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Le pongo título a mis cuentos hasta que los acabo

Actualizado: 1 mar

—…el mentor de la figura heroica no es precisamente un profesor—camino entre las mesas de la cafetería al aire libre donde daba clases—. En ocasiones, será literalmente una figura docente, pero en muchas otras es alguien que tiene conocimiento de lo que es desconocido para el héroe y que lo motivará a salir de su mundo ordinario—me recargo en la barandilla, al lado del árbol que crecía desde la planta baja y que atravesaba el suelo del primer piso en el que estaba construido aquel espacio—. Ese es el fin de un mentor, darle conocimiento y confianza al héroe para que se anime, en ocasiones para obligarlo, a aceptar el llamado a la aventura.

Los estudiantes toman nota atentos, me gusta dar dictado a ese grupo; se ayudan entre sí si no alcanzaron a escuchar algo, se dictan entre si les faltó o si no entendieron.

— ¿Creen que el mundo ordinario pueda ser la zona de confort? —les pregunto. Sin darme cuenta gesticulo con las manos, creando un círculo a mi alrededor, uno de los vicios que tuve desde siempre, pero que incrementé y agravé al dar clases.

—Sí, porque es donde se está a gusto, eso es el mundo ordinario, donde se está seguro.

—Muy bien—ahora muevo las manos hacia afuera, simulando que rompo una barrera invisible a mi alrededor— ¿Creen que si un personaje sale de su zona de confort es como si estuviera accediendo al mundo extraordinario?

—Sí, me parece que sí… Sí, definitivamente sí.

Los alumnos murmullan, se sonríen, veo como en algunos surgen ideas que anotan para que no se les olvide, otros agachan la mirada confundidos ¿Será que piensan en que pronto saldrán de su zona de confort? ¿O acaso piensan que no se animan y están rechazando su llamado a la aventura? Yo mismo al dar el tema me lo cuestiono.

Explico qué es una aventura, qué es el cruce del umbral, que implican las aventuras en el viaje heroico para aprender cosas nuevas. Sigo dando tema hasta que digo las palabras que siempre deseo dar con este grupo en particular: —Terminamos apunte teórico.

Recargan sus pumas en las mesas, se estiran, ven al horizonte, otros aprovechan a comer, sonríen, toman agua, se colocan audífonos y preparan sus playlist. Me mentalizo, me emociono, doy pequeños saltos en el sitio en el que estoy parado ¿Se percatarán de que hago esto, así como yo noto sus movimientos rutinarios? Son listos, claro que deben darse cuenta.

Les platico una anécdota para hacerlos reír y dejar en claro lo que siempre trato que aborden: la cotidianidad, como el día a día y la rutina son cosas espléndidas, mágicas, maravillosas que pueden inspirar grandes historias.

Pasamos nuestro pequeño ritual. Empieza mi parte favorita:

—Muy bien, equipo, el día de hoy quiero que escriban una historia —no me atrevo a decir cuento porque sé que en ocasiones no crean historias autoconclusivas, en otras hacen minificciones y a veces redactan poesía—, de mínimo una página, que trate de una historia de amor en la que se atraviese una aventura. Les recuerdo que la aventura no sólo es algo positivo, sino…

—Atravesar un obstáculo anormal.

—Exacto, y también recuerden que el amor no es necesariamente feliz— se ven confundidos entre sí. —Sé que es un tema difícil para ustedes, están muy acostumbrados a escribir de muertes, asesinatos y enfermedades mentales—no puedo reconocer que esos también son mis vicios de escritura—, así que por hoy revocamos nuestra regla de de “no muerte, no todo era producto de una enfermedad mental”. Denle con todo, hoy leen…

El taller de escritura creativa empieza a trabajar. A partir de ese momento sólo se escuchan sus murmullos, las ramas del árbol, ideas que comparten, el viento soplando, las plumas sobre el papel, y mis pasos entre las mesas mientras reviso como van en sus historias.

—Profe, no sé de qué va tratar. — ¿Qué tal una persona que debe dejar ir a alguien que ya no está? Es algo de lo que escribía mucho al empezar el ciclo. —Ay, profe no se me ocurre nada. — ¿Qué tal un par que escapa de la ley? Le encanta escribir de detectives y misterios. — ¿Me da una frase para empezar? —Veamos, uhmmm… Hasta que te conocí, mi nombre cobró sentido. — ¿Me da una frase a mí? — ¿Triste o alegre? —Sorpréndame. —Algunos los llamaban susurros, otros desesperación, yo lo llamaba tus dedos sobre mi piel.

Vaivén, me detengo a leer a quienes ya acabaron, me sorprendo de cómo algunos entendieron estructuras complejas sin percatarse, de cómo otros condesan historias muy extensas en pocas líneas, otros le dan mucho peso a los diálogos. La siguiente semana dejaré un ejercicio de sólo acciones, quizá me enfoque más en el uso de vacíos, debemos ensayar mucho el uso de adjetivos para no depender de ellos ¿Debería enseñarles ese concepto? ¿No es muy complicado? No, ellos pueden, sólo debo pensar la forma correcta de abordarlo.

Me detengo en la entrada de la cafetería al aire libre donde doy esa clase, recuerdo lo mucho que batallé para que me dejaran abrir un taller de escritura creativa en preparatoria. Desde el año pasado me di cuenta del gran talento que muchos, pero sobre todo que tenían mucho guardado y que buscaban palabras para darles forma a lo que no entendían.

Los observo e inevitablemente sucede: me inspiran a querer volver a escribir, a volver a entregarme por completo a las historias, a pasarme horas escogiendo las palabras correctas. Inevitable, pasa: mis manos tiemblan, mi cuerpo se contrae en espasmos, debo cerrar los ojos con fuerza para callar las voces en mi cabeza. Tengo tanto terror de volver a escribir.

—Profe ¿No le da miedo lo que escribe a veces? — ¿Por qué lo dice? —A veces dejo que alguien lea lo que escribo y me preguntan si me pasó eso o aquello y les digo que no, pero no entiendo porque lo hago. —Catarsis. Cuando escribimos mentimos para decir una verdad. —Ay, profe, una vez mi mamá me regañó por algo que escribí para su clase. —Déjeme adivinar, el cuento de la esposa que pierde a su hijo, que su esposo es abusivo y que al final resulta que estaba en un manicomio ¿Ese cuento? —Sí, profe, me dijo que porque escribía de esas cosas.

Me veo, leo, observo, ejecuto: estructura floja, conflicto que se diluye muy fácilmente, demasiados recursos literarios, muy pocas figuras retóricas, oraciones demasiado extensas, todas las historias siempre hablan de dolor, la insatisfacción, el castigo o la culpa.

—Chicos ¿Saben por qué nos caemos? —Incapaz de terminar una historia, la mayoría se quedan inconclusas. —Para levantarnos—. Cierres abruptos, conclusiones que no dan resolución al conflicto central. —Pero no sólo por eso. Nos caemos para aprender a levantarnos —. Estructura repetitiva: empezar con in media res, en el nudo abordar una analepsis, en la conclusión dar un paralelismo con el principio. —Porque fallar es común, equivocarnos es normal, caernos está bien. —Interrupción de descripciones e interiorizaciones, para inmediatamente dejar diálogos aparentemente inconexos con lo narrado. — Pero debemos aprender, nuestros errores deben ayudarnos a aprender y mejorar. Eso significa saber levantarse.

¿Si escribo sobre mi proceso de escritura? Otra metaficción que reflexiona sobre escribir, qué original ¿si escribo sobre no saber qué escribir? Seguro que recurres a usar fragmentos de historias para armar un cadáver de cuentos inacabados ¿Si hablo de mí directamente? Autoficción junto a metaficción, después descubrirás que el agua moja ¿Escribo…? No ¿Experimento…? No ¿Yo…? No. No. No. No.

—…me dolió mucho su perdida. —Lo siento mucho, hijo. Pero aquí está, mostrando lo fuerte qué es. — ¿Cree que pueda lograrlo? —No lo creo, lo sé. Tengo la certeza de que así será, cuente con mi apoyo en todo. —No sé qué haré con mi vida. —Vívala solamente, un día a la vez, un paso a la vez. — ¿Cómo se supone que pueda seguir adelante? —No estoy seguro, pero sé que ya lo está haciendo, y agradezco que lo haga. — ¿Y si no soy suficiente? —Ya es suficiente, siempre lo ha sido. Para mí es más que suficiente. —Lo quiero mucho. —Y yo a ustedes, no tienen idea de cuánto los quiero.

Veo mi reloj, nos quedan unos minutos para acabar la clase. Las dos estudiantes que leerán me dicen que no terminaron, pero aun así les pido que lean, quiero que el grupo las escuche y yo quiero escucharlas.

—Profe, no quiero…

—…ese cuento fue increíble ¿Se percatan como su compañera empleó toda la estructura del viaje del héroe en su historia de forma orgánica y breve? Fue realmente fascinante lo que logró, el mundo ordinario como su cuarto y el extraordinario como el espejo, realmente asombroso. De tarea lo termina.

—Mi cuento está incompleto… No tiene título, le pongo título a mis cuentos hasta que los acabo.

Me quedo paralizado al escuchar eso.

—Eso es increíble… Digo “Le pongo título a mis cuentos hasta que los acabo”, me parece que ese podría ser un gran título para un cuento. Anótenlo, creo que un nombre así de poderoso puede que alguien se inspire para escribir.

 

Por Luis Arturo Serna Alarcón

Egresado de la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas UNAM, profesor a nivel medio superior de las materias de Lengua Española, Educación Artística y Estética, y Literatura Mexicana e Iberoamericana, así como profesor del taller de creación literaria "Dragones de Tinta". Escritor colaborador en la antología de "Lazos y Tejidos", del año 2021, trabajó en la columna "De héroes y monstruos" de la Revista Palabrerías, así como escritor publicado en la Revista Psicopompos.

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