top of page
Foto del escritorcosmicafanzine

La cueva de los novios

Actualizado: 28 feb

Aún está allí la pareja de piedra. En la cueva, en las alturas de aquel cerro Chuquiswari, desde donde se ve las chacras y el campo verde donde tantas veces transitaron Jimena y Joaquín. Durante las tardes Jimena miraba el reloj que guardaba recelosamente; y al llegar las cinco, con ayuda de su perro Lucio, arreaban el rebaño rumbo a casa. Al pasar cerca del árbol, a pocos pasos, se encontraba la roca, al levantar sacaba una carta. Al llegar a casa guardaba a las ovejas, atendía a sus padres y se dirigía a su habitación a leer la misiva entre suspiros. Recordó aquella ocasión que conoció a Joaquín, ambos pastaban a sus ovejas en el campo. Siempre se cruzaban y se miraban fijamente; durante semanas y múltiples encuentros ninguno de los dos dijo nada. Hasta que cierto día, Jimena vio que un borreguito se había separado del rebaño de Joaquín.  Trató de alcanzarlo, pero sus ovejas no avanzaron al mismo ritmo. «Seguramente ya se dará cuenta y volverá», pensó Jimena. Pero no fue así. Ella llegó con un borreguito ajeno a su casa, sus padres se dieron cuenta de su presencia por los fuertes balidos. Jimena tuvo que preparar leche y agua caliente en una botella, dárselo y acompañarlo hasta que duerma. A la mañana siguiente,  pensó ver en el campo a Joaquín, pero no fue así. Ella no podía volver a casa con el borreguito, sus padres no lo permitirían. Al volver a casa escuchó una voz a lo lejos que llamaba: «Jimena, Jimena». Volteó la mirada y era él, Joaquín. Entre sonrisas le devolvió el borreguito, él le agradeció múltiples veces y, antes de irse, la abrazó muy fuerte. Aquella noche ambos trasnocharon pensándose mutuamente.  

En los posteriores días los encuentros fueron más frecuentes, ambos se encontraban cerca al árbol rodeado de verdes pastizales, caminaban, reían y se abrazaban. La noticia fue a dar a la madre de Jimena quien tras un par de cachetadas le prohibió ver, andar o hablar con Joaquín, a pesar de su reciente mayoría de edad. «No están para andar de enamoraditos», pensaba la madre. Aquella noche la jovencita lloró hasta quedar dormida. 

Al amanecer, evitó cualquier camino que diera con él. Así pasó una semana y el chico se enteró de lo sucedido. Cierto día se vieron a lo lejos y él le mostró un papel, al menos eso pudo ver ella, lo dobló y lo dejó bajo la roca y luego se marchó. Luchando contra sus impulsos y emociones, Jimena fue, levantó la roca y encontró una carta. “Te extraño, fue lindo verte, aunque sea de lejos”. Con esta breve frase un par de lágrimas dibujaron dos líneas en su rostro. Esa tarde llegó a casa y tras pensarlo mucho y aún sonriente, Jimena escribió otra carta a Joaquín, describiendo lo que sentía por él y cuánto lo extrañaba. A la mañana siguiente, la jovencita muy temprano dejó la carta en el mismo lugar de siempre. Pasaron las horas y Joaquín la leyó. Y así, las cartas de ambos se intercambiaban una con la otra. El plan era perfecto, nadie podía verlos juntos y sus padres ya ni sospechaban. 

Al pasar los meses, Joaquín le propuso encontrarse los días viernes a las cinco de la tarde en aquel lugar, el encuentro solo duraría quince minutos, y así lo hicieron. Todo fue mágico, hasta que la madre de Jimena encontró las cartas que Joaquín le mandaba. Estaban todas metidas en diversos zapatos de la jovencita. 

Aquel viernes lluvioso ambos amantes corrieron a su encuentro. Se abrazaron y besaron como si fuera la última vez. Joaquín se percató que a lo lejos se acercaban los padres de Jimena; y por la rapidez de sus pasos era visible la furia que cargaban. Ambos se miraron por un instante, se cogieron de las manos y emprendieron una fuga nunca planeada. Corrieron muy deprisa dejando sus ovejas atrás, las siluetas, a lo lejos, seguían su rastro, esta vez se trataba de cuatro personas. Eran los padres de ambos, todos sabían ya de sus furtivos encuentros. 

A pesar de la discusión entre los padres, llegaron a una decisión común. Ellos no podían estar juntos. Empezaron a subir el cerro cuesta arriba, los perseguidores ya estaban cerca. La pareja encontró una cueva, ingresaron y entre lágrimas se abrazaron muy fuerte. Sentían miedo, pero sobre todo mucho amor el uno por el otro. Era ciertamente injusto, ambos eran ya mayores y su decisión no era tomada en cuenta. Se abrazaron fuerte pidiendo a los dioses que los ayuden y que les permitan estar juntos para siempre. 

Joaquín sintió una sensación rara y dio dos pasos atrás. Sus pies estaban pegados al suelo, Jimena sintió lo mismo. Ambos cuerpos inmóviles tomaban una postura rígida. Pero sobre todo se miraban profundamente con ternura. 

Al llegar a la cueva, los padres no encontraron rastros de sus hijos, recorrieron todo el oscuro lugar, una y otra vez. Volvieron al pueblo y pidieron ayuda. Sin embargo, la búsqueda fue vana. 

Aún está allí la pareja de piedra. En la cueva, en las alturas de aquel cerro Chuquiswari, desde donde se ve las chacras y el campo verde.

 

Por Félix Quispe Osorio

(Jauja, Junín, Perú 1994)

Cursó la especialidad de Español y Literatura en la UNCP. Ha publicado el libro de microrrelatos “PRESENCIAS MÍNIMAS” 2018; el poemario “HOY ES SIEMPRE TODAVÍA” 2019; la plaqueta de cuentos “LA PROTECTORA” 2021. Mención honrosa V Concurso de microrrelatos Realidad Ilusoria 2018. Segundo puesto I Concurso de cuentos Edgardo Rivera Martínez – Jauja 2018.

56 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Publicar: Blog2 Post
bottom of page