Emiliano siempre soñó con ser un gran detective, y poder resolver algún caso importante. Lejos estaba de imaginar que aquel día tendría su oportunidad.
Desde el primer momento, sintió que había algo que no le gustaba, algo que no estaba bien en el modo en que ese robo fue efectuado. Fue la primera vez que presenció un robo real. Debido a esto, el momento quedó tan fuertemente grabado en el interior de su mente.
El motociclista apareció, a toda velocidad, se acercó al borde de la vereda por donde la señora Piñero caminaba, y sin disminuir la celeridad de su vehículo, le arrebató la cartera que esta llevaba colgando de su hombro izquierdo, para luego huir, mientras la mujer caía al piso y gritaba pidiendo ayuda.
Él se dirigía a su casa, caminando en la dirección contraria a la de ella, por lo que pudo ver todo. Intentó memorizar la patente de la moto pero, antes de que desapareciera sin dejar ningún rastro, pudo apreciar que esta brillaba por su ausencia, así que se sumó a las personas que intentaban asistir a la señora Piñero, entre las que rápidamente identificó a su marido quien, según las propias palabras que le referiría momentos después en la casa que la pareja ocupaba, había salido más temprano del trabajo para acompañar a su esposa, luego de que ésta cobrara su jubilación, a pesar de la insistencia de en que no lo hiciera para no molestarlo.
—Soy detective privado—les mintió Emiliano a ambos.
Era su oportunidad de comprobar si había aprendido algo leyendo las aventuras de sus detectives favoritos.
Sin mucha charla, el señor le pidió que los acompañara a su casa, pues las palabras de aquel joven aumentaron su fe respecto a la posibilidad de recuperar todo el dinero que se encontraba en la cartera de su mujer.
Por un segundo, el falso detective lamentó el haber despertado esperanzas en ese hombre, pues solo se enteró de lo usual: no tenía idea de cómo se pudieron enterar de que su esposa acababa de cobrar todo ese dinero, y que lo llevaba en su cartera, que seguramente alguien del banco dio la información. Con respecto a su vida cotidiana, regularmente él estaba poco tiempo en su casa en la mañana, tenía un arma para autodefensa en la casa, su mujer se la pasaba sola ese tiempo en la cocina, trabajando en el jardín, mirando televisión, etc. El caso no le parecía emocionante, y no sabía qué debía haber.
Al ya estar de nuevo fuera de la casa, fue cuando Emiliano notó algo extraño, algo que lo convenció de cuál debía ser su siguiente movimiento.
Fue a su casa a buscar su pistola. Adquirió esa arma en cuanto comenzó a vivir solo, pero esa sería la primera vez que la usaría.
Se dispuso a esperar cerca de la casa de la pareja. Cuando ella salió furtivamente a medianoche, la siguió sin que se percatara de su presencia y, en el callejón oscuro, con la señora aún de espaldas a él, disparó su arma contra el sujeto de mediana edad que estaba frente a ella. Este se desplomó sin vida, junto a su moto.
El hecho de que el revolver de Emiliano tuviera silenciador no evitó que la señora se volteara espantada hacia él, apuntándole con la pistola de su marido, un segundo antes de reconocerlo.
—Era su amante, ¿no?—le preguntó él fríamente.
Su mirada, y el hecho de que bajara el arma, lo dijo todo así que continuó:
—El estado de su jardín delata que no recibió cuidados en un tiempo, por lo que me percaté que le mintió a su esposo ¿Por qué le mentiría?, ¿qué estaba haciendo en verdad? Viéndose con otro hombre. Pasando al robo: nadie camina con su cartera llena de dinero, en el cordón de la vereda, dejando este expuesto a quien pase. El "robo" fue simulado porque él la estaba extorsionando, ¿no?
Ella comenzó a llorar:
—En parte sabía que solo estaba conmigo interesado en el dinero, pero... Me hacía sentir especial, joven otra vez... Quise terminar con todo, pero me pidió demasiada plata a cambio de desaparecer. No tenía modo de justificarle a mi esposo la desaparición de tanta cantidad, así que simulamos ese robo. Ahora debíamos reunirnos para que la otra parte de lo que me pidió...
—Pero usted no podía dársela pues su marido se daría cuenta, aunque este hombre probablemente insistiera en que no. El que tuvieran un arma guardada me indicó que usted no se quedaría de brazos cruzados. Decidí estar alerta afuera de su casa. No quería que alguien más cargara con una muerte. Váyase, me las arreglaré para esconder lo que hice de la policía y si no lo consigo, que pase lo que deba pasar.
Por Eduardo Barragán Ardissino
(Mar del Plata, Argentina, 1988)
Siempre me gustó mucho la literatura (tanto leer como escribir), motivo por el cual estoy estudiando para llegar a ser profesor de lengua algún día.
Soy autor de cuatro libros digitales interactivos, los cuales se encuentran disponibles en la app Pathbooks: Una detective desconocida, La puerta, El juego del puente, y Los cíclopes araña invasores. También he escrito varios cuentos que han sido seleccionados en distintas convocatorias, por lo que están disponibles para su lectura online en diferentes páginas de internet, como YouTube (formato audiocuentos), El Narratorio (parte de antologías) Revista Culturel, etc. También hay cuentos de mi autoría como parte de antologías en formato físico (Gold Editorial). Dispongo de una sección , llamada “Lazos de literatura “, en la revista digital Fuego de Luka, donde subo relatos, y algunas reseñas, todo escrito por mí.
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