A Roberto: te mereces un planeta y sólo te ofrezco un cuento
Lo que puedo ver es una simple manifestación de mis reacciones químicas y emocionales: todo es mentira hasta que resulta medido, determiné después de finalizar mi relación con Apolo.
Luego de cinco años increíbles, la monotonía se hizo evidente y ni la terraformación de Gaia VI hizo más llevadera la situación. Nuestra misión no era permanente: desde Isis verificábamos el comportamiento de los gases nobles en la atmósfera del planeta y nos marchábamos, recalibrábamos instrumentos y volvíamos eventualmente. Cada tanto tiempo, cotejábamos la estabilidad de los elementos similares a aquellos abundantes en la Tierra y de la actividad volcánica, encomiendas más sencillas que la manifestación de las emociones humanas.
-Tus actitudes infantiles me matan, Orfeo-, me espetó Apolo antes de completar el penúltimo reporte.
-Quiero terminar esto y largarme, no voy a dar pie a una discusión-, expresé con los ojos y manos pegadas al ordenador.
-Me evades, ¡hazme caso cuando te hablo!-, me gritó Orfeo al tiempo que giró bruscamente mi mentón hacia él.
Tomé un comunicador de mi escritorio: -¡Aléjate! No quiero que la situación crezca, nadie tiene porqué enterarse que nuestra relación terminó. Qué afán el tuyo de evidenciar nuestras fallas… -.
-Eres un pendejo, eso es lo que pasa-, imaginar que mis conductas erráticas originalmente le fascinaban.
Él no confiaba más en mí, le felicito. Yo tenía al menos un mes platicando con Gitón, un chico de enormes ojos café y cintura estrecha que trabaja en las Unidades de Patrullaje en la Central y que está al tanto de mis particulares situaciones con Apolo. Gitón conocía su talento para engatusar, así como su temperamento bélico, idéntico a las placas tectónicas de Gaia VI, por lo que mantuvo sana distancia.
Luego de tres semanas, arribó una nueva tripulación a cumplir nuestras tareas.
-El deterioro de Isis es notable, por lo que el mantenimiento es intenso, las turbinas fueron reemplazadas recientemente, pero es mejor no arriesgarse-, aclaré impersonalmente a los recién llegados.
-Entendido, oficial. ¿Las bitácoras están completas?-.
-Actualizadas y puntuales-, fue el comentario de despedida.
Antes de ingresar al transportador, Apolo me tomó de la mano.
-¿Quieres que cambie algo?-
-No te lo puedo pedir. Es hora de cerrar este ciclo de lesiones y continuar viviendo. Ambos tenemos puertos seguros a los que llegaremos, hay que ser sinceros. Una vez que regresemos a la Central, estaría bien reconsiderar nuestra relación-, mencioné a Apolo mientras abordábamos el vehículo de retorno.
-¿Es por el guardia? ¿Gitón?-.
-Es por una serie de errores que cometimos. Es por mis arrebatos de inmadurez y por tus desplantes de intolerancia, no me soportas y no podemos dirigirnos la palabra sin alzar la voz, justo como en este momento-.
-Los vi platicando hace unos meses. Creí que sería pasajero, pero recuperaste un brillo especial desde entonces, aquel que conmigo perdiste-.
-¿Eso piensas?-.
-No, ensayé ese diálogo varias semanas-.
-Gracias-.
Los exámenes oncológicos y el lapso de observación pasó, fueron horas de eternidad. Tras disolver definitivamente el vínculo que me unía a Apolo, ocupaba platicar con Gitón, abrazarlo, decirle que siempre esperé una persona como él y que me dejaría llevar hasta donde fuera posible, renunciaría a Exploración, dejaría de arriesgar el pellejo para refugiarme en la academia: compartiría ahora mis experiencias con las frescas generaciones de cadetes.
Busqué a Gitón con premura. Estaba en la estación de recreo con ceñidos pantalones de vinilo que marcaban sus piernas, una camisa de algodón a mangas que revelaba el tatuaje tribal de su hombro izquierdo, yo iba aún con las ropas oficiales.
-¿Qué tal? ¿Qué progresos hubo en Gaia VI?-.
-No muchos, los deseables. ¿Ya te dije que me encantas?-.
-Siempre, ¡no me veas así! ¡Me intimidas!-.
-Me gustas, Gitón-.
-Claro que no-, comentó, por lo que atraje su nuca hacia mí para besarlo.
-Me gustas mucho y quiero intentarlo contigo-, le susurré mientras lo retuve entre mis brazos.
-Podemos andar y después veremos-, insistió.
-Quiero que seas mi novio-.
Tragó saliva y un sí en medio de signos de interrogación salió de sus labios. Sí, le confirmé seriamente. Gitón soltó un par de lágrimas. Sus anteriores relaciones fueron destructivas y sufrió humillaciones que le provocaron cicatrices en el cuerpo y en el alma. Lo recibí entre mis brazos porque no quería que la gente que pasaba alrededor lo viera llorar. El olor de su cabello era fresco. Tembló un par de veces y secándose los ojos volvió a decir sí. No podía creer esa manifestación tan pura de emociones. Levanté su cara hacia mí.
-¿Vamos a comer, novio?-, pregunté con ternura y evitando reír por romper el emotivo momento, -Vengo muy cansado de la cuarentena-.
Por Ramón Verdín
Periodista. Ganador del Premio a la Excelencia Periodística 2020, de la Sociedad Interamericana de Prensa. Finalista en la edición 2020 del Premio Roche de Periodismo en Salud.
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