En el sendero izquierdo donde el sol muere, el calor y la luz son inexistentes y el rostro oscuro de la luna es visible; hay un campo yermo en siembras que representan solo la vida vegetal terrenal, sin embargo; es tierra fértil para el cultivo de huesos, de almas y cuerpos renacidos por el aliento del señor de la muerte, de aquel que roció a estos ejidos con la sangre de los vivos, aquel que cruza a la vida con los poderes liberadores de la Muerte, su señal es la cruz negra.
En el plano físico dolor, sufrimiento, soledad, odio y abandono enfrenté. En la luz no hallé consuelo ni amor, mucho menos compasión; únicamente un profundo vacío, desasosiego, rechazo y maldad cubiertos de una cegadora ráfaga blanca y brillante, una máscara embustera que me cegó.
Desesperada, extraviada, prisionera de la miseria y la desgracia, la oscuridad me cobijó con su delicado e infinito manto, por fin conocí la paz y la protección, estaba aliviada, sin cristalinas lágrimas, con una capacidad de visión sobrehumana. El júbilo por vez primera en mi existencia colmó de calidez mi corazón.
Una noche fría y cundida de soledad después de una inusual tromba en la ciudad, un círculo de flama esmeralda emergió del encharcado suelo en medio del oscuro callejón por el que transitaba. Las llamas cercaron mi camino, quedé atrapada, un áspero grito emergió de mi garganta, mas nadie escuchó ni se aproximó a mí. Estuve completamente sola durante algunos minutos que me parecieron una eternidad, entonces mi piel se estremeció, ante mí observé su imponente figura espigada de más de dos metros de altura, una túnica escarlata envolvía su cuerpo y una amplia capa negra cubría desde sus hombros hasta el suelo, una gran capucha me impidió ver su rostro, únicamente vislumbré una enorme y pesada corona negra sobre la tela que cubría su cabeza.
En su mano izquierda empuñaba la guadaña sangrienta y en la otra sostenía un libro antiguo de pastas negras rugosas sin título ni autor, lo extendió hacía mí y lo tomé entre mis brazos sin titubear, mis emociones fueron eclipsadas por su presencia al igual que mi tímida voz. Su energía envolvió mi ser, me dominó.
Mi mirada y atención únicamente se centraron en aquel ser, todo lo demás dejó de existir, instantes después, él asintió con la cabeza y desapareció al igual que la flama verde, entonces abracé el libro a mi pecho y hui de aquel inseguro y horrible lugar, me dirigí a la pensión.
Desde aquella noche nada volvió a ser igual, me transformé en otra persona, una fuerza más grande que yo y totalmente ignota me atrapó, me hipnotizó, se convirtió en la piloto de mi mente y alma. El resto de la madrugada fui incapaz de conciliar el sueño, el cansancio se había desvanecido, en cambio no me sentía emocionada, mucho menos con energía. Experimenté una total ausencia de sentimientos, mi mente puso en pausa los pensamientos, incluso los rutinarios, los persistentes y los que me atormentan desaparecieron, todo estaba negro en mi pantalla mental.
En el interior de mi espíritu, una ferviente y desesperada necesidad nació, ¡debía abrir y leer ese extraño libro! Su energía envolvía mis manos traspasando mi piel, mis tejidos y huesos hasta llegar al alma, lo percibía no como un objeto, sino como un ser viviente.
La lectura comenzó, olvidé la existencia del tiempo, me senté en el sillón y leí sus páginas con ansias incontrolables, fue así como conocí su historia y descubrí el poderoso, aunque invisible enlace que me une a él, soy de su estirpe, soy su descendiente, del primer vástago de la Tierra, aquel que la gente ignorante y común señala como el primer asesino del hombre; en cambio es el Maestro de los cementerios, el rey que proporciona muerte a los vivos y vida a los muertos, el guardián de la flama esmeralda y el único creador y poseedor de la gnosis necrosofica.
En su sagrado libro encontré mi nombre escrito con tinta de sangre indeleble, sellada con fuego esmeralda, entre sus páginas observé con nitidez la verdadera apariencia de mi alma y la historia de cada una de las encarnaciones que he tenido hasta llegar al origen, al principio de todo, cuando el Maestro de los cementerios colocó los frutos de la gnosis que crecieron en las ramas más altas del árbol de la muerte. Mis ojos lloraron de éxtasis al descubrir que soy una de sus descendientes, una de las que comería de esos frutos, entonces los tomé entre mis manos y alimenté mi espíritu, el conocimiento se unió a mí. Adquirí el poder para traspasar los límites finitos al igual que mi Padre y Maestro.
Los días transcurrieron, pero mi cuerpo no necesitó nunca más de alimento ni bebidas, mucho menos de aseo o descanso, continué con aquella travesía que el milenario manuscrito me permitió, era la puerta de ingreso al universo de la Mano Izquierda.
En sus páginas descubrí el ritual que condensó mi felicidad, por fin dejaría de estar sola en el mundo físico, no más rechazo, abandono, ni actos que solamente hirieron mi ser, tendría a un compañero hecho a mi imagen y semejanza, alguien que sería una extensión de mí y al mismo tiempo mi complemento y mi guardián de toda maldición, así como una fuente de poder.
El círculo realicé y en el altar encendí las velas verdes consagradas, una por cada campanada. Rogué a mi señor tatuara su poderosa marca sobre mi frente, sobre mi tercer ojo. Una inmensa fuerza recorrió mis venas, las nubes de tormenta se formaron nuevamente en el cielo anunciando una tempestad mayormente terrible que la de la noche anterior.
Tracé los símbolos de los trece espíritus en cada uno de los contenedores y les compartí un poco de mi esencia a través del aliento, confeccioné el homúnculo que obtendría alma y carne para ser mi fiel amante, servidor y soldado.
Bebí del cáliz el elixir secreto y especial extraído del interior del tronco del árbol de la muerte y encendí el cigarro emergido del pergamino y de las hierbas sagradas del cementerio del reino de las sombras, cada vez que expulsaba el humo, el conjuro pronuncié para dotar de vida a los trece seres.
—Veni poderoso espíritu contenido en el tabaco, ruego porque con tu aliento me purifiques, con tu ardiente viento me protejas y me concedas la fortaleza y el poder de mi Maestro para otorgar vida de la muerte a este homúnculo.
En el exterior los truenos conformaban una rítmica y macabra sinfonía, además de un espectáculo de luces intermitentes que mostraban las siluetas más atroces producidas por las viviendas, edificios y más elementos del plano material, mientras que la energía liberada se unía a la poderosa tempestad para colapsar vidrios y arrancar árboles desde la raíz.
El saquito que contenía mis elementos personales fue colocado en el interior del muñeco, justo en el centro formó su corazón. Mi palma izquierda corté y derramé siete gotas de sangre sobre él.
—Esta sangre cosecha el enlace formado entre tú y yo, impregna y fortalece la conexión con mi alma y espíritu en tu cuerpo. Con mi aliento te otorgo vida y una parte de mí misma, estás separado de mí, más fuertemente enlazado conmigo, somos uno.
Estrujé fuertemente la figurita en mi pecho y pronuncié las palabras finales: —Con el latido de mi corazón, él vive, me sirve, defiende y salva. Por mi sangre, la respiración de la vida, el corazón palpitante y la gracia del reino del señor de la cruz negra, te bautizo con el nombre de Shemham.
Un remolino de flama verde surgió del suelo y nos envolvió, cerré mis ojos sin dejar de abrazar al homúnculo, minutos después él cobró vida, en un hombre fuerte e imponente se convirtió, ya no era más cuero y algodón, sino carne, hueso y alma, el fuego se disipó.
Afuera, el poderoso estruendo de un rayo marcó el inicio de la oscuridad en la ciudad, sumergida en las tinieblas cuando la energía eléctrica se averió, al mismo tiempo la lluvia cesó, en la sala Shemham y yo bebimos vino para celebrar el inicio de su vida otorgada por mí gracias a la marca que mi Padre impuso en mi frente. En sus ojos negros y rebosantes de vacío me perdí, quedé totalmente hipnotizada, enamorada por aquel nuevo hombre recién creado de mi sangre, carne, aliento y elementos de mi cuerpo. Un beso en los labios selló la alianza y juró protegerme con su vida.
Los días transcurrieron, toda pena, desprecio y soledad que experimenté desde el inicio de mi actual existencia terrenal, fueron borrados por la infinita felicidad que en aquella temporada disfruté al lado de Shemham. Mi suerte y fortuna también cambiaron, no necesitaba nunca más trabajar, tenía el mundo a mis pies y todos me obedecían con tan sólo pronunciar una palabra o lanzar una penetrante mirada que igualmente era capaz de asesinar a quien intentara rebelarse o tuviera malas intenciones hacia mí o hacia mi amante.
Era asquerosamente rica, mi Maestro y Padre cumplió su palabra y me lo concedió, mientras tanto Shemham y yo decidimos realizar todo lo que siempre habíamos soñado, vivimos el amor a nuestra manera, bajo nuestras propias reglas anárquicas a las de los hombres normales, rebosantes de excesos materiales y vicios, vivía en el paraíso terrenal, hasta que cierta noche la traición marcó el inicio de mi condena e infinita desgracia.
Mis ojos se perdieron en su vacía y penetrante mirada, estábamos demasiado ebrios. Recuerdo que coloqué mi cabeza sobre la almohada y él se recostó junto a mí, me besó en la frente, entonces un poderoso ardor traspasó mi piel y taladró mi cráneo y cerebro, proferí un terrible alarido, escuché una socarrona risa producida por Shemham, después estas palabras que me acompañarían por la eternidad: —La muerte de los vivos es la vida de los muertos y es así como ÉL lo ordenó, propiciarte muerte es mi mejor ofrenda de amor.
La flama esmeralda surgió, pero esta vez me consumió, entre lágrimas y gritos de dolor observé el rostro de mi amante con una expresión perversa, a su espalda se hallaba el señor del cementerio, lo cobijó bajo su capa y ambos disfrutaron ver el espectáculo de mi muerte.
Lo peor es que no morí realmente, mi cuerpo fue calcinado por el fuego verde, sin embargo; mi alma perdura y no tiene permitido reencarnar, tampoco conseguir lugar de descanso ni hogar para establecerse, mi condena será vagar en espíritu durante la eternidad, porque la oscuridad me traicionó y la luz me ha castigado con la maldición que impuso sobre el primer cavador de tumbas, el primer asesino de la humanidad.
Por Isamar Mendoza
Isamar Rodríguez Mendoza (24 de septiembre, 1996), es una escritora de fantasía y horror. “Travesía Profética” (2021) publicada por la editorial “Lapicero Rojo” fue su primera novela publicada, un pasaporte a su universo mágico “Dignirth” que construyó desde hace varios años, una obra que mezcla alta fantasía, horror, magia, aventura y amor.
En 2017 publicó un artículo de carácter académico: “Desafíos e innovación en los negocios de México y el mundo”, en el libro “Desafíos en el mundo empresarial y las ciencias de Montiel y Soriano”, editorial BUAP.
En 2020 fue una de las ganadoras del concurso: “Memorias. La Generación de la pandemia”, organizado por el “Instituto Municipal de la Juventud de Puebla” con el texto “Evocación Poblana”, además es columnista en la revista digital “Teorema Puebla” e imparte talleres sobre creación literaria y novela fantástica. Próximamente publicará su segundo libro, en esta ocasión un volumen de cuentos fantásticos y de terror titulado “El Pórtico de Dignirth” bajo el sello editorial Akera, dicha obra ofrece una visión más amplia de este plano dimensional ideado por ella y los seres que lo habitan.
Su obra literaria ha recibido el apoyo de instituciones como el “Instituto Municipal de Arte y Cultura Puebla (IMACP)”, el Ayuntamiento de Puebla y el “Instituto Municipal de la Juventud Puebla”. En abril de este año formó parte de la “Fiesta del Libro” de Puebla.
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