Las manos enjoyadas de la abuela sostenían una pluma blanca, tiznada. ¿De dónde salió? No lo sabíamos y era inútil preguntarle a ella. Estaba impecable, estrenaba vestido esa Nochebuena. Mis hermanas cotilleaban con sus teléfonos, me largaron sola con los preparativos. Papá y mamá visitaban el geriátrico; no podíamos atender dos ancianos con Alzhéimer. Mamá había dejado todo preparado, pronto tuve la mesa presentada. Salí. Oscurecía, las luces se encendían con modorra veraniega.
A diferencia de las mujeres de la familia, escogí para esa noche estar fresca. Vestido ligero y sandalias chatas. ¿Cuál era el sentido de pasármela cuidando la ropa? Soportar los tacos para lucirme ante las primas era un sacrificio estúpido. La tía Valeria no se fijaría, estaría ocupada en contarnos sus últimas decepciones, novio brasileño incluido. Llegarían quince minutos tarde, mamá retaría a papá por picotear pan, historia repetida. Pensándolo bien, lo único diferente era la pluma de la abuela; usar vestido nuevo era una tradición, no contaba. El porqué de hacer un gasto que ella no apreciaba, moriré sin conocerlo.
Llegaron mis padres. Ella bajó antes que papá frenara, pasó rápido a mi lado. Papá se apeó con la cara triste de los regresos del geriátrico. Me abrazó y me besó la frente. Hubiera querido no volver a bañarme para que ese beso no se borrara.
Los gritos me hicieron entrar. Mamá, trastornada; mis hermanas lloraban jurando que ellas no habían sido, la abuela movía la pluma. Al verme, mamá me apuntó; ahí me enteré de la catástrofe. Al abrir la heladera encontró el vitel toné, la ensalada Waldorf y el arrollado agridulce, cubiertos de mierda. Encontré absurdo que nos acusara de algo así. La tía escogió ese momento para llegar anticipada por única vez. Mis primas corrieron a devolver cuando se enteraron que el menú estaría aderezado por excrementos; Pamela usó la bañera, incapaz de esperar el inodoro. Mis hermanas sintieron de improviso arcadas y se sumaron al concierto de lanzadas; no aprecié dónde devolvieron. La tía desenvolvió el postre comprado de pasada: sobre la crema, se lucía una generosa porción de materia marrón. Papá perdió la compostura, tomó el postre y salió a la vereda. Asustadas, mamá y la tía se abrazaron. El árbol de navidad comenzó a sacudirse, al ritmo que la abuela imponía a la pluma sin mover los dedos.
La situación era tan absurda que quedé helada. El pino se desmoronó, las bolas rojas salieron disparadas. Papá encaró a la abuela; mamá lo sacó de un empujón cuando la acusaba de bruja maldita. La tía abrazó a su madre, las desgraciadas de la familia. Continué inmóvil, la discusión entre mis padres creció. Hermanas y primas regresaron pisando adornos en el camino, tambaleándose sobre los tacos al punto que Minucha, mi hermana mayor, resbaló mal y terminaron todas en el piso. La prima Ada quiso sostenerse; manoteó el mantel, mi esmerada decoración se convirtió en una sonata de platos rotos. Un cuchillo cayó en manos de papá; la tía gritó asesino y se lanzó contra él. Los alaridos de las cuatro que luchaban para ponerse de pie combatieron con éxito los cohetes disparados por los adelantados de siempre.
Papá retrocedió, en la maniobra el cuchillo rasgó el vientre de la tía. Ante la sangre, mamá cogió el busto de Beethoven y me dejó sin padre. La abuela sostenía la pluma danzante. Las luces titilaron, la ventana rebotó contra el marco, mi hermana Ángeles cargó a puñetazos contra mamá. Minucha quiso abrazar a papá, caído con la cabeza rajada al pie del bargueño; tropezó y acabó impactando la cintura de la tía. Al ver a su madre sangrando del vientre, las primas pretendieron abrazarla. Calcularon mal; una pegó contra el saliente de la mesa, se tajeó la frente, y la otra contra la maceta del arbolito: su nariz se convirtió en un surtidor de sangre.
La tía vio a sus hijas, luego a Minucha; asió el florero de cerámica, único sobreviviente del ornamento, e impactó el mentón de mi hermana con un soberbio revés. La noqueó, cayó desmayada sobre el amasijo de primas. El esfuerzo de la tía agravó la herida del abdomen; soltó el florero y resbaló hasta terminar quieta en el piso, con los ojos vidriosos. Los míos no daban abasto para captar todo lo que sucedía. Pasé de la abuela y su pluma móvil, a mamá y Ángeles, las mejillas surcadas por arañazos profundos; se bamboleaban por la sala, las ramas del pino se enredaron con los tacos. El ruido de las cabezas al chocar el piso me dejó temblando.
En minutos, la casa se cubrió de silencio. Luces y ventana recobraron la normalidad. La pluma se detuvo. Como si despertara, la abuela contempló la sala. Quise acercarme para contenerla, la potencia de tanta sangre destruiría su siquis perturbada. No conseguí moverme.
—Les dije que era una harpía, pero no, ellas quisieron meterla en casa.
Rato que no le escuchaba una frase completa a la nana; lástima que fuera incomprensible.
—Así nos fue, se llevó a Francisco.
Me pintó una lágrima por el abuelo muerto.
—¡Les dije que era un harpía! Y esta es la prueba.
La abuela se levantó y caminó con habilidad impensada por entre los cuerpos; sostenía la pluma en alto.
—Le saqué una pluma, Marisa querida, veinte años que la guardo. Sabía que la harpía volvería por ella, pero, ya vez, no consiguió recuperarla. El secreto está en no soltarla.
Me dio la pluma. Le tomé la mano trémula.
—¿Te parece que podemos comer, Marisa, ahora que la hemos derrotado?
Mi cerebro no funcionaba, me limité a obedecerla, emocionada porque me reconocía. Se apoyó en mí hasta la cocina. En el horno, el segundo plato esperaba un toque de calor. Arrojé la pluma al cesto, vaya saber de qué hablaba. Le pregunté si servía la carne fría o la calentaba. Su respuesta terminó siendo lo único lógico en mi última Nochebuena familiar.
—Valeria, ¿cómo vamos a comer antes que llegue tu padre?
Por Juan Pablo Goñi Capurro
Escritor, actor y dramaturgo argentino. Autor de libros como La puerta de Sierras Bayas, Mercancía sin retorno y Soltando la mano, además de antologías de relatos y poemas. Ha sido publicado en revistas y antologías de Hispanoamérica, obtuvo algunos premios, participó de encuentro teatrales internacionales y sus obras de teatro se han estrenado en Argentina, chile, España y México, entre otros.
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