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La sorpresa

Al caer la tarde regresaba desde la universidad a mi casa, iba a paso lento cuando llegué a la plazoleta de la Avenida. Aun lo recuerdo, anudaba mi testarudo zapato sobre la banca metálica cuando ella se sentó a mi lado y de reojo la observé. Sus cabellos frondosos adornaban aquel rostro de mejillas sonrojadas. Aunque, ya debía irme, como excusa tomé el celular y me reubiqué en la banca. El dulce aroma de su perfume, me ataba a su lado. Esperé unos minutos antes de dirigirme a ella, hasta que lo hice. La salude y ella volteó su rostro hacia mí y me sonrió..

Después de unos minutos, percibí que esperaba a alguien, lo supe por como alargaba el cuello observando de norte a sur. Sin embargo, no perdí la oportunidad de preguntarle y me explicó que esperaba a una amiga, pero que al parecer la dejó esperando. A la vez, que golpeteaba sus manos con nerviosismo y me mencionó su nombre; Paloma. Ella vivía al frente, lo comprendí cuando una señora alta se asomó por la puerta de la única casa rectangular color azul, haciéndole señas. Antes de despedirnos le pedí su contacto y ella con timidez me lo dictó. Sin duda, Paloma era de aquellas mujeres que ves por primera vez y se graban en tu mente para no salir, quedé como un bobo viendo como desaparecía mientras su vestido pálido se agitaba con la brisa fresca. Cuando llegué a mi casa le escribí, hablamos por largas horas y así fue por días.

Transcurrido un mes, todo se dio de forma mágica, comenzamos nuestra relación e hicimos un pacto desde el inicio el cual fue que, antes de ir a visitarla, la llamase con anticipación para que pudiera atenderme. Lo acepté sin cuestionamiento hasta ayer que no aguanté las ganas de verla; cumplíamos tres meses. Decidí darle una sorpresa y por la tarde fui a la florería a comprarle un hermoso ramo de violetas. Definitivamente, no fue mi mejor día, tuve bastantes contratiempos pero, Paloma merecía algo especial. Incluso, en el lapso en que caminaba hasta el parque dudé de mi elección, apareciendo sin previo aviso y sin seguridad de hallarla en su casa. Me mantuve expectante a su espera, ya que, lo único que sabía era que, ella saldría con su amiga a partir de las seis. Me lo había comentado en un mensaje durante la mañana, para que no me preocupara si no contestaba el teléfono. Tuve suerte, no pasó mucho tiempo desde que había llegado y la vi saliendo de su casa, estremecí al verla, lucía tan radiante. Estaba levantándome de la banca, en la que también se acababa de sentar una joven que expendía un aroma a perfume cítrico, cuando el escenario cambió por completo y la sonrisa se me esfumó del rostro al descubrir que mi querida Paloma salía con otro hombre qué, sin más, la tomó de la mano y la besó en los labios. Qué cosas de la vida, fui a darle una sorpresa y después de todo quien se la llevó fui yo.

A continuación, cruzaron la calle y yo quedé estático, sentí como si me hubieran clavado un puñal, las manos me sudaban, quise salir del lugar para no seguir haciendo el ridículo, pero, ya era muy tarde. El rostro sonriente de ella se transformó en una nube negra cuando notó mi presencia. En ese lapso, me dirigió una mirada suplicante que no sabría cómo interpretar; si era por querer seguirme o para que guardara silencio. Mi amada infiel siguió sin detenerse. Entre tanto, la joven que estaba a mi lado notó mi desesperación y lo supe cuando sus cálidas manos tocaron mis hombros y en voz alta para que Paloma oyera, dijo:

—Hermosas flores, mis favoritas.

—Lo son —, respondí algo perturbado—. Si te gustan, te las obsequio.

Cuando Paloma quiso voltear dudando de su decisión, la joven tomó el ramo y luego, en voz baja me dijo:

—Vamos, ella no vale la pena.

Avanzamos algunos metros hasta que ellos se perdieron y luego, me devolvió las flores. Me sentí menos desgraciado y el gesto de aquella chica, enterneció parte de mí. A modo de retribución le devolví las violetas, agradeciendo su amabilidad. Ella las tomó entre sus delicadas manos y acercó hacia su rostro inhalando su aroma. Sin más que decirnos y con una mirada extraviada por mi parte, nos despedimos.

Hoy cuando me desplacé con el corazón destrozado hasta mi aula. Un aroma peculiar pasó por mis sentidos y luego, una voz tímida se acercó sutilmente y dijo:

—¿Cómo te sientes hoy?

Levanté la mirada y quedé asombrado.

—Mejor que nunca —dije cuando otra vez la vi.

Pues, era la misma chica del perfume cítrico que, había presenciado mi desdicha el día de ayer y en ese momento descubrí que era la estudiante que había llegado a la Universidad hacía algunos meses y que se sentaba en el último asiento solitario. La misma que muchas veces pasó por mi lado, me saludó y yo de forma inconsciente ignoré, por andar distraído idealizando el amor.

 

Por Marisela Riquelme

(Panguipulli, XIV Región de Chile, 22 de octubre de 1991)

Casada y madre de un hijo de siete años. Escritora de; transformación personal, novela negra y suspense. Además, sus relatos han sido publicados en diversas revistas literarias y antologías.



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