Más sabe el diablo por viejo que por diablo…
Dicho popular
Cuentan y no acaban que en una isla caribeña, bajo el dominio español, se suscitaban misteriosos hechos dentro de los puestos de vigilancia militar. En las edificaciones que protegían la bahía de aquella hermosa tierra bañada por el mar. Se custodiaban dos fortines que se interconectaban por túneles, para defender la entrada de busques extranjeros y de piratas a reclamar aquel terruño.
Era uso y costumbre que cada centinela se comunicara con sus iguales, a través, de la clave: “Centinela alerta” y el soldado debía responder: “alerta está”. Consigna que se repetía durante todos los turnos de la guardia. Sin embargo, durante los últimos meses habían desaparecido más soldados, usualmente durante el turno correspondiente a la medianoche. Tal parece que la noche llegaba, con los peregrinos vientos del mar, acompañada de un profundo misterio. El miedo se iba apoderando de los centinelas según avanzaba el calendario. El temor, la incertidumbre y el desasosiego se imponían en la mente y la piel de todos ellos. Asimismo, las sospechas de que algo diabólico estaba ocurriendo calaba, en la psiquis, irremediablemente. Tal vez, era una especie de cobro de almas, pues de los soldados solo se encontraban su uniforme, identificación y fusil, pero ni rastro de su cuerpo.
Así las cosas, el enjambre de las habladurías giraba en torno a que algo maléfico les sucedía y se trataba seguramente de una maldición o conjuro, en esa garita en particular. Donde el pobre militar pagaba con su alma y su vida. Siempre les preguntaban a los parroquianos de las inmediaciones y todo era mirar para el otro lado, amén de un sepulcral silencio como respuesta por todos ellos.
Se dice que Juan de Dios Sánchez, fue el último cabo asignado a custodiar la más apartada garita del fortín conocida como la “Garita del Diablo”. De acuerdo con los anales, del último trimestre, del Cuaderno de la Bitácora Naval. Nunca más se supo de él. Su familia no solicitó el pago de su jornada y jamás al criollo se le volvió a ver ni el pelo…
Ante la falta de hechos contundentes surgieron las inevitables teorías de la conspiración. Por lo bajo, murmuraban que esos soldados se escapaban con sus amantes y desertaban por amor. Que algunas de aquellas mujeres tenían marido y estos mataban a los centinelas en venganza. Se argumentó que los militares estaban inconformes con el régimen español, pues ellos se consideraban criollos y no españoles. Otros, que fue una estrategia planificada para que se les aumentara el sueldo y condiciones de trabajo. Así las cosas el mundo continuaba girando con el velo del misterio.
Una noche de cerrazón, en una taberna cercana a los fortines, refugio de marineros y rufianes de otros confines del mundo y solo de tránsito por la bahía; alguien comenzó a narrar la leyenda de los desaparecidos de la garita y en eso un parroquiano bastante borracho intervino en el asunto.
-Miren todo lo que ustedes hablan son pamplinas. Yo sí sé bien lo que le pasó a Juan de Dios, ese último desaparecido, mientras continuaba dándose un sorbo de whiskey.
- Pues vamos suelta la lengua de una buena vez y te prometo dos tragos más.
- Vale, respondió el borrachito. Pues Juan de Dios se enredó con el mismísimo Satanás y tuvo dos hijos y se fueron a vivir lejos.
-¿Qué dices hombre? ¿Cómo que con Satanás? ¿Cómo así? Tal parece que deliras. ¡Ay, Ay, hermano estás tan borracho! No sabes lo que dices. Pamplinas, puras pamplinas es lo que sale de tu boca.
- No, no, estoy borracho sí, pero no loco y tampoco les miento. Te juro por esa luz bendita del firmamento que se fugó con Diana. La hija del alcalde, y era tan terrible su carácter que su papá la llamaba “Satanás”. No son figuraciones mías.
Lo sé porque los vi aquella noche. Fui testigo cuando se escaparon de la ciudad. Apuesto mi cuello que doña Tere, la madre de la muchacha, fue la alcahueta de ellos. ¡Lo juro por ese Dios del cielo, como que me llamo Agapito!
El recinto estalló en risas. Se disipó el misterio. Siguieron llenando los vasos y todos a coro exclamaron: ¡Salud! Entre risotadas que retumbaban todo el recinto, continuaron jugando briscas hasta altas horas de la madrugada. Brindando por la suerte de Satanás y repitiendo la ronda de tragos.
Por Sylvette Cabrera Nieves
(San Juan, Puerto Rico, 1958).
Es Poeta y narradora. Posee un Bachillerato en Artes y Educación de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Asimismo un posgrado en Psicología Escolar. Miembro del PEN Club Internacional de Puerto Rico. Figura en antologías de Hispanoamérica, España, Estados Unidos e India. Finalista en varios concursos internacionales de poesía y narrativa en Argentina, México y España.
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