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La pluma

Me llevé la mano hacia la bolsa de la camisa y fue en ese momento cuando me di cuenta de que ya no la traía. Sostuve la sonrisa, mientras me sentía angustiado e incómodo. Casi sin pensar llevé mis manos a los bolsillos de mi saco y del pantalón. Un sudor frío me recorrió el cuerpo.

—¿Señor? Aquí tiene. Exclamó la cajera.

Con la mente confusa tomé la pluma ajena y garabateé mi firma.  Desconozco qué fue lo último que dijo. En automático contesté las formalidades: “Muy amable”, “Le agradezco”, “Hasta luego”.

Salí del banco, y todo lo que ocupaba mi mente era recordar ¿Dónde había dejado mi pluma? Me aproximé al carro e inmediatamente busqué en el sillón del copiloto, moví los tapetes y abrí la guantera. Nada.

Me dirigí a casa, mientras procuraba recordar los posibles lugares en dónde la podría haber dejado. Al tiempo que me reprochaba el descuido, y la amplia posibilidad de que estuviera en otras manos. Frunciendo el ceño, y armando nuevos escenarios de búsqueda,  llegué a casa.

—¿Cómo te fue?— gritaste desde la cocina con tono alegre—

—Bien— murmuré distraído

—¿Había mucha gente? — Agregaste mientras el ruido de los trates ahogaba tu voz

—No, no había mucha gente, fue muy rápido.

—¡Qué bueno!— Exclamaste con tono entusiasta.

Con sigilo me aproximé a la mesa, y miré rápidamente la superficie: Limpio.

Escuché el murmullo de tu voz, pero  no entendí lo que dijiste, así que pregunté mientras me dirigía al estudio:

—¿Qué dijiste?

—¿Que qué quieres comer?

—Lo que tú quieras. Algo sencillo.

Un gruñido salió de la cocina, seguido de un: —Ok

Entré al estudio. Moví los libros. Abrí los cajones. Reacomodé el organizador, todo estaba, menos lo que buscaba. Sentí que la ansiedad comenzaba a invadirme. Corrí hacia el librero y saqué algunos libros que había estado  revisando, pero la búsqueda seguía siendo infructuosa. Me senté un momento. Respiré entrecortadamente. 


Un destello de luz alumbró mi cabeza: La mesa de noche. Corrí a la habitación y removí la cómoda. De nuevo nada. Para ese momento mi actitud ya había levantado tu curiosidad. Mientras miraba con odio la cómoda, tú te aproximaste, para ser sinceros ni siquiera te escuché entrar. Tu voz me tomó por sorpresa cuando me preguntaste:

—¿Qué buscas?

—Nada— contesté de manera seca

—¿Nada? y por  “nada” revuelves la habitación.

Sonreí fastidiado, no quería contestar. 

— Anda, dime ¿qué buscas?  Te ayudo.

Sentí una opresión en la boca, yo no quería que te involucraras. Legítimamente sentí que era algo que no te incumbía. Era algo muy mío. Justo cuando estaba a punto de pedirte espacio, tuve la impresión de que podías leerme, que podías ver su nombre en mis ojos, y me atarré. Entonces, haciendo acopio de todas mis fuerzas para no perder la compostura, te contesté de manera calmada:

— Estoy… estoy buscando mi pluma.

Reíste. Me sentí insultado.

—¿Cuál de todas?

—La fuente, la negra… la que tiene la tapa un poco descarapelada.

—Esa pluma está ya muy vieja, yo no sé por qué te empeñas en cargarla. Tienes otras. Agarra otra. Al rato aparecerá  la pluma. No te preocupes.

Rechine un:— ¡Gracias!

Tomaste una pluma común que estaba actuando como separador en un libro que no leías hacía semanas. La pusiste en el bolso de mi camisa y me diste un beso.

—¡Listo!— Sonreíste— Ponte hacer otra cosa.

Esperé a que te alejaras y saqué cuidadosamente la  pluma. La bolsa de mi camisa se me antojó mancillada. Yo no quería otra pluma. Yo quería “La pluma”. Comencé a sufrir en silencio. A reprocharme mi descuido.

Un nombre del pasado  ahora se hacía presente "Alexis". Continúe  deambulando por toda la casa revolviendo cajones y maldiciendo entre dientes. Entre más pasaba el tiempo, más me oprimía el recuerdo de tus ojos claros, el tono de voz agudo y la manera particular  de tu risa.

Llegó la hora de comer. No dejabas de hablar sobre tu madre, lo bien que te había quedado la comida y otras cosas. Hiciste una pausa. Me miraste fijamente.

— ¿Me estás escuchando?— gruñiste.

— Si, claro que sí, Aní

— ¿Sigues pensando en la pluma?

— No— mentí — pensaba en que  de verdad te quedó  deliciosa la  carne.

Sonreíste  y me sentí fuera de peligro. Al terminar de comer me refugié en el estudio. 

 En Total Soledad mi mente comenzó a colapsar. Pensé en comprar  otra pluma, mismo modelo o una semejante. Me desvanecí en el frenesí de una búsqueda en línea. Finalmente me detuve. No sería lo mismo. Recordé  el momento en el que me la regalaste. Tu cuerpo  semidesnudo y sudoroso. Tu sonrisa sincera. La pequeña caja color marrón con un moño azul. — Para que siempre te acuerdes de mí— exclamaste con amor  mientras extendías la caja hacia mí. Comencé a llorar de impotencia. Un dolor agudo me carcomía. Era todo lo que me quedaba de nuestra historia. Lo único tangible que aún tenía y lo había perdido.

Continúe llorando en secreto mi pérdida, mientras repetía tu nombre una y otra vez. Mi mente enloquecía. Tus manos. Tu respiración. Tu voz gimiendo mi nombre. Los planes. Las citas. La promesa de vivir juntos. Tu desesperación. Los besos reconciliantes. Tu dolor. Mi indecisión. La incomodidad de disimular ante tu esposa. Tus amenazas. La ruptura. Tus ojos suplicantes. Tu boca temblando por el llanto. El dolor.  El duelo en silencio.

Me llamé cobarde y lloré. En ese momento escuché pasos presurosos hacia la puerta. Me giré y me sequé las lágrimas. Entraste. Sonreí.

—¿Estás muy ocupado, amor?

— No,claro que no.— Dime.—

—Mi familia nos invita mañana a comer. Hace mucho tiempo no nos vemos. Harán barbacoa ¿Vamos?— exclamaste con tono suplicante.

Mi mente luchaba con la tempestad que se orquestaba en ella. Comencé a caminar hacia ti.

—¡Claro, vamos! Nosotros llevamos la bebida. —Exclamé luchando con el nudo que había en mi garganta. Me sentía derrotado. Un vacío se  estaba apoderando de mi. Sentía mi fuerza desvanecerse. 

—¡Perfecto! Déjame avisarles.  —Saliste corriendo, entusiasmada.

Continúe  sonriendo  hasta que dejé de mirarte. Al llegar al umbral de la puerta, en mi mente todo lo que podía ver era tu rostro triste. Perdóname— murmuré como si pudieras escucharme, y cerré la puerta. 

 

Por Michielle Almaraz

(Ciudad de México)

Estudió la licenciatura de Creación literaria, por parte de la UACM, y posteriormente una maestría en Educación, área en la que se desarrolla de manera profesional. Anteriormente ha publicado cuentos en otras revistas como: Palabrijes, La revista inexistente, Doble voz, Revista Albores y Sibilante.

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