Qué honor, esa lápida, qué horror. Perfecta para nuestra superheroína con el superpoder de la superinvisivilidad. Nació rodeada con un manto de invisibilidad. Un manto invisible. Creció aprendiendo a ocupar solo un huequito, pequeña, pequeña, diminuta en su huequito. Salía del huequito para limpiar y barrer y fregar y cocinar y planchar, siempre con el manto invisible de invisibilidad puesto.
Parió. Una, dos, tres, seis veces parió, cien veces, cero veces, da igual cuántas veces. También tenía un trabajo remunerado. ¿A qué se dedicaba? Ay, no sé ahora. Bueno, todo lo hacía desde la invisibilidad, no te creas. Y limpió y barrió y fregó y cocinó y planchó, con el manto hundido en la piel. Piel invisible de superheroína invisible.
¿Cómo se llama, dices? Bah, da igual.
Ella estaba pendiente de cumpleaños, pendiente de aniversarios, pendiente de las navidades y de los regalos y de las reuniones familiares y de las flores para nuestros muertos. Felicidades de parte de todos, de todos, decía, proyectando desde su superinvisibilidad las voces calladas ajenas.
Ella hacía todo lo invisible. Ella era invisible. Superinvisible, vamos, con esa piel tan, tan, tan invisible.
Murió y aprovechó sus superpoderes para colocarse en un huequito, pequeña, pequeña, diminuta en su huequito. Y su tumba ahora reza «Familia Francisco García Sánchez».
¿Cómo se llama, dices? Bah, da igual. Si ella es invisible.
Por Patricia Martín Rivas
(Madrid, España, 1986)
Lleva toda la vida escribiendo: de niña se deshacía entre poemas, de adolescente empezó a tontear con los cuentos en prosa y ahora toca todos los palos. Ha confeccionado cuatro novelas y tiene otra en el tintero, se regodea tejiendo cuentos de cualquier extensión y vivencia y lee ficciones en público. Acaba de publicar su primer ensayo, Kawara, ha ganado varios premios literarios y colecciona palabras intraducibles, algunas atrapadas en su libro Saudade, e historias internacionales sobre la pandemia, recogidas en El amor en los tiempos del coronavirus.
Comments