A mitad de la noche, mientras dormía, un ente extraño me despertó. Era la mujer más hermosa que yo hubiese visto en mi vida. Irradiaba luz y me inspiraba mucha tranquilidad.
¡He venido por ti! —me dijo poniendo una mano en mi hombro.
Froté mis ojos para ver si esa mujer era real o producto de mis sueños, pero por más esmero que puse en limpiar mis ojos, la hermosa mujer continuaba parada junto a mi cama de forma serena, sin gesticular.
¡Vámonos!, que no puedo esperar mucho tiempo, hoy es una larga noche. —la dama insistió. En ese momento lo comprendí, esa mujer de belleza sobrehumana y piel pálida era la muerte que anunciaba mi partida.
No me puedo ir, pensé, soy muy joven. Aún me faltan muchas cosas por hacer, prácticamente no he hecho nada con mi vida.
Y como si ella leyera mis pensamientos respondió. —Por ese motivo he venido por ti, has desperdiciado toda tu vida, no has hecho nada por ti, y mucho menos por alguien más. Te gusta vivir entre las sombras, te da miedo hacer cosas grandes por miedo a que te juzguen, has tenido miedo a enamorarte para que no te lastimen. Te gusta burlarte de los demás para compensar tus propias deficiencias, no tienes sueños ni expectativas, básicamente estás viviendo como autómata.
Sentí como si hubieran arrojado un balde de agua fría por mi cuerpo. Era verdad todo lo que ella decía, no podía engañarla, supongo que tenía el historial de mi vida, tal vez todos estos años me había estado observando muy de cerca.
¡Por favor! —Imploré colocándome de rodillas. —dame una segunda oportunidad. Es verdad lo que dices, pero antes, permíteme poder cambiar un poco las cosas.
Supongo que yo no era la primera persona que se atrevía a efectuar dicha proposición porque con un gesto cansado se tomó su barbilla y me dijo:
—Te voy a otorgar 1500 palabras a la semana.
—¿Palabras? —pregunté con un poco de esperanza.
Esta vez un poco desesperada me explicó. —Puedes decir 1500 palabras durante el transcurso de tu semana, si excedes aunque sea por una palabra dicha cantidad será un día menos otorgado. Sin embargo, si cumples con cuidar tus palabras se te irá incrementando tu prórroga. Acepto. —dije y al decir esto la mujer se desvaneció.
Esa noche ya no pude conciliar el sueño; 1500 palabras por siete días me resultaban ser muy pocas, tenía la firme intención de cumplir con el acuerdo, no quería ser de las personas que mueren sin dejar nada bueno a loa vivos. Estaba segura que si esa noche la muerte me hubiera llevado nadie hubiera notado mi ausencia. Pensando en mis amistades, nunca me había importado conservar lazos verdaderos. Era un caso perdido, me encantaba hablar mal de otros a sus espaldas para sentirme importante. A mi padre, quien aún vivía, nunca lo visitaba. La manera tan precaria en la que vivía me hacía sentir avergonzada. Estaba también mi hermana Lucia y sus dos hijos. Como si yo fuera perfecta, con mi mano juzgadora decidí romper todos los lazos de la relación cuando a los 18 años se embarazó sin estar casada. ¡Eres la tonta más grande de la historia! —Recuerdo que le reproché. ¡Ve, dile al irresponsable de tu novio que su amorío tuvo consecuencias! ¡Echaste a perder todo tu futuro! —Le continué diciendo palabras crueles durante un largo rato, soportó en silencio pero nunca más volvió a dirigirme la palabra, ni por el hecho de que duramos algunos años más viviendo juntas en casa de papá. Con el tiempo cada una tomó su rumbo y nunca más supimos de la vida de la otra. Fui muy dura con ella, yo solo terminé la carrera pero no he logrado hacer nada importante, tengo un trabajo estable, es cierto, pero no es el mejor trabajo de la ciudad, ni el mejor pagado. Y sé que en cuanto se cansen de mis servicios no dudarán en echarme, solo represento un número más para la compañía.
Apenas entraron por mi ventana los primeros rayos de sol me arreglé para ir a trabajar, estaba decidida en mostrar mi nuevo “yo”.
Al llegar al trabajo me esperaba en las escaleras de la oficina mi compañera Gerardina y antes de entrar me pidió. —Ahora sí, comadre, cuéntame todo el chisme del porqué se está divorciando José de Claudia. Y como si toda la noche anterior se me hubiera borrado de mi memoria comencé a contar la historia que un día antes Rafael de mercadotecnia me había contado, agregando todo el morbo posible. —Pues resulta que José llevaba meses engañando a Claudia con Alicia, la muchacha del aseo. Se metían al cuarto de la limpieza a hacer sus cosas hasta que un día los descubrió, en ese momento interrumpí mi relato, me quedé helada, al otro extremo vislumbré a la hermosa mujer, sabía bien quien era, esbozó una amplia sonrisa como de quien ya tiene todo ganado y se desvaneció. Estaba haciendo las cosas demasiado fáciles, era difícil luchar con mi “yo” de tantos años y si no me corregía pronto moriría.
Cada que alguien se acercaba a mi escritorio trataba de contestar de manera cortés evitando dar pie a los chismes, que era en lo que perdía mi tiempo la mayor parte de los días.
Para las 4 de la tarde, el rumor de lo grosera que había sido, lo bipolar y el hecho de que seguro andaba en mi periodo ya se había esparcido por toda la oficina. De acuerdo a mis cuentas solo había consumido 170 palabras y mi jornada laboral había concluido, pero me sentía anímicamente destruida. Mi extraño comportamiento había sido el foco de atención entre mis compañeros, mis sentimientos se mezclaban entre tristeza y frustración. Decidí ir a un viejo parque al que solía ir a jugar cuando era niña y que ahora se encontraba bastante deteriorado: tenía ganas de estar sola, pensar en mi existencia.
Me senté en una banca destruida, le faltaba un pedazo del respaldo, la banca había sufrido vandalismo, se encontraba rayada con groserías y corazones de jóvenes que había pasado en otros tiempos por ahí. Por ser un sector humilde al gobierno nunca le importó remodelar esa plaza, era una colonia que parecía haber sido olvidada por la mano de Dios. Esto me quebró un poco más y no pude evitar ponerme a llorar. De pronto una voz irrumpió mi llanto. —¡Vaya!, ¡vaya! a quien tenemos aquí. —Levanté los ojos y enfoqué la figura de una mujer.
¡Lucia! —dije. ¡Creo que estás perdida! —soltó una sonrisa burlona. No sabía qué contestar, mi llanto ahogaba mis palabras. Ella continuó. —¿Te encuentras bien? —Te veo realmente en mal estado, y puso una mano sobre mi espalda que me hizo estremecer.
¿Por qué eres buena conmigo? —logré decir entre sollozos. —Yo te traté muy mal. Se encogió de hombros, lo pensó un momento y comentó —Al final de la historia seguimos siendo familia. —esta vez adquirió un tomo más serio.
—Escucha, cuando tú me dijiste todas aquellas cosas yo estaba pasando por una situación muy difícil, eras mi mejor amiga y mi hermana mayor, me reprochaste por estar embarazada pero nunca me diste oportunidad de explicar la situación. El caso estuvo así: cuando iba camino a la escuela me violaron unos compañeros. Por esa razón, Juan Carlos no se hizo responsable del niño. Él no supo cómo reaccionar y no lo culpo, éramos muy jóvenes. Yo no quise decirle a papá lo que me había pasado porque me sentía muy avergonzada. Durante algunos días estuve meditando un posible aborto. Después de que me gritaras esas cosas entendí que al igual que yo, el bebé que llevaba en mi vientre no era el responsable de las acciones de otras personas. Hizo una pausa. Pensé que tal vez ella esperaba que yo le dijera algo, pero no supe qué decir: me quedé viendo fijamente a sus ojos café oscuro. Ella continuó. —Así que decidí tenerlo. Hasta ahora puedes estar segura de que fue la mejor decisión que pude haber tomado. Al decir esto se levantó de la banca, hizo una seña de despedida y se alejó, era como si después de contarme lo que realmente había ocurrido me hubiera perdonado. Sentía como si mi corazón se hubiera achicado y esta vez comencé a desear que la muerte regresara.
Hasta ese momento comprendí que había sido una persona egoísta, las acciones que no toleraba en otros eran las acciones que diariamente guiaban mi camino. Mientras pensaba esto la hermosa mujer se paró junto a mí. Esta vez esbozó una amplia sonrisa, me tendió su mano y al tomarla empecé a ver cómo mi vida pasaba rápidamente ante mis ojos.
—Espera —la interrumpí. —Acepto cumplir mi sentencia, solo déjame despedirme de alguien más, por favor. Inmediatamente ella lo comprendió y como si nos hubiéramos teletransportado aparecí afuera de casa de mi padre. Él estaba sentado en una mecedora, le gustaba observar a los transeúntes. Su cara había envejecido, pero tenía esa misma cara bondadosa que recordaba en mis sueños. Me enterneció la manera en que me trató. Para él nada había cambiado, yo seguía siendo su pequeña; no había una sola muestra de rencor en sus palabras; charlamos toda esa tarde, hablamos de todo y a la vez de nada relevante. Al dar las seis, la mujer regresó, sabía que había agotado mis palabras, había valido la pena, y comprendí que esta vez nada podía aplazar mi partida. Tomé la mano de la Muerte; esta vez no tenía miedo, en algún lugar había leído de la reencarnación. No sabía si existía o no, nadie sabe lo que pasa después de morir. De lo único que estaba segura es que si volvía a la tierra iba a escoger a la misma familia, para esta vez hacer las cosas bien, aun con los errores que cada uno pudiera tener todo el tiempo había estado en el lugar correcto y no me había dado cuenta.
Por Karen Rodríguez Quintana
Torreón Coahuila, 1989. México. Estudió Relaciones Internacionales. Asistió al taller literario “Yo, es otro”, y ha colaborado con cuentos en la revista del mismo taller.
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