La música en vivo de una banda tocando instrumentos de viento, cuerda y percusión se colaba por mis oídos como ligeras ondas sonoras que hicieron olvidarme de que estaba en un evento social, sentada en una silla, observando la blanca tela del mantel, el plato vacío de cerámica y la diversidad de cubiertos a sus lados.
Veía a las personas hablar y tener contacto físico con otras, intercambiar números de teléfono y planear encuentros para seguir hablando acerca de lo que sea que estuvieran discutiendo. Llevaba ahí toda la dichosa fiesta sin entablar una conversación con absolutamente nadie.
—¿No irán a servir la entrada del menú de comida? —me pregunté mientras cruzaba los brazos.
Soltando un bufido, me puse de pie observando el panorama. Estaba aburrida, así que saldría a caminar por los grandes y bonitos jardines que el salón de eventos poseía, al mismo tiempo dedicaba un poco de atención a los ornamentos instalados en las paredes.
Tras una breve caminata, divisé una gran puerta de cristal en dirección a los jardines traseros, estos se componían de un prado lleno de césped de color verde algo húmedo por el sereno de la noche. Comenzaba a sentir un poco la soledad, ya que, ahora, el único sonido existente era el repiqueteo de mis tacones contra el concreto.
Conforme avanzaba, reducía el número de personas socializando, en cambio, incrementaban la oscuridad y el silencio. Hasta que, a lo lejos, observé una construcción. Parecía deteriorada, de aspecto lúgubre, como si hubiera estado abandonada hace mucho tiempo. Mi curiosidad despertó, así que caminé a paso rápido hacia ella, pero mientras más me aproximaba un olor algo fétido penetró mis fosas nasales.
Me acerqué un poco más a la entrada de la construcción para percibir mejor ese olor y supe que provenía de adentro.
Acerqué mi mano a la cerradura protegida con un candado de metal oxidado, lo estaba tanto que sólo bastaron unos cuantos jalones para que cayera al suelo produciendo un sonido seco en medio del silencio.
La situación empezó a tornarse rara.
Empujé la puerta observando el material con el que estaba hecha, aun así, no pude determinarlo. Mis ojos revolotearon por toda la zona, era una especie de vivienda pequeña y reservada, pero se notaba que llevaba años sin uso por el polvo acumulado en el suelo de concreto (porque no tenía mosaico) y en las ventanas de vidrios polarizados.
La oscuridad era notoria así que busqué un interruptor. Al menos, un poco de la luz de la luna se filtraba por las ventanas, era lo que me alumbraba permitiéndome poner en práctica la orientación. Pero al tocar los bordes de las paredes, me di cuenta de que no había interruptores, así que saqué mi celular del bolsillo delantero de mi pantalón, encendiendo la linterna.
Y al momento de dirigirla al suelo, mi corazón se aceleró de inmediato bombeando sangre con velocidad hacia todo mi cuerpo, los nervios se ramificaron a cada articulación inmóvil, las cuales no respondían porque estaban tan asustadas como yo.
Había un camino de sangre seca.
Pequeñas manchas rojas estaban pintadas en el suelo gris, algunas más intensas que otras creando un camino aterrador de sufrimiento, del cual no podía despegar mi vista. Automáticamente el olor fétido se intensificó, a pesar de que probablemente las bacterias estaban muertas y también noté un ligero olor a hierro.
Tenía miedo.
Mi respiración se tornó irregular con cada paso que daba, mi cerebro estaba bloqueado, sin embargo, no podía dejar de caminar, simplemente no podía, estaba cegada por la curiosidad, a pesar de que el miedo me estuviera carcomiendo los huesos.
Me encontré con una pared al final del pasillo, el suelo aún seguía teñido de rojo, sólo podía girar hacia la izquierda topándome con otro pasillo lleno de puertas, entonces me pregunté cuál era la función de esta construcción porque ya no tenía finta de un pequeño salón de eventos, pero tampoco de un hogar habitable.
El corazón me martillaba durísimo contra el pecho, mis pies se movían lentos y mi mirada recorría cada rincón del pasillo en un intento de hallar el origen de la sangre y el propósito de la construcción. Tomé la decisión de abrir una de las cuantas puertas, por lo que giré la perilla dorada teniendo acceso al interior haciendo el menor ruido posible.
Era una habitación normal como cualquier otra, constaba de una cama, clóset de madera barnizada, un tocador con espejo, repisas, una televisión del año 1998 y un pequeño sofá frente a la cama. Las paredes eran color verde pastel haciendo una combinación extraña entre los colores cafés chocolate de las decoraciones.
—Creo que este es el baño —susurré encontrando otra puerta dentro de la habitación.
Pero al momento de acercarme ese olor fétido y putrefacto volvió a acariciar mis fosas nasales produciendo una sensación de asco y náuseas.
Y lo que vi me dejó pasmada, porque nunca imaginé encontrar algo así.
Efectivamente era el baño, tenía instalada una tina donde yacía la silueta de un cuerpo sin vida envuelto en una bolsa negra de plástico con cinta americana a su alrededor hundida en sangre, de igual manera, en las paredes del baño se deslizaban hilos rojos creando una imagen espeluznante y traumática que iba a ser imposible olvidar algo así por el resto de mi vida.
Grité.
Grité tan fuerte que la intención de pasar desapercibida se me olvidó. El miedo me invadió en forma de adrenalina obligándome a retroceder todavía gritando. Salí disparada de esa habitación hacia los tétricos pasillos donde caí de bruces al suelo, pero rápidamente me reincorporé. Nuevamente, casi me resbalé con mis propios pies por todos los atisbos de emociones que me hacían perder el equilibrio.
Corrí. El tiempo pareció ser lento y al segundo estalló en una velocidad sorprendente. Era una carrera horrorizada y jadeante donde mis piernas eran presas del pánico y dolían, mientras que mis pulmones clamaban oxígeno, pero no podía parar porque la adrenalina me lo impedía, aún sin saber a dónde me dirigía.
De repente sentí el impacto de la helada brisa acompañada de pequeñas gotas de lluvia produciéndome un escalofrío. Había aire. Me permití respirar mientras seguía corriendo tan rápido aún con mis cansados pulmones.
Y vi el estacionamiento donde mi vehículo estaba detenido cerca de una acera.
Corrí con el viento impactando mi rostro removiendo violentamente mis cabellos. La distancia pareció ser eterna, después corta, hasta ser sólo centímetros, solo podía pensar en irme lejos de ahí y jamás volver.
Me subí a mi auto y pisé el acelerador.
Fue cuando me juré a mí misma nunca regresar a esa habitación que se mantuvo secreta por semanas donde se cometió un asesinato de primer grado, actualmente siendo investigado por el Departamento de Policías local, en el que yo me había convertido en una clave elemental, sin si quiera saberlo.
Por Kamila Castillo
(Matamoros, Tamaulipas, 2007)
Actualmente cursa el tercer semestre de preparatoria en su ciudad natal ubicada en México, donde disfruta escribir cuentos en la materia de Literatura. Gusta de leer misterio y fantasía, así como el suspenso y de vez en cuando un poco de terror. Admira a Edgar Allan Poe por su peculiar forma de redactar sus cuentos y novelas. Ha publicado en revista delatripa: el narratorio, Revista Sombra del Aire, Revista Nudo Gordiano, Revista Pájaro de Letras, Revista Perro Negro de la Calle, Revista Innombrable, Revista Mimeógrafo y algo más.
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