléfono o platicando. Miro el borde de las hojas de mi libro y finalmente me convenzo de que no puede ocurrir ninguna tragedia sólo por preguntarte tu nombre, es más si tengo suerte puede ser que me des tu número telefónico. Lo decido tajantemente, en cuanto lleguemos al paradero te voy a hablar.
Ambos descendemos del camión, pero tú te echas a correr, yo trato de alcanzarte, pero la multitud hace que por un momento te pierda de vista. Después de unos minutos te encuentro, estás recargado en los torniquetes del metro. Me arreglo el cabello y comienzo a pensar cómo te abordaré. Discurro hacia ti y cuando estoy más cerca comienzas a aproximarte hacia mi. Abres los brazos como si fueras a abrazarme, yo tal vez por impulso los abro también. En ese momento exclamas con voz aguda:
—¡Mi amor, por fin llegas!
Miro a mi costado, un joven me rebasa y se aproxima con paso veloz hacia ti. Te veo abrazarlo y besarlo. Cierro los brazos. Siento un impacto profundo. Los múltiples escenarios que había creado en mi mente se desmoronan conforme voy caminando. Tu voz delgada y efusiva retumba en mi mente. Todo lo que quiero es que la escena quede sepultada por el mar de gente.
Por Michielle Almaraz
Nació en la ciudad de México. Estudió la licenciatura de Creación literaria por parte de la UACM y posteriormente una maestría en Educación, área en la que, se desarrolla de manera profesional. Anteriormente ha publicado cuentos en otras revistas como: Palabrijes y Sibilante.
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