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  • Foto del escritorcosmicafanzine

La gran cúspide

Te despertaste un cuarto de hora antes de que apareciera el alba y te preparaste una infusión fría con el agua del lago. En esta región del país, existen muy pocas familias viviendo en poblados escondidos en las tierras altas, mientras están sumidas por completo en su esforzada subsistencia.

Viajaste desde Pozo Amarillo por el único camino por el que se puede entrar, en cuestión de minutos llegaste al entronque entre la carretera 57 y el largo trayecto de terracería que te trajo hasta aquí, el paraje poco explorado porque ya nadie hace senderismo en este lado del domo de roca desde que tuvo lugar el mortal accidente.

Hay un bosque denso que se extiende entre las montañas y es muy común la formación de bancos de nubes sobre todo al despuntar el astro rey entre la espesura de las ramas. Cuesta mucho trabajo adentrarse en este lugar debido a la bruma que lo envuelve todo. Pese a eso, tú siempre transitas seguro porque intuyes muy bien por donde pasar, tal como si el camino se formara al ritmo de tus pisadas sin importar la profunda oscuridad que va rompiéndose por los tenues rayos del día por comenzar. El bosque está rodeado, a los lados y hacia el fondo, por paredes verticales rocosas que pertenecen a la sierra. Estos caprichos naturales alcanzaban tamaños que creíste imposibles. Con todo y el miedo que te calaba hasta el tuétano, participaste con impetuoso valor en el rito de iniciación que incluía una caída en vertical desde la cresta más alta e irregular de la cadena de rocas. Cruzaste por las nubes que muchas veces te parecieron tan similares al humo, y después te sumergiste en las aguas cristalinas de la laguna que yace en lo profundo al frente de las extremas formaciones; lo hiciste pausado y preciso, demostrándole al grupo tu control y respeto por el imponente ángulo del macizo montañoso.

En el punto exacto entre el desnivel sin descanso que se hallaba entre dos de las cumbres; tuviste un nuevo comienzo valeroso y alocado. Cuando apareció tu cabeza por encima del agua, aspiraste de golpe y se manifestó en ti la belleza de la prominencia más alta dentro de ese universo, en ese instante se formó en ti el montón extraño y voraz; o también conocido como la caminata con las almas de los montes, aquellas que acechan e insisten en asomarse afuera de los límites del colosal paisaje. La presencia amenazante que sientes ahora llegó por el río y se estableció en el bosque torcido colindante con las altas paredes de piedra. Está mirándolo todo de manera inmutable, desde las abruptas aristas envueltas en nubes dónde no se escucha el canto de ningún pájaro. Es un paraje amenazante donde se recorre la línea de la vida en un sentido y sólo se puede regresar por el lado opuesto—la muerte.

Qué no te cohíba el estremecimiento que sentiste al enfrentar el contacto ríspido con la pared vertical—no es motivo de vergüenza. Recuerda que en su desplazamiento por entre el agua y las piedras, ellas crearon esta franja del mundo. En el río se reunieron burbujeantes, luego infectaron las raíces de los matorrales de la orilla y su dominio se extendió hasta el bosque de enorme follaje. La composición de la tierra cambió, se convirtió en la cuna de un tipo de árboles que no se habían visto nunca por aquí. Se creía que solo la tierra y hongos debajo les procuraban vida a esos gigantes quebrados, pero después se descubrió que también se nutrían de otras vidas con un apetito violento, con una intemperancia casi humana.

Las almas de las alturas y las rocas gustan todo de ti, se cuelan por entre tus huesos y habitan en tus pensamientos. Ningún espíritu de la montaña es ajeno a tu corazón. Su aullido avanza y deja atrás la bruma, repiten sin cesar la caída en vertical desde cada gigantesco pilar de granito, el ruido que hacen se detiene sólo cuando se han colocado en el borde y después de unos segundos se desploman, cayendo en picada buscando tu encuentro porque sólo tú las inquietas cada vez que entras en su universo íntimo.

Cuando la densa vegetación comienza a mostrar su furia, entonces tú, comienzas el ritual para enmendar cualquier atrevimiento de vivir afuera de los límites. Ese lugar alberga árboles de raro aspecto con troncos delgados y encorvados en forma de guadañas. Sus cuerpos curvos se avivaban en horas de la madrugada, buscando corazones tiernos y puros. Su alimento, a veces limitado dentro del bosque, los obliga a consumir la pureza de otros seres más allá de sus fronteras naturales. Una vez satisfechos, su poder torcido aumenta sin medida ante tus ojos, es un espectáculo fiero y lleno de pureza. No hay límite para el número de prójimos que se necesitan para trabar la tregua, sean los que sean, tendrán que ser atraídos hasta perderse entre sus ramas. Así fue como se inició la ofrenda, primero de crías de cabra, gatos y perros en jaulas, con la intención inocente de apaciguarlas al menos por un tiempo.

Cuando sucedió el accidente, Pozo Amarillo se transformó del hermoso laberinto de calles adoquinadas y edificios con aire inglés a un cúmulo de vestigios abandonados a pie de camino entre el nivel del mar y la cima de estas rarezas geológicas. En las diminutas casas restantes se guardaron turbadoras leyendas que sólo las almas errantes sabemos si fueron ciertas o no, porque aún conservamos el recuerdo del ocaso del cuerpo ocasionado por las garras que nos pellizcaron mientras efectuábamos la caída libre y nos traspasaron porque no supimos poner trancas por si el mal decidía volverse aparecer.

Ahora que nos cuentas tu historia, te comienzas a cuestionar cómo es que hemos logrado sobrevivir a todo esto. Todavía se te eriza la piel al repetir lo sucedido, porque el momento final se queda impregnado y es para siempre el lugar donde padeciste y regresaste al mismo tiempo, mucho antes de que llegara tu siguiente amanecer.

Como cada noche, te regocijas por haber soportado la espera a que comience un nuevo día, casi siempre ayudado por tus rezos y con la esperanza de ahuyentar lo que palpita debajo del bosque, para que no penetre más en tus miedos—robándote la razón. No sabes si lograrás evitarlo del todo, pero sigues luchando para no ser devorado por el temor que crece en tu mente e inunda tus entrañas. Te rebelas porque quieres detener el humo que trae todo de vuelta por las noches, que es justo cuando intentan desarmarte.

En estos momentos sólo escuchas a los árboles crujir como si se rieran al unísono. Eres el constante y diminuto escalador frente al furor arbóreo; el testigo que habita en la cornisa donde te atas para pasar la noche mientras tratas de reunir el valor, o la osadía, de emprender el salto esforzado desde la cúspide desafiante. Seguirás atacando la cumbre, tu hogar hasta el fin de todos los tiempos, el destino habitual del aquel que ya no puede perder más nada, el dueño del acantilado de roca que provoca su propia e infinita espiral llena de resistencia aterradora, porque sigues tratando de no acobardarte, como te pasó la última vez.

 

Por Adriana Carrión-Carlson

Narradora de historias. Tallerista de cuentos y minificciones.

Lectora serial. Detective literario. Profesional de la edición, revisión técnica y corrección

de estilo (inglés). Interesada en la difusión cultural y literaria. Traductora (inglés-español). Egresada de las carreras de letras inglesas y relaciones internacionales, maestra en estudios México-EUA. Transita en aguas de lo fantástico, lo siniestro y la ciencia ficción.

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