Incuestionable Hoy la palabra gritará más que un recién nacido más que un milenio oscuro que un malvado infinito de agonía o de espera, o muerte. Gritará. Ya está gritando. Tallada en el aire llenará el vacío de lo que fue oprimido y silenciado. Y más allá de lo escrito de los poemas y los libros, este grito, cicatriz abierta, grabado en la piel del tiempo, imborrable, perdurará en el cielo, también. Incuestionable.
Sirenas En el jardín del agua brotan ojos de lo alto de las olas, pupilas pavorosas: de la tierna córnea del asombro solo queda una sombra. Los peces se esconden y desde el lecho escupen sutiles esferas de aire. Las sirenas paren lágrimas, un líquido salado de luna que junto con su canto húmedo de seducción colmado, acaba en las orillas, donde los marineros beben y se embriagan el alma.
Titilan La palabra provoca acidez en la muerte, se retuerce desesperada. La parca cubre la boca de los ángeles, y silencia sus alas, tapa sus ojos para no aturdirse. Pero jamás podrá descansar, porque por las comisuras de las bocas del cielo, y aún de entre las grietas de las estatuas de los cementerios, emerge luminosa la palabra. En alguna esquina filosa de un infierno mudo, gimen cráneos con los labios cosidos, y tiritan rabiosas las dentaduras.
Cuanto más oscuro es el silencio, más cristalina la palabra.
Cantos rodados
Para la hoja la tinta es un tesoro. Pero es un tesoro incierto, de líquida sustancia, de líneas y puntos indelebles, tan como un río, inalterable, que lleva en su caudal el alma del agua; como un cielo se mueve, la lluvia. Trazos a la deriva. Sin presa ni estanco, desembocadura. La mano los moldea, los nace, hace de las manchas un grafema indisoluble en el que la voz dibuja el aire. La palabra se yergue y se desmorona, pero las letras como cantos rodados son el suave lecho del río del deseo, son ese fondo anárquico lleno de perlas y naufragios son los óvulos fecundos de las musas.
Asesino
El silencio: sustancia masculina que llena espacios entre sonidos con su alma sin cuerpo con su lengua sin carne ese asesino infame que acecha la garganta de la palabra con su invisible daga.
QEPD
Se me murió un amigo, se me murió un poema, allí, en la hoja, aún se puede sentir su corpus caliente, venía luchando con una enfermedad terminal. Primero perdió algunos adjetivos, pretenciosos e innecesarios, luego los verbos, ser y estar, (tan lugar común). Seguidamente los larguísimos adverbios, las altisonantes aliteraciones, los palabros y los ripios. Poco a poco sufrió la amputación de todo, menos de los sustantivos, quienes quedaron allí, tan distantes, los unos de los otros, que fueron desapareciendo. Ahora, a salvo de la noche, quedamos el lápiz, el pobre cadáver de papel y yo abrazados los unos a los otros.
Por José Luis Machado
-Santa Catalina-Montevideo, Uruguay (1974). Es docente y escritor. En 2015 publicó sus primeros libros. Ha obtenido varios premios y menciones, Sus poemas, artículos y micro cuentos han sido publicados en blogs, revistas y libros en más de una docena de países.
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