Mis pies punzan, el dedo gordo de mi extremidad derecha resiente de forma particular el peso de las botas, cada pisada es un roce, un ardor que se convertirá en un revestimiento que hará más prominente las partes callosas de mi pie. El calor del concreto no ayuda y el bochorno causado por el cubrebocas es mortal, había sido tanto el tiempo que había permanecido en casa que había asumido por el invierno perpetuo de mi apartamento que el calor de junio no existía más.
Paso, paso, paso, un andar constante y firme, pese a que tengo todavía una hora para poder llegar a mi destino, me he acostumbrado a ir a prisa, en parte porque así las ideas no me comen, en parte porque el mismo flujo salvaje de la ciudad no me permite ir desprevenida del peligro ni admirador de la sutil belleza del paisaje. Paso, paso, subir a la banqueta, paso, paso, evadir los obstáculos de la acerca, paso, paso, bajar la rampa que corta la, hasta entonces, plana banqueta, paso, paso, aumentar la velocidad y el largo de las zancadas para no ir al mismo ritmo que el señor a mi costado, paso, paso, llegar al final de la cuadra, paso, paso, paso…
No sé de distancias, pero por la costumbre de la rutina conozco la ruta a seguir; aún así, por momentos titubeó y considero que sería mejor ir en camión, entonces rebusco en los bolsillos, la única ruta disponible tiene esos aparatosos transportes que sólo aceptan el cambio exacto en las alcancías de metal y yo sólo cuento con un billete de baja denominación, no hay nada que hacer, debo seguir caminando. Paso, paso, se supone que el celular cuenta la cantidad de pisadas que doy, hay momentos en donde me sorprende ver un número que rebasa los diez mil, pero teniendo en consideración el tramo que estoy por andar no me sorprende que hoy llegue a doblar esa cantidad.
Suelo desplazarme atenta, sin música muy alta, pero siempre con los audífonos puestos, en parte para despistar, en parte porque odio escuchar comentarios innecesarios de gente opinando sobre mi vestir. Ser mujer y caminar en la calle es todo un tema, pero no es algo sobre lo que hoy quiera pensar. Con la mirada previsiva, costumbre heredada de la cantidad de imprevistos que hay en el camino, de forma regular revisó el reverso, el frente, y los costados de mi misma. Camino más, llevo varios minutos en línea recta y a esta altura de la caminata las calles que atravieso son las mismas de siempre, he allí la panadería, la tienda de la esquina, la tortillería, la verdulería, la secundaria y el árbol que extiende sus raíces destruyendo el concreto, recuperando su espacio, todos icónos innegables de este, mi vecindario.
De estas calles que frecuento siempre hay muchas cosas que me suelen gustar, pero sobre todo las rarezas que en sus suelos se tienden a presentar. No es inusual ver en las juntas del colado marcas extrañas de pisadas que fueron erratas en la perfección de la supuesta planicie del concreto; a veces caninas, a veces gatunas y de cuando en cuando humanas, de estas últimas, disfruto pasar mis pies por encima de ellas y cuando la oportunidad se da, meter en su vacío mi pie a profundidad, en ocasiones el espacio que me sobra es considerable, otras ni siquiera termina por encajar, ninguna marca es similar. Este juego personal es un disfrute de mi andar.
Ya casi voy a llegar, tan sólo el cruce de caminos, tomar por la derecha y estaré en mi hogar, pero mi vista es traviesa y me doy cuenta que por fin la alcaldía ha reparado el sendero opuesto - no es tan tarde - pienso mientras alzo la vista para confirmar la consistencia de la nubosidad del cielo y la posición del sol, porque acá nos guiamos en pro de las estrellas y los astros, tal como me enseñó mi abuela. Decidido, a tomar por la izquierda, de paso puedo comprar algo al azar y conseguir una buena excusa para cuando me pregunten la razón de mi tardanza.
Lo liso de la nueva vereda era excepcional, anormal, un aplastado que sólo había contemplado en las zonas de alta plusvalía de la ciudad. Sin embargo, la travesura de los peatones no suele perdonar y allí estaban, las primeras huellas. Con pasos decididos avancé en su búsqueda, con la cercanía puede notar que no era sólo una, sino varias, una línea en realidad, como las caricaturizadas en las animaciones de detectives, una tras otra - ¿ podría ser mejor? - así que encaje el primer pie, cual si estuviera jugando al avioncito, con una pierna ligeramente arriba y el peso inclinado hacia adelante, un sonido agudo como la réplica de un triángulo de orquesta fue el que resonó al posar por completo mi suela. De repente, el mote dorado de la hora mágica del ocaso. Mi extremidad encajaba perfectamente en el surco de la bota, como si hubiera sido la mía. Mi anonamiento me hizo bajar la pierna y contemplar el molde que estaba llenando, era la primera vez que algo así me pasaba, había pensado en la posibilidad, pero para mi yo realista sólo era una ensoñación irrisoria; sin dejar de lado la sorpresa, voltee la cabeza hacia las nubes, comienzan a reflejar los destellos de la que promete ser una encantadora puesta de sol. Baje con sutileza del cielo a la tierra, sin dejar de lado del todo mi extrañeza, no podía haberse hecho tarde tan rápido. Un impacto brutal, no sólo la tonalidad del ambiente había cambiado, sino que el lugar en sí era distinto. Me encontraba en la misma calle, sin duda, todo en apariencia era igual, la panadería, la tienda de la esquina, la tortillería, la verdulería, la secundaria, el árbol, pero ¿qué demonios hacían varios volkswagen vocho de diversas tonalidades pasando por la calle? esos modelos eran propios de hace dos décadas, es decir no es que últimamente no se vean circular por la metrópoli, pero son tan escasos que a esta altura del partido si hubiese estado acompañada el pobre a mi costado hubiera quedado con un hombro policontundido.
Tratando de dar una explicación lógica a lo que estaba sucediendo, la campana de fin de clases anunció la apertura de la reja que desbordó la presa de pubertos de la zona, todos con su suéter verde y cuadros mantelados en las piernas. Una chica en particular que llevando pulseras de ligas de colores, unos convers intervenidos de forma artística con plumones y un llavero de tamagochi colgando de la mochila terminó por colocarme espacialmente, cuando sacó un walkman con forma redonda - ¿qué carajos? - exclame torciendo la cabeza al seguir su andar por un lado mío.
Mi ansiedad creció a un límite insospechado - necesito volver a casa - fue el pensamiento que activo mi estado de alerta, pero mi destreza motora no es excepcional, así que en vez de rodar en mi propio eje y dar marcha atrás como cualquier otro lo hubiera hecho, la intuición me dijo que siguiera hacia adelante - da otro paso - me susurro la voz que siempre me acompaña. Lo hice. Una nueva zancada, el encaje perfecto de mi pie en el hueco y una nueva nota del sonido agudo que había escuchado antes. Nuevamente la transición de tonalidad, ahora un sol intenso se apoderaba del lugar, cual lo hace a la mitad del día. Esta vez el cambio era más notorio en el entorno, no sólo los modelos de los autos que circulaban eran más clásicos, sino que la música de un organillero sonorizaba el ambiente y acompañaba al andar de los ríos de gente que pasaban por mis lados; un grupo de mujeres en específico captó mi atención, todas ellas llevaban faldas entubadas por debajo de la rodilla, tacones abrillantados por el charol y sombreros a juego con sus guantes, un vestir que siempre me pareció ajustado, pero elegante. Todas, cotilleando de forma descarada sobre mí apariencia me barrieron de pies a cabeza al pasar, - sin duda los jeans no son algo que se use por acá - el pensamiento fue fugaz, pero me colo en la extrañeza y comicidad del momento, yo era un sujeto para nada temporal en medio de la calle, básicamente, un loco obstruyendo el paso.
La sensación incómoda de ser vista con desprecio me hizo dar otro paso, una nueva zancada que sacaba el pie que se había quedado rezagado para rebasar el frente de su compañero adelantado. Más cambio, en este momento la cosa fue todavía más rádical, era por completo noche, el suelo del pavimento se había desvanecido y había dejado paso a un lodazal en donde el camino de huellas aún seguía. Ninguna farola, el negro completo del entorno, las nubes de la tormenta que seguramente había caido bloqueban la luz de la luna, sólo me era posible enfocar unos centimetros más allá de mis manos.
De repente, mientras mis ojos buscaban adaptarse a lo negruzco, el sonido de los tiros sepultó la calma moribunda de la noche, uno, dos, tres, una serie de destellos resultados de la explosión de pólvora iluminaron por breves segundos el entorno, los suficientes para lograr ver que por la vereda en donde me encontraba un carruaje tirado por mulas se aproximaba a una velocidad de persecución. Otro destello, efectivamente, detrás venían tres jinetes que daban alaridos con instrucciones precisas - ¡no los dejen escapar! - la no visibilidad del terreno parecía no ser problema ni para los fugados ni para los perseguidores, pero yo no sabía ni por donde vendrían, ¿derecha? ¿izquierda? el ruido de las ruedas contra el lodo se escuchaba cada vez más cerca, el instinto sólo me dijo que debían brincar, así que impulsada por mi poca musculatura avente mi cuerpo a un lado del camino. Otro cambio, había regresado. La sensación de mi corazón a punto de salirse se conbino con el dolor de mi rodilla raspada y la vergüenza que me dio al escuchar a un niño pequeño decir - mira mamá, que se ha caído parada-.
Sin mucha meditación, me ví regresando a donde las huellas se encontraban, contemplando el suelo vacile por un segundo, si iba en retroceso - ¿hasta dónde llegaría? - el impulso y la curiosidad fue mucho mayor que el miedo, así que me ví posando de a poco el pie, como si estuviera metiendo mi extremidad a un lago de congeladas aguas, posándolo un poco, sacándolo de nuevo, volviendo a posarlo de una soóla sentada. Nada, ni el sonido, ni el cambio de color, seguía aquí. De nuevo metí el pie, lo saque, lo volví a meter, impávidos el tiempo y espacio seguían igual - igual y si empiezo desde el principio - un nuevo diálogo al monólogo externo de mi conversación usual. Fuí desde la primera huella, un paso, luego otro, nada, me encontraba allí con el compás abierto y los pies en una huella y otra. Me rindo, por segunda vez consecutiva las nubes mostraban el dorado del atardecer y decidí que era mejor renunciar por el momento, quizás repetir el procedimiento el día de mañana, o usar la misma ruta, no lo sé, mientras pienso esto decido que es necesario regresar, así que dispuesta a avanzar trato de dar el paso, mi pierna apresada en el asfalto me hace paniquear, me quedé allí en medio de la calle con las botas atoradas en el pavimento…
Por Susana Paulina Mendoza González "Sumei"
Originaria de la Ciudad de México, Susana Mendoza es una estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras que en su tiempo libre crea ficciones que combina su sensibilidad e imaginación personal con las historias de las calles de su ciudad.
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