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Foto del escritorcosmicafanzine

La noche

Brota el recuerdo cuando el agua caliente le aguijonea la espalda. La abuela Dora salía de la ducha envuelta en una tolla grande, color rosa viejo, la cara roja, y le decía: nada como una ducha para sentirse nueva. La abuela hacía turnos de doce horas, era enfermera; ahora sabe que no era vieja, como suponía cuando los padres la enviaban a pasar el verano con ella. Ana espera que la ducha le provoque el mismo efecto, que la vuelva una mujer nueva. No son doce horas las que quiere quitarse de encima pasándose con fuerza la esponja embebida en espuma jabonosa; son meses de intranquilidad, de zozobra.

Las excusas de Lola le han sonado siempre falsas. Vamos, sus padres tampoco terminan de aceptar su condición, las dos veces que convivió se referían a sus novias como compañeras de alquiler o colegas de estudio. Nunca como parejas o novias. No estuvo cómoda con la situación, por supuesto, pero aprendió a convivir con ello, apostando que el tiempo modificaría el recelo. Esas relaciones no duraron lo suficiente para comprobar su teoría, espera que esta vez sea así. La cena de esta noche confirma que Lola ha vencido sus dilemas y va a encarar la relación en serio. La angustia que la ha mantenido despierta noches enteras, empieza a desvanecerse ante la certidumbre. Es horrible entregarse y recibir dudas. Ana no sabe comportarse de otra manera cuando se enamora, no toma precauciones, no reserva una porción del mundo para mantenerse a salvo.

Deja que el agua la enjuague, repasa las prendas que tiene sobre la cama. Una falda oscura, la blusa verde seco. Se verá sobria, seria. Lola se ha recibido de abogada, la sobriedad viene incluida en el ejercicio de la profesión. Prefiere no cargar las tintas en el primer encuentro. Fantasea, ¿Lola se atreverá a presentarla como su novia? Pareja no son; no conviven. Por decisión de Lola. No encontró sospechosa esa determinación; siendo Ana su primera experiencia homosexual, le resultó lógico que requiriera tiempo para dar el paso siguiente. Despertar junto a la mujer amada forma parte de un rito asociado al amor para ella, pero acepta las dudas, los temores; ¿quién no sintió pánico la primera vez?

Tres meses cumplirán el fin de semana, se pregunta si será suficiente para su novia. Una vez introducida en el núcleo familiar, la excusa de los padres severos no se sostendrá. Sale de la ducha con sus dudas; Lola ha sido tan esquiva en ciertas definiciones que le cuesta confiarse. Justificó que prefería mantener la relación en el secreto absoluto —en esos términos, le gusta sonar melodramática— para evitar reacciones intempestivas de unos padres rígidos, tirando a fachos; lo mostró como una necesidad imperiosa, Lola temía no poder completar la carrera sin el auxilio de ellos. Ana aceptó los encuentros furtivos, las cancelaciones de último momento, la permanencia en bares sin tocarse las manos siquiera; estaba loca por ella. Lola la subyugó desde que se conocieron en una fiesta de disfraces. La misma noche terminaron en la cama donde ahora reposan las prendas que vestirá; Ana no imaginó que el siguiente paso demoraría una eternidad.

Desodorante, ropa interior, blusa, falda. Vestida, una hora antes de la cita. Hora y cuarto, se corrige. Deja el maquillaje para el final. Ansiosa, diría Lola de estar allí; es una ocasión especial, ¿cómo no estarlo? Ni siquiera sabe quién más estará en el bar. Por la mañana participó del grupo que la llenó de huevazos y le tajeó la ropa; se le revolvió el estómago cuando se vio limitada a darle un abrazo y besarle la mejilla, aunque se las ingenió para pellizcarle una nalga. La máscara de huevos y harinas impidió que el resto advirtiera que la flamante abogada palidecía ante ese contacto; sufrió el reto que le endilgó Lola con una mirada furiosa. Tanto, que se alejó de prisa y no estuvo para las fotos. Entre lágrimas planeó mil maneras de decirle que lo de ellas estaba terminado, ¿qué era eso de echarla en ese momento?; entonces, recibió el llamado con la invitación a la cena de festejo.

Pone música, su lista de Chavela Vargas en YouTube. La acompaña en los mejores y en los peores momentos, la equilibra, la centra en el mundo. Se pregunta quienes irán. Los padres, los dos hermanos, el par de amigas que siempre aparecen para interrumpirles la intimidad, ¿el niño? Lola tiene un hijo, dos años. A veces se siente injusta cuando duda del amor de su novia y descree de las razones que aduce para esconderse; sin la familia para cuidar a la criatura, Lola nunca hubiera podido terminar la carrera universitaria. ¿Será ella la insegura? Lola jura que la ama, que de no ser por el estudio estaría feliz de mudarse para criar juntas a Tomy. Curioso, el niño nunca entra en las ecuaciones de Ana, olvida el cambio que supondrá la responsabilidad maternal. Lo dicho, el amor la ciega. Lola se ha revelado como la mujer que colma sus expectativas. Ni siquiera se atreve a describirla, de medio a que desaparezca, a que sea una ilusión.

Suena el teléfono. Lleva horas sin consultarlo, desde que vio las fotos en Instagram; momento trascendente en la vida de su amante y ella no figura. Sigue convencida, Lola la expulsó de las escalinatas de la facultad con su mirada elocuente. El teléfono. Lola.

—Amor, ¿cómo te preparas?

—Ana, no hay cena esta noche, la abuela se siente mal.

—¿Cómo que no hay cena?, ¿es una broma?

—En serio, no te enojes. Tengo que quedarme con Tomy y los hijos de Pablo. Hay un revuelo importante por acá.

—Pero... yo ya me vestí...

—Ay, Ana, perdóname, pero fue recién, no pude avisarte antes porque hasta hace unos minutos todo era normal. Yo me estaba duchando cuando me enteré, la ropa lista en el cuarto. Perdóname, en serio, después te aviso cuándo lo hacemos.

La voz se apaga, Ana queda con el celular sostenido en el aire. No le cree. Es una excusa. Lola no la quiere a su lado esa noche. Cobarde, ni siquiera ha tenido el coraje de decirle la verdad. ¿Qué la ha hecho cambiar de idea? Va hasta la cocina, coge una lata de cerveza. ¿Qué ha cambiado desde el mediodía? Los padres, tuvo que ser eso; cuando la invitó, no les había confesado que era lesbiana y tenía novia. Seguro que dudó durante toda la jornada y, a último momento, se los dijo y ... No, no lo ha hecho. No ha hablado con los padres, no se justifica de otra manera que no estén juntas esa noche.

Una vez superadas las trabas, enfrentados los padres con la realidad, su autoridad desaparece, haces lo que quieres sin esperar su permiso. «Tú no eres ninguna bollera, no sales por dos meses», fue la reacción estúpida de su padre cuando se los contó; a los cinco minutos estaba en la casa de Renata, llorando por el rechazo, pero abrazada a su novia. Lola no habló con ellos, Lola no la quiere a su lado esa noche por otro motivo. Hay otra, seguro que hay otra. ¿Una de esas dos amiguitas de infancia descubrió por fin qué le hacía latir el pecho? Nueve menos diez, a las nueve estaba planeada la cena. No dormirá en días si no comprueba que el festejo se ha cancelado.

Se desnuda, busca frenética en el ropero. Medias de red, minifalda escocesa, cuadrillé rosa y blanco, top con puntas metálicas. Hombros descubiertos para que se vean las serpientes; lástima que no hay tiempo para hacer algo especial con el cabello. Calza los borceguíes. Pasa por el baño; pinta de negro los labios, exagera con el rímel y el labial. Ninguna concesión; si Lola mintió, los allegados conocerán a la auténtica amante. Nueve y diez. Calcula veinte minutos hasta el pub. Camina, necesita la descarga o incendiará el local. Lola no la ama, no existe otra razón para la mentira.

Ana está, en nueve minutos, frente a las puertas de Lanzatti, iluminadas como si hubiera una fiesta especial. Poco asidua a visitar los sitios de moda, ignora que es la iluminación habitual. Nadie hay controlando la puerta, como temiera. El pub está montado en una casa vieja; atraviesa el zaguán para dar con un primer estar. Superada la arcada, en el fondo, contra la barra, una joven se pone de pie. Cerca de Ana, las parejas que estudian la carta le echan miradas reprobadoras desde los cuellos duros de sus camisas y las etiquetas de diseñador de sus vestidos. Ana se aparta de la puerta, comienza a estudiar las mesas; no ha recorrido la mitad cuando siente el tirón del brazo. Hermosa, aunque furiosa, su novia la empuja hacia la vereda. Se deja llevar, inundada de ganar de besar esos labios rojos.

—¿Por qué me haces esto, Ana?

—¿Me acabas de mentir y soy yo la culpable? ¿Por qué no me dices la verdad, por qué no me dices que no me quieres, que te gusta otra?

La furia de Ana se disuelve en un dolor intenso. La gana el llanto. Se vuelve; tiene tanto delineador que el rostro le quedará como una máscara de terror. Siente la mano suave recorriéndole el cuello, la voz que la derrite le susurra al oído.

—Yo te amo, tonta, te amo con locura.

—Me has mentido, Lola, ¿creías que no iba a ver las fotos mañana?, ¿no pensaste cómo me iba a sentir?

—Tienes razón, tienes razón, soy una cagona. No me animé a decirte la verdad, tenía miedo de que me convencieras.

—¿Que te convenciera de qué?

—De dejarte venir. Inventé esa mentira porque...te llamé ni bien me enteré, el nuevo novio de mi tía trabaja en el juzgado, la semana que viene tengo la audiencia con Cristof, por la tenencia de Tomy...

—¿Y?, ¿qué pasa con eso?

—Vamos, Ana, no te hagas la tonta. Ya sabes lo retrógrados que son en los juzgados. Por favor, vete sin hacer escándalo, mañana te compenso, ¿sí?

Lola se esfuma. El ardor en los labios negros es el único rastro que ha dejado. Un beso rápido, un roce aprovechando la vereda desierta, será el único tesoro que Ana se lleve a casa. Porque Ana volverá a casa sin entrar en el pub, sin arruinar la noche de su amante; escuchará a Chavela Vargas, destapará un vino y deshojará un millón de margaritas. Atravesará horas inquietas, subirá montañas que harían la envidia del Everest y descenderá a fosas abisales hasta el llamado. Lola ha prometido compensarla, vale la pena darle la oportunidad de hacerlo. Loca, despotricará todo el camino, pero la decisión ya está tomada. Ana es así, cuando se enamora da todo, hasta mil oportunidades; no sabe amar de otra manera.

 

Por Juan Pablo Goñi Capurro

Escritor y actor argentino, radicado en la ciudad de Olavarría, Argentina, nacido el 11 de octubre de 1966 en Lomas de Zamora, del mismo país. Publicó: “Soltando la mano”, La Verónica Cartonera, España 2020; “El cadáver disfrazado”, Just Fiction, 2019; «Agosto», «Destino» y «Cabalgata» (Colección Breves), 2019; “La mano” y “A la vuelta del bar” 2017; “Bollos de papel” 2016; “La puerta de Sierras Bayas”, USA 2014. “Mercancía sin retorno”, La Verónica Cartonera, 2015. “Alejandra” y “Amores, utopías y turbulencias”, 2002.

Más de quinientas publicaciones en Hispanoamérica, a través de antologías de editoriales (Ed. Visor, Ed. Dreamers, El gato descalzo, Ed. Solaris, Las nueve musas, Ed. Folla-g, Ed. CTHULHU, Ed. Pandemónium, Ed. Anuket, Kanon editorial, Ápeiron ed., y otras) y en revistas como Sinestesia, Letras y Demonios, Aeternum, Rigor Mortis, Penumbria, Espejo humeante, Tártarus, Diablo Negro, Trepanación, por ejemplo.

Premio Novela Corta “La verónica Cartonera” (España), 2019 y 2015.

Ganador VII certamen de microrrelatos de Montserrat (2022)

Premio teatro mínimo “Rafael Guerrero”

Colaborador en Solo novela negra (relatos).

Estrenos: Por la Patria mi General; Vivir con miedo; Una de vampiros y salame; Delirum Tremens; Silvina tuvo visita; Poses; Héroes; Andá hacer bolsas; Bajo la sotana; La fiesta de la chancha y los veinte (Argentina); Bajo la sotana (México) Caza de Plagas (Chile) Si no estuvieras tú, El cañón de la colina, Carnushka (España).


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