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La cura

Pronto amanecerá y estoy segura que hemos dado con la cura. He verificado los resultados de cada uno de los experimentos realizados en el Instituto. Sé que no es lo mismo hacerlo en mi habitación de tres por dos y con la consigna de no levantar sospechas. La revisión minuciosa de cada una de las pruebas me dice que hemos acertado. Quisiera correr con Rebeca y contarle que nuestros esfuerzos tendrán su recompensa. Aunque la emoción invade mi cuerpo, debo atemperarla o se encenderán las alarmas y se darán cuenta de mi osadía.

Como todos los lunes tendré que realizarme los exámenes de rutina y presentarme a la terapia de cada mes. Espero que mis constantes desvelos no incidan en los resultados. Apenas tengo tiempo de alistar el traje sastre, las medias, los tacones del diez. Un alaciado perfecto, con unos smokey eyes harán juego con los labios rojo tormenta. Eso será suficiente para simular lo que todos esperan, lograr el financiamiento para las pruebas finales y poner en marcha la producción en masa. Cuando pienso en lo cerca que estamos de lograr nuestro cometido, el pulso se acelera. Una luz estridente advierte en mi reloj celular una primera advertencia. Regulo la respiración y modulo el palpitar del corazón. Si el sensor se activa tendré que responder por mi falta de sensatez.

Debo bañarme. Pienso en cuánto odio el agua tibia. Saben que la calidez despierta nuestra piel y la autocomplacencia está prohibida. Ellos intentaron el baño turco cuando todo comenzó y pocas veces les ayudó. Me desnudo. Mis manos recorren tus muslos cuando froto los míos. Hace apenas unos días me perdí en su voracidad carnosa. Mi piel acongojada los extraña y toco mi cuerpo para encontrarme con el tacto de tu deseo.

Cuando estoy lista, coloco la mascarilla y tomo la bolsa de mano. Pongo mi rostro frente al visor retinal y la puerta del edificio cede. Camino al cajón de estacionamiento donde me espera un sedán del año. Si fuera más complaciente tendría una camioneta de lujo, eso afirma la directora del Instituto. Finjo una mueca pícara cada vez que lo menciona. Sé que nunca pisaré la oficina del ministro de Salud.

Llegué al hospital diez minutos antes de la cita. Realicé el escaneo de rutina y tomé el lugar asignado. Me siento con la espalda erguida, cruzó la pierna y esbozo una sonrisa coqueta hasta que mi turno aparezca en el reloj y me indique en qué puerta me esperan. En la sala todo luce impecable. Las imágenes flotantes nos informan qué se espera de nosotras. Juventud y belleza; inteligencia al servicio del sistema, del Gran Varón, padre protector, esposo magnánimo o amante asignado. Próceres de la patria que desfogan en nuestro cuerpo ─propiedad del estado─ sus apetitos carnales, siempre amenazados por el mal terrible que los aqueja a la mayor parte de nuestros hombres. A cada una se le asigna un destino de acuerdo al linaje familiar, la genética y por supuesto la belleza. Observo tal sino y el estómago se me descompone. Escondo la repulsión. No puedo mostrar el rostro contrariado. Mi turno se activa. Entro por la puerta trece.

Esperaba a una mujer detrás del escritorio. No es así. Me quito la ropa frente al médico y disfrazo el pudor de coquetería, ni por equivocación de dignidad. Me revisa con sorna. No soy su tipo. Eso me asegura un manoseo insípido. Palpa los senos con rapidez y me recrimina las dos tallas faltantes. Sé que le gustan las caderas amplias cuando imprime un golpe certero en mis nalgas. Espera un gemido de placer que finjo para darle gusto. Cuando me recuesto en la plancha, mira la cicatriz de la histerectomía ─herencia familiar que me destinó a la ciencia─ y una mueca de asco se dibuja en su rostro. Esa marca me ha salvado muchas veces. Mi falta de perfección lo desanima. Abro las piernas como me indica, subo los pies en el lugar que corresponde y con brusquedad, introduce el espejo y revisa “lo necesario”. Cuando lo retira, respiro con fuerza para mitigar un dolor agudo en el vientre bajo. Una enfermera entra después de solicitar permiso. Él médico me dice que me vista y le ordena que termine los estudios. Hace tanto que no se usan procedimientos como las agujas o auscultaciones. Un escaneo completo indica lo que pudiera estar mal. Los médicos tienen la última palabra para usar métodos antiguos. Si así lo deciden, nunca se cuestiona su práctica.

Me visto con calma. Los tocamientos sin mi consentimiento, todavía hacen mella en el ánimo. Encamino mis pasos donde la terapia mensual tiene lugar. Me sobrecoge enfrentar aquello. Hace años, cuando la pandemia ocurrió, las protestas llegaron a un punto sin retorno. Nuestras abuelas creyeron que el sistema se iba a caer, que no podíamos seguir por el mismo camino: el número de muertas todos los días, las vejaciones interminables. Se impuso un toque de queda masivo y el sistema echó por tierra todos los derechos conquistados. La naciente inteligencia artificial les permitió mantenernos bajo control. Como efecto secundario, aquellos que atentaban en contra de nuestros derechos y vida, empezaron a padecer la falta de virilidad. No siempre ni a todos los atacaba ese mal; sin embargo, ellos nos culparon de su enfermedad. Como panacea, mientras encontrábamos la cura, se instauró la terapia sexual a las mujeres que comenzaban a menstruar. Algunas sabemos que también participan de ella muchas niñas.

Ingreso a una habitación hermética, de dos por dos con un sillón reclinable y una mesa con los instrumentos necesarios. Las imágenes flotantes brotan frente a nuestros ojos. No debemos cerrarlos. Observo el papel que hoy me toca desempeñar en esa “obra sexual”: la libertina, la masoquista, la ninfómana; la perfecta levantadora de penes. Objeto propicio del placer sexual. Cogida una y otra vez, sin descanso, por tres o cuatro machos. Clamo por el semen en mi boca y ya colmada, introduzco los “juguetes” en el ano, yo la ensanchadora de miembros. El objetivo es conseguir el mayor placer para el varón que te habrá de joder, por la vulva y por el culo porque es “para lo que sirven las perras”. En ocasiones, la terapia no sólo educa la vista y la imaginación. Alguien o algunos te cogen en la terapia de refuerzo heterosexual. Cada una de nosotras pide más con la seguridad de que es nuestro destino y obligación satisfacer los deseos primigenios de los hombres.

Después de la terapia, apruebo notablemente los exámenes. Soy una hembra cogible y sana; imperfecta pero usable. Consigo los fondos que necesito y el depósito aparece en mi tarjeta con un aumento en la beca de manutención. El estatus de aprobación aparece en mi reloj y la felicitación en voz del Gran Varón se despliega en una imagen flotante. En el laboratorio, nuestra cura está en pruebas finales. Rebeca y mis compañeras las realizan. La vacuna contra la impotencia sexual será aprobada en un par de semanas. Más de tres cuartas partes de los hombres, la esperan ansiosos. La cámara alta ha preparado un séquito de 300 núbiles para albergar en sus cuerpos, los miembros erectos y magnánimos de los senadores de la República, próceres de la Patria. Enviamos los resultados esperados al ministro de Salud. Complacido con la noble tarea, nos regala a todas las “salvadoras” una noche sin escaneo ni vigilancia.

Salgo de la ciudad camino a la casa heredada por mis padres. Mis logros científicos me permiten pasar ahí los fines de semana. Lleno la tina de agua caliente y enciendo sahumerios de lavanda. Escucho el motor de un auto. Se estaciona en el patio trasero. Un tamborileo suave aparece sobre la puerta. Emocionada, me dirijo a su encuentro. Abro y atraigo su cuerpo hacia el mío. Cierro con llave. Enciendo unas velas, apago las luces y beso sus ojos, el cuello, la boca granada. Trato de contener la emoción por la costumbre de la censura. Mis manos tocan sus muslos ostentosos. Susurra a mi oído: “Mi niña hechicera, mi bruja de luz, mi corazón vaivén”. Nos metemos a la tina y nacemos al amor con nuestras vulvas sirenas. En las siguientes semanas, los antropomorfos siniestros morirán como eunucos.

 

Por Olivia Guarneros

(escritora poblana)

Ganó el concurso “Mujeres en vida” con el texto “La cita” (2017), el Premio Iberoamericano de Cuento de la Fundación Elena Poniatowska y Ventosa Arrufat con “Mictlanpapalotl” (2020). Sus cuentos se han publicado en diferentes espacios: Revista Telescopio, Teresa Magazine, La revista del IMAC, Puebla y el suplemento cultural Consultario, del periódico E-consulta. Ha colaborado en las antologías: Poetas a la Intemperie, de Editorial Lectio; Testimonios del sismo, de la Fundación DEMAC; Selfie poética, del Centro Cultural Los Pinos; Escuela Ficticia del Centro de las Artes de Guanajuato; Cementerio de Mascotas, de Penumbria; Miedo, de Especulativas y Quisiéramos Olvidar, en Editorial Attica. Pronto será publicado el cuento “Nubes y tercera llamada”, en la plaquette Fárrago, de Ediciones Crisálida. Es egresada del Tercer Diplomado Virtual en Creación Literaria del INBAL (2021) y beneficiaria de los Estímulos a la Creación PECDA 202O, en la categoría de Cuento. En diciembre de 2021 obtuvo Mención Honorífica en el “Séptimo Premio de Periodismo Gonzo” con la crónica “Movimiento Pendular”.



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