A las doce, el último minuto vació el tiempo y suspiró la campana de la escuela soltando notas pesadas que hicieron eco en las aulas.
En este momento los aprendizajes se organizan para descansar. Las letras van y vienen tratando de completar el abecedario y los números marchan en fila sin perder el órden.
Dos vueltas de llave encierran el bullicio y vivencias de los alumnos hasta el día siguiente.
Los ojos azules de una niña de tercer grado se iluminan como perlas, cuando el director pone en sus manos, el peso de toda la escuela en forma de llavero.
Ella camina por las calles angostas del pueblo imaginando que lleva un sonajero del que penden las aulas, la dirección, la cocina y los baños.
La portera, Edith, la espera en la puerta de su casa para recibir el llavero, situación que se convierte en un acto emotivo. Desde la cocina escurre un aroma sabroso, que impregna la salida como tibia nube. Hechiza a la niña y le despierta el hambre. Lentamente y a paso de bastón, se acerca la madre de Edith. La invita con dos torrejas de acelga y ella las va comiendo mientras piensa con alegría, lo que le contará a su familia.
Por Gloria Angélica Saggiorato "Glorelines"
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