Te trajeron el día en el que pasaba otro cumpleaños trabajando en aquel sótano gris. No me hice mayores problemas pues ya estaba acostumbrado a priorizar mi labor como profesional frente a otras situaciones. Mi intervención debió comenzar con la inspección de la apariencia externa de tu cuerpo, pero apenas descubrí tu rostro de las sábanas, supe que eras especial y no pude proceder con mi deber. Tu rostro inmutable revelaba perfección, tu sonrisa de lado aún se mantenía encendida y un aura mística envolvía cada rincón de tu figura. Eras perfecta, salvo un menudo detalle: ¡estabas muerta!
Desde aquel preciso instante no he dejado de contemplarte sin mostrarle interés a nada más.
Creerás que he perdido la razón o que mis gustos rozan la necrofilia, ¡no me juzgues de esa manera!, la lascivia no enciende mis deseos ni altera a mi mente lo insano, ¡¿cómo crees?! Te explico: solo ansío apreciar ese tu rostro que os juro me sonríe, me devuelve la paz olvidada y pareciera querer dejarme un mensaje. No desesperes, estoy pronto a descifrarlo. Sé que en otra vida nos conocimos y constituimos un vínculo que trascendió tiempo y espacio para reencontrarnos a pesar de tu falsa defunción.
El médico de relevo en la sección de tanatología forense acaba de llegar ¡no le permitiré que apague tu sonrisa! Tu cuerpo inmóvil tendido sobre la cama me pertenece, ¡es mío! Has venido a buscarme y por nada del mundo puedo permitirles, a esos seres grises, que usurpen el lugar donde hemos de consumar nuestro encuentro. Se oyen los pasos de uno de mis colegas, intenta girar la manija de la puerta, ¿se irá acaso al volver a encontrarla obstruida?
―¡Hey!, no insistas, la puerta está con llave. Tengo un caso muy particular aquí dentro, yo cubriré todo tu turno también esta noche —se lo ordeno, mientras advierto algunos susurros allá afuera.
Él balbucea unos instantes; la curiosidad abre paso a la desconfianza, lo piensa unos segundos, ¿Se atreverá a insistir? ¡No! En suma, accede a mis mandatos. Entiende la firmeza de mi voz, sabe que es mejor no contradecirme. Luego, oigo a sus pasos alejarse para después desaparecer conjuntamente con los murmullos.
¿Esta escena ya la he pasado antes? A estas alturas no me importa…
Somos de nuevo tú y yo. Nuestro momento cumbre ha llegado: pondré un tango y danzaremos en el aire, convertiremos esta sombría sala de autopsias en el salón de baile donde nos cortejaremos con destreza y sin rubores. Seré tu caballero, serás mi dama. Nos encontramos aquí para recobrar la vida que se nos fue arrebatada.
¿Diseccionarte? ¡No!, jamás osaría auscultar (dañar) ese tu cuerpo perfecto, aletargado e inquietante. El diagnóstico de tu dimisión es: “Paro cardiaco súbito”, puedo verlo escrito en un obsceno papel. Ningún familiar ha venido a reclamarte, deberíamos trasladarte entonces al departamento de morfología de la universidad, pero ¡oh coincidencia! hace una semana entró en una huelga indefinida y no es posible llevarte para allá. Ergo, tu cuerpo debería descomponerse, sin embargo, está más radiante que nunca: ¡eres magia pura! A todas luces el mundo clínico te es ajeno pues sus reglas no tienen jurisdicción en ti; ni la implacable muerte pudo arrebatarte la vida.
¿De dónde viene ese olor a rosas? Ah, ya recuerdo, son las mismas rosas que te entregué el día de nuestra boda. Pinzas, bisturíes, éter, ácido sulfúrico, acetona, mascarillas, guantes quirúrgicos… ¡no me sirven para nada! Me sirve, por el contrario, el poema que debo recitarte para que te embriagues de él, se desadormezca cada músculo de tu cuerpo y vuelvas a magnificarte con una sonrisa.
Las horas siguen avanzando como imágenes oníricas aun cuando no logro descifrar el mensaje que nos inmortalice. Necesito indicios u órdenes tuyas, sin ellas no sé cómo actuar. Dime: ¿tus párpados continuarán cerrados como cárceles impenetrables?, ¿por qué no me respondes?, ¿acaso hice algo mal?, ¿o debo ser yo el que esté tendido en esa camilla y tú la que lloras sin consuelo como en este instante lo hacen mis ojos pusilánimes? No debimos desenvolver estos papeles; el orden es una locura. ¿Por qué mierda te fuiste antes que yo?, ¿estás ahí? ¡Responde! ¿O es que debo interpretar tu silencio, como una clara señal de conformidad a la decisión que tomaré? ¿Aquel bisturí filoso es acaso el medio conveniente para cumplir con mi misión? ¡Lo comprendo!... ahora lo acercaré a mi cuello.
Las primeras gotas de sangre de deslizan por mi torso como lluvia sobre tierra fértil. Algo ha cambiado en este instante…
Ya no hueles a rosas sino a productos antisépticos de limpieza, ya tu rostro no proyecta una sonrisa sino una agobiada mueca, ya tus cabellos no emergen en el aire, solo te cubren el rostro y te estorban, ya tu piel no se percibe lozana sino consumida… ¡Tu silueta es un saco sombrío en plena descomposición! ¿Qué diablos pasó? Mi mente no es la misma; no es la mía. No estoy bien… ¡nada lo está! Siento que nuestra historia se pierde en las encrucijadas de un sueño dándole pase a una realidad de pesadilla donde tu finura ha sido suplantada por un penoso cadáver…
¿Quiénes son los sujetos sombríos que acompañan al director del hospital, fuerzan la entrada y allanan este lugar? ¿No estaba todo ya platicado con mi colega? ¿Por qué me apuntan con armas de fuego, me cercan como a un animal asustadizo, me reducen con violencia y me introducen una inyección que —debo suponer— lleva un tranquilizante? ¡No! ¡Suéltenme!, ellos quieren separarnos. No me interesa que hayas perdido todo tu vigor y belleza; juramos estar juntos más allá de la muerte. ¡Libérenme!, no me pueden arrebatar el derecho de contemplarte por siempre. Las palabras se me entrecortan, la vista se me nubla, el cuerpo se me hace pesado, las fuerzas se me desvanecen: ¡por favor!, si he de desfallecer, amor mío, quiero estar al lado tuyo al despertar…
Ya son cinco días que me encuentro en este sanatorio, me han diagnosticado espectro de esquizofrenia y otros trastornos psicóticos. Sobre una mesa se halla desperdigado un periódico que lleva por noticia central lo siguiente:
«Médico forense pierde la razón luego de permanecer encerrado durante tres días en el cuarto de necropsias donde desarrollaba sus labores rutinarias. El galeno fue hallado en un estado lamentable junto al cadáver de una joven mujer que ya mostraba signos de descomposición. Efectivos policiales y personal médico del lugar entraron segundos antes de que el profesional atente contra su propia vida con un objeto punzocortante. Antes de inyectarle un tranquilizante, manifestó que aquel cuerpo sin vida le pertenecía a su esposa (fallecida hace unos meses en un trágico accidente automovilístico) y que su obligación era reencontrarse con ella».
Son igual de ignorantes los doctores, periodistas, policías o jueces; no saben nada sobre mis motivaciones. Me señalan teorías ridículas mostrándome, bajo sus leyes, como un desquiciado mental. No tienen idea del significado de la eternidad, de la hegemonía del amor ni de pactos inevitables entre iguales. Ella es mi amada y la seguiré hasta el fin de los tiempos. Hoy, en sueños, me ha visitado nuevamente y al fin he logrado comprender cada una de sus demandas. Mi dama me sigue aguardando: debo concluir con lo que esos individuos insignificantes me truncaron en aquella hostil sala de necropsias. Nuestro reencuentro no debe aplazarse más: aquel incisivo cuchillo que el cocinero acaba de descuidar sobre la mesa será la llave que abra la puerta de mi destino… la puerta que he buscado sin desmayo desde el maldito día en que mi amada se ausentó.
¡Por favor, solo espérame un minuto más!
Por M. Andrei Velit Casquero
(Huancayo, Perú, 1989)
Escritor, melómano, gestor cultural y lector febril desde la adolescencia. En el 2020 publicó su primer libro llamado “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” a través de la plataforma virtual Lektu, y prepara la publicación de dos libros físicos de cuentos con títulos tentativos “La soledad de los vencidos” y “Los diversos rostros del abismo”. Actualmente se desenvuelve como editor principal de la antología literaria “Pesadillas bajo la tinta” del grupo Verso Inefable.
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