De las antiguas ciudades anteriores a los hombres,
no conocíamos vestigios hasta ese día
en el que se alzaron por encima del mar.
De ellas una plaga de insectos salía para murmurar en el oído de durmientes
que su frágil cosmos había terminado
y ya nada quedaba de las leyes
que creyeron que construían la forma de su universo.
El caos reptaba por la tierra
y alguien o algo había despertado un antiguo mal
que se creía perdido.
Ni dios, ni el diablo tenían permitido encarar este designio.
Estábamos solos.
Indudablemente solos ante el hambre de este ser,
que ni siquiera sabía de nuestra existencia.
Pues para él
el universo no era más que una mota de polvo
y aun así, su sola presencia infectada todos los sitios de la realidad:
Los sueños, los mares y los alimentos,
se fueron deformando hasta irreconocibles condiciones.
Una serpiente que cayó del cielo
y con sus ojos vigilantes devoró nuestras almas
y con sus bocas infinitas devoró la existencia de nuestros cuerpos.
Los que sobrevivimos,
si quizá lo hicimos,
nos volvimos parte de los sueños de esta creatura atroz,
parte de una deformidad andante,
carente de razón
y equivalencia.
Por Juan José Hamilton Chan
(Chetumal, Quintana Roo. 1988)
Ha publicado en el libro Historia de los cartapacios, en 2017. Editado por la Universidad de Quintana Roo. Y en 2016 ha publicado en la revista Guía Cultural Metepec, numero julio-agosto. Patrocinada por el gobierno de la ciudad de Metepec, fue ganador del tercer lugar en el concurso InterCecytes en 2009.
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