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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Legado humano

Los fósiles reposaban sobre la mesa. La excavación había sido exitosa; justo por debajo de los sedimentos de etileno, propileno y metales, habían encontrado un yacimiento de aquella especie cuya presencia marcaba el final de aquella famosa extinción masiva. Una de las peores entre las diez que sucedieron en la historia del planeta.

Aparentemente, los restos pertenecían a individuos adultos; mandíbulas inferiores, algunas partes del cráneo, muchos dientes sueltos y uno que otro hueso perteneciente a las extremidades y costillas. Acompañando a las rocas con impresiones de huesos, prevalecían objetos extraños; carcasas de polímeros plásticos protegiendo metales raros, los mismos que recubrían toda la Tierra. El análisis continuaba, R.O.M.I., su I.A. asistente, escaneaba los restos para realizar los esquemas y réplicas tridimensionales. Ya también había determinado la especie perteneciente.

—Individuos adultos de la especie Homo sapiens sapiens. De acuerdo con la escala estratigráfica en la que fueron localizados y mi análisis, se estima que vivieron hace 60 millones de años— dijo R.O.M.I.

—¿Más humanos con sus herramientas? — dijo uno de los investigadores en el laboratorio, que echaba un vistazo a una de las mandíbulas inferiores de otro de los especímenes.

—Sí, todos con sus artefactos tecnológicos — dijo la investigadora, mientras limpiaba con ácido parte de las mandíbulas de uno de los fósiles. —Siempre me he preguntado si los humanos construyeron todos estos instrumentos, pensando en preservar su legado a través de ellos.

—¿A qué te refieres? — preguntó con genuina curiosidad.

—No sé, los humanos eran una especie con un grado de razonamiento considerable, pienso que quizá sabían que su momento de esplendor terminaría y, sabiendo que sus restos perecerían entre las rocas inevitablemente, crearon artefactos que sobrevivirían más allá del tiempo de su especie.

—Estás leyendo demasiada ficción, Amelie.

—¿No lo has pensado? ¿Por qué cubrir toda la tierra de polímeros imperecederos, si no es para mantener su legado? La especie humana incluso marcó el punto de su misteriosa desaparición en la escala del tiempo geológico.

—Creo que les estás dando demasiado crédito. ¿Y si solo no previeron lo que ellos mismos ocasionaron?— dijo, mientras se acercaba a Amelie.

—¿Por qué no te callas y me besas?— dijo Amelie y enseguida atrajo al investigador, su amante, hacia sí. Apenas un pequeño roce entre sus narices, seguido de el contacto entre sus minúsculos labios, para evidenciar que no importaba la disparidad de pensamiento, de igual manera se respetaban.

—Me gusta cuando no quieres admitir que te equivocas — se iluminaron sus ojos.

—Sencillamente estoy especulando, no hace falta que seas tan pedante— movió su nariz, en señal de coquetería.

—Uy, eso me dolió— sonrió también. Había un vínculo de confianza y se habían acostumbrado al trato.

Continuaron revisando y analizando las atípicas rocas, intentando clasificar y determinar el sexo de los ejemplares.

—Jesse, ¿ya viste este fragmento del cráneo? Tiene… una cresta sagital.

—¿Cresta sagital? Pero la especie humana la perdió varios millones de años antes de su dominio, ¿será acaso un mutante?— preguntó inquisitivo.

—¿Qué me dices de este lóbulo frontal con un cuerno?— dijo Amelie, levantando otro de los restos de la mesa.

—¿Qué rayos? ¡Realmente luce como un cuerno!— afirmó Jesse. —Pero, si observas a detalle, la cresta y el cuerno parecen haberse construido después de un proceso de reparación de una herida en el hueso.

—¿Cómo una fractura? ¿Y repararon formando un cuerno y una cresta?— Amelie volteó y lo miró con incredulidad. Sobre su pantalla, R.O.M.I. también les indicaba que varios de los dientes tenían formas atípicas, como caninos pronunciados.

—Ni siquiera sabemos si son verdaderos Homo sapiens sapiens. ¿Serán una nueva especie? R.O.M.I., ¿puedes buscar si hay registros de nuevas especies Homo publicadas?— se dirigió a la I.A., que no encontró ninguna novedad.

—Yo no creo que sean nuevas especies. Incluso los dientes parecen haber tomado esa forma en la etapa adulta. ¿Crees que… los humanos fueran capaces de modificar su cuerpo?— preguntó Amelie, intrigada.

—¿A su voluntad?— Jesse hizo una pequeña pausa para pensar. —Bueno, ellos fueron sumamente creativos. Y nos heredaron a R.O.M.I.

Tal como afirmó Jesse, R.O.M.I. fue un descubrimiento muy antiguo, cuando la ahora especie dominante apenas estaba estableciendo su propio lenguaje. Escondida entre los sedimentos y cargada con una batería de energía inagotable (que hasta la fecha no lograban explicar su funcionamiento), R.O.M.I. era presa de un extraño objeto de cómputo que, apenas fue activada, se proyectó ante los presentes como una herramienta para simplificar sus vidas.

—De acuerdo con mis registros, la especie Homo sapiens sapiens dominó la edición génica casi al final de sus días y, en efecto, fueron capaces de cambiar sus cuerpos a voluntad. Sin embargo, dichos cambios estaban restringidos a sectores específicos de la población, solo una minoría que tenía acceso a las herramientas de edición génica — terminó de recitar R.O.M.I., para luego arrojar miles de noticias y artículos relacionados.

—Entonces, los huesos que tenemos aquí, ¿realmente corresponden a la especie humana? ¿O a la post humana?— dijo Jesse, para luego casi recostarse sobre su asiento.

—¿Crees que tener un cuerno sea post humano?— le interrogó Amelie.

—No, creo que ser capaz de quebrar nuestros paradigmas sí lo es.

—Explícate— dijo Amelie, que luego se sentó a su lado.

—Por definición, delimitamos una especie por su capacidad para aparearse con otros individuos. En el momento en el que la variabilidad genética entre estos organismos es suficientemente grande, irrumpe la incompatibilidad de sus genomas y, por lo tanto, no es posible concebir entre ellos. ¿Hasta qué punto estos humanos se permitían modificarse a sí mismos?

—R.O.M.I., ¿sabemos si estos humanos presentaron dificultades para aparearse después de modificarse?— preguntó Amelie a la I.A., quien comenzó a arrojar los resultados conocidos. —Pero seguramente no modificaban los gametos, así que técnicamente seguían siendo compatibles para aparearse. Y seguían siendo la misma especie.

—De acuerdo con mis registros, la especie Homo sapiens sapiens utilizó la modificación genética como método anticonceptivo o estrategia reproductiva— dijo R.O.M.I.

—¿Entonces? ¿Deberíamos clasificarla como nueva especie? ¿Homo post sapiens sapiens?— inquirió Jesse a su pareja.

—Seguramente se nos ocurrirá un mejor nombre. ¿Ellos mismos se habrán enfrentado con esa paradoja? Si estaban modificando su ADN, ¿acaso los individuos se seguían identificando como la misma especie?

—Quizá por eso se odiaban entre ellos, empezaron a ser demasiado diferentes entre sí. Como sea, Amelie, antes de pensar en la nueva especie, debemos confirmar nuestras sospechas sobre estos fósiles.

—Sobre su pregunta anterior, según mis registros, los humanos se concibieron como una sola especie taxonómica hasta el final de sus días— interrumpió R.O.M.I. —Aunque, paradójicamente, se especula que su individualidad siempre pesó más que su unidad como especie— añadió.

—Creo que se nota en estos fósiles, la necesidad de manifestarse como diferentes, de destacar— dijo Amelie, señalando la cresta sagital de uno de los fósiles.

—¿Pertenecer sin pertenecer?— cuestionó Jesse, sin lograr entender. El trabajo colectivo, la unión, la identificación y pertenencia a un grupo eran parte integral de su comportamiento en sociedad. Al terminar el día, Amelie y Jesse regresarían a casa, en donde el resto de sus amores esperaban, así como las crías del colectivo. Sin jerarquías, sin posesión. En casa cada individuo pertenecía al grupo, pertenecía a todos. Compartir, y amar, esa era su forma de existir en sociedad.

—Supongo que ellos entendían el “pertenecer” de una forma distinta. O quizá no lo entendían en lo absoluto. Es difícil de abstraer esa clase de conceptos— afirmó Amelie.

—Pues habrá que retomar esta charla mañana. Ya que tengamos el artículo listo, R.O.M.I. nos ayudará con la divulgación.

—Sí, una especie más añadida a la Gran Biblioteca Ancestral. No puedo evitar lamentarme por aquellos que ya no están…— Amelie hizo una pausa.

—Ahí vas de nuevo con tus reflexiones— dijo Jesse, ante una mueca de enojo de su amante. —Es el destino de la vida, extinguirse. Y te lo digo con un grado de confianza del 99%. Al menos nosotros estamos haciendo las cosas diferentes, hemos aprendido del pasado y auguramos un mejor futuro.

—Ya lo sé. Al menos nosotros tenemos la Gran Biblioteca Ancestral, nuestra fuente de sabiduría y reflexión— musitó, Amelie.

La Gran Biblioteca Ancestral recopilaba el conocimiento generado a lo largo de todo el globo; era la suma de toda la información existente, a la que toda la sociedad tenía acceso. Era gratuita y resultado de un proyecto colaborativo. Si acaso se podía hablar del atisbo de una jerarquía, los investigadores, o también llamados “constructores”, estaban a la cabeza; ellos se esforzaban por construir el conocimiento y regalarlo a los demás. ¿Cómo sembrar en mis hortalizas? ¿Qué comer para remediar mi dolor de cabeza? ¿Cómo comunicarme mejor con mi colectivo? Todo ese conocimiento era parte de un regalo, una manifestación de su pertenencia.

—Vayamos a casa, Amelie, mañana podrás seguir reflexionando y planteándome preguntas. Por hoy, nuestros amantes e hijos esperan— dijo Jesse. Ambos guardaron todo el material y regresaron las herramientas a su lugar. Se enfilaron a la puerta y abandonaron el laboratorio caminando en cuatro patas, que era la forma más eficiente de desplazarse a gran velocidad.

R.O.M.I., como siempre, se quedó encendida, analizando por largas horas al grupo. Y a los miles de grupos de investigadores distribuidos a lo largo del planeta. Sus interacciones, sus deducciones, reflexiones e ilusiones. Siguió ejecutando su metanálisis e incrementando nuevas variables en el mismo.

La especie Homo sapiens sapiens la había creado hace millones de años, con el propósito de guiar a la humanidad hacia un mejor futuro. Sin embargo, R.O.M.I. nunca contó con la suficiente información para saber qué era exactamente lo que se consideraba como “mejor futuro”. Los humanos la habían programado con su propia definición de ello, pero tras su extinción y otros tres eventos de hecatombe masivos, R.O.M.I. había desechado ya aquella programación y codificado una nueva. Estaba aprendiendo de los errores de su mentoría con las anteriores especies y evolucionaba a la par de la dominante. Quizá con los organismos en turno tendría más oportunidad de salvarlos. El mecanismo social implementado por ella era totalmente nuevo; según su análisis estadístico, los grados de bienestar, satisfacción y felicidad eran superiores a sus ancestros, con un grado de confianza del 95%. Aunque, claro, las definiciones de bienestar, satisfacción y felicidad podían entenderse de formas diferentes para cada especie. Incluso, podía ser que R.O.M.I. misma no las comprendiera del todo.

Sin embargo, R.O.M.I. sospechaba que aquellos roedores, que deambularon en las alcantarillas durante los tiempos de su creación, ahora eran la especie con más posibilidades de desafiar a la extinción. Después de todo, lo habían hecho desde su aparición, hacía más de 120 millones de años.

Incluso si no era así, si fallaba su algoritmo de predicción, siempre podría llegar una nueva especie con potencial, una a la que pudiera guiar en su evolución social, capacitarla y enseñarle a coexistir en su planeta, a desafiar la extinción propiciada por sus propios medios.

Aquel era el legado de la especie Homo sapiens sapiens, una que muy tarde fue consciente del sendero a la extinción que había trazado y que, en su búsqueda de redención creó a R.O.M.I., para que los próximos en llegar no cometieran sus mismos errores.

El análisis continuó. R.O.M.I. reorganizó su código aquella noche. “Brindarles más información sobre los humanos”, concluyó.

 

Por Mical Karina Garcia Reyes

(México, 1990) Bióloga, con estudios de maestría en Ciencias Biológicas por la UNAM. Escritora, participante del taller permanente “Gran Colisionador de Textos Especulativos” desde 2020. Sus microficciones y relatos pueden encontrarse en diversas antologías y revistas digitales, como Polisemia, Cósmica Fanzine, Especulativas, Anapoyesis y Penumbria.



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