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Legados

Actualizado: 28 feb

Cuando veo de nuevo el video de hace treinta años donde esa mujer que está en la plaza que sostiene su cartel y exclama algo inaudible ante el griterío de los que corren a su alrededor, sin moverse en espera de la carga de policías con escudos y bastones… aún siento estrujarse mi corazón.

Me recuerda al video de la persona frente al tanque en Tiananmen, al del activista que recibe en el pecho una lata de gas lacrimógeno en Venezuela, el golpe de pintura verde en el rostro de una joven en las protestas en Chile, lo granuloso de las tomas en silencio con personas corriendo en un octubre del 68 en México.

Hay tantos, pero tantos videos idénticos circulando en el mundo que pareciera que esta es la realidad. En ocasiones pienso que es nuestra carta de presentación a alguna civilización que esté pendiente de lo que sus vecinos hacen.

Y también reflexiono si es que en algo hemos cambiado en estos años desde que esa mujer del video enfrentó la carga de los elementos policiacos.


—¿Qué haces? —pregunta mamá cuando llega a mi lado haciendo girar las ruedas de su silla. Años que no ha podido caminar desde que le rompieron la espalda.

—Veo videos para un trabajo —miento un poco ya que no quiero que se intranquilice de más. Llevamos varios meses bajo toque de queda.

—¿Videos? ¿YouTube? —pregunta con interés. Luego me pide que le busque algo que la distraiga del aburrimiento y la sensación de inutilidad tras todo este tiempo encerrados. Si no fuera así, algún compañero o compañera vendría por ella para llevarla a la universidad. Ama estar allí, dar clases a primer semestre, seguir con sus investigaciones y continuar publicando artículos. También es una figura importante en el sindicato y sigue corrigiendo los desplegados que publican además de conseguir que firmen los que luego se ponen remilgosos.

—Si, mamá. Si quieres pongo algo en la tele en lo que preparo comida —respondo a la par que bajo la pantalla de la laptop.

—Déjame verlo —responde con una sonrisa, con ese gesto picaresco que es muy difícil rechazar cuando lo hace tu madre.

Dudo un momento, ella me mantiene la mirada y la sonría no cede.

—Está bien —respondo a la vez que accedo y retrocedo una página en el navegador para que ambos veamos de nuevo el video que amplifico para que ocupe toda la pantalla.


Empieza con una toma amplia de la plaza donde hay multitud de personas con pancartas, mantas y protestando frente a la sede del gobierno. De las calles laterales se ve cómo salen escuadrones de policías enfundados con escudos, cascos y bastones. El orden que presentan es más militar que civil. Se acomodan alrededor del perímetro de la plaza encerrando a los manifestantes. Estos dejan de mirar hacia el palacio presidencial e intentan hacer un círculo. Entre el griterío suenan los altavoces de los vehículos policiales solicitando que los manifestantes despejen la plaza.

En una esquina los destacamentos abren un pasillo que permitirá la salida. Algunos de los que están en la plaza caminan hacia la posible salida. En los altavoces se advierte que dejen en el suelo cualquier objeto que porten y que acepten ser revisados. Luego se insiste en que se abandone la plaza de forma pacífica.

Más se animan, dejan las pancartas y mantas en el suelo. Otros, que llegaron al pasillo tienen las manos levantadas y son revisados por policías. A varios, varones principalmente, de forma violenta les hacen bajar los brazos y los esposan no sin antes darles de bastonazos y patadas.

Por tercera vez suena la advertencia de abandonar el lugar, pero antes de que terminen las palabras el muro de policías en la esquina contraria al pasillo levanta escudos y bastones para lanzarse a la carga.

Cunde entonces el pánico, quien graba percibe algo y hace un zoom extremo para centrar a una mujer que sostiene su cartel, exclamando algo inaudible ante el vocerío de los que corren a su alrededor buscando escapar por el pasillo abierto. No se mueve en espera de la carga de policías con escudos y bastones. Uno de ellos llega, le arrebata el cartel mientras otro la alcanza y la golpea en la espalda con el escudo. Cae de rodillas y los policías la rodean para empezar a patearla.

Entonces el camarógrafo regresa a la vista de toda la plaza. El pasillo ha desaparecido y los escuadrones de policías sostienen ese lado con sus escudos y bastones mientras los demás se dedican a golpear a los asistentes. El video se detiene.

Volteo para ver a mi madre quien sigue mirando la pantalla embebida en sus pensamientos.

—Nunca supe que me habían grabado —dice en un susurro tiempo después—. Una lágrima escurre por su mejilla derecha. No sé qué decirle, cómo reaccionar. Al verme en silencio y afectado, retoma fuerza y continúa:

—Pero al final ganamos: naciste en una democracia, fundamos un sindicato y se logró un contrato colectivo. Quizás no se pudo enjuiciar al que ordenó que nos hicieran esto —señala la pantalla— como otras atrocidades pero cambiamos la ley y ha sido penado desde hace tiempo. Tampoco lo olvidará mi generación ni la tuya, si estos videos siguen circulando. Si, quedó mucho por hacer y lo lamento, fue lo que pudimos con la fuerza que teníamos y en ese pedacito de historia.

La luz sufre un bajón, vuelve a la normalidad y en el exterior suenan las sirenas de patrullas como helicópteros. Altavoces lejanos resuenan con frases que no distingo, suenan disparos y la electricidad se va en definitiva. Abrazo a mamá iluminado sólo por la pantalla de la laptop.

—Y tristemente las conquistas son frágiles, hay que seguirlas defendiendo. Hoy, quizás, habrá otra mujer cara a cara con las fuerzas del estado. Y mañana habrá otra, y luego una más. Ganaremos de nuevo —me dice mientras también me abraza.

Los sonidos afuera se recrudecen y se acercan más. De nuevo divago en los videos que corren alrededor del mundo y viajan por el espacio. La civilización en ese planeta lejano posiblemente llegue a entender lo mismo que mi madre ha defendido toda su vida: los derechos y la justicia hay que mantenerlas en una eterna lucha, lugar tras lugar, año tras año ya que es el legado de nuestros progenitores y será el de nuestros hijos.

 

Por Eduardo Omar Honey Escandón

(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer o segundo lugar como finalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.



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