En esta historia tengo la necesidad de hacer una declaración. De un amor adolescente no correspondido que me temo, se ha convertido en un capricho. Es por esta razón que corto con este sentimiento. Con la intención de no olvidarlo, pues ha sido el más puro y el más inmenso que he sentido en mis cortos veintidós años; sin embargo, estancarme en él no es lo que deseo.
Todo comienza con otra historia de amor no correspondido. Me encontraba en la plaza de la escuela, justo en el centro de esta; triste y rechazada porque, como es mi costumbre, estaba enamorada de un chico desde hace tiempo y justo cuando me atreví a confesarme, él me rechazó. Hundida en mi miserable tristeza, llegó él. Haciendo el acto que cualquier amigo haría, darme apoyo emocional, diciendo que todo estaría bien. Sin embargo, usó palabras que en mi inmadurez tergiverse y todo se fue a la mierda.
―Todo va a estar bien, ya verás.
―Creí que sentíamos lo mismo. ¿Me daba malas señales o soy una tonta?
—¡No! No eres una tonta, él es un tonto. Te juro que estarás bien y si no, aquí estoy yo... ―lo miré con ternura al escucharlo y continuó aclarando― como amigo, claro.
Y sí, lo estuvo. Mientras me recuperaba él estuvo presente, en cualquier parte que yo me encontraba él llegaba o ya se encontraba ahí. Cada tarde que llegaba a mi salón, minutos después llegaba él, conversábamos de cualquier cosa, nos molestábamos por cualquier cosa y a pesar de saber que sólo éramos amigos no pude negarme a empezar sentir algo más por él. Quizá fue el tiempo, la compañía o lo segura que me sentía cuando estábamos juntos; su mirada o que teníamos el mismo amor por los libros. Y es gracioso porque al recordar todo esto me llegan de repente todas sus facciones. Con su rostro aún de niño por sus ojos tiernos, labios delgados y una sonrisa que me encantaba ver siempre porque venía acompañada de sus lindos hoyuelos. Tiene una de las más bonitas sonrisas que he visto en mi vida. Amaba los libros de Stephen King, tenía casi todos sus libros y cada que pasaba por una librería intentaba adivinar cuál no tenía para poder regalárselo. Y mientras más pasaba el tiempo, pensaba más en él que en mí. Grave y estúpido error.
Pasé la mitad de mi prepa enamorada de él. Mientras esperaba que algo cambiara la trama de este drama adolescente, también esperaba que cambiara algo en él y saber si tenía algún sentimiento por mí o no. No quería que la historia se repitiera y por eso me callé por mucho tiempo. Sin embargo, cuando eres joven no puedes callarte esas cosas con tus amigas. Y en un acto de libertad que me dejara respirar, me confesé ante mi mejor amiga, que también era su mejor amiga, cosa que servía para decirme todo de él. Otro grave error, porque en lugar de soltar, me aferré a él y empecé a forzar todo. Intentaba de todo para llamar su atención, le hablaba de libros y música que no me gustaban, pero a él sí, le enseñaba mis escritos, mis ideas, le hablaba de chicos que le decía que me gustaban, pero no era cierto. A tal grado que lo harté. Me decía que los libros que me gustaban eran basura, mis escritos eran malísimos y se reía de ellos, que mis ideas eran clichés y que todo estaba mal. A comparación de otros idiotas que me habían insultado, él jamás se metió con mi físico, pero sí fue el primero en meterse con mis palabras, mi arte, cuyo contenido, en su mayoría, era para él y por él. Esto terminó de romperme por completo. Me enojé con él y me distancié, no sólo porque estaba enfadada, sino porque también estaba triste. Indirectamente me había rechazado y la tormenta sentimental que tenía en mi interior no paraba. La imagen del chico perfecto se empezó a caer. No recuerdo cuanto tiempo dejé de verlo y convivir con él, quizá fueron dos semanas o un mes, no mucho. Pero sí lo suficiente para olvidarlo y convivir más con mis amigas.
Un día, subiendo las escaleras que me llevaban a mi salón, me lo encontré. Me miró con el ceño fruncido y comenzó a cuestionarme.
―¿Por qué me cambiaste?
Lo miré de igual manera y sin hacerle caso, seguí subiendo los escalones.
―Ya no me ignores. ―dijo el muy desgraciado que ni cuenta se había dado de lo que pasaba y del porqué me encontraba enojada con él. Me enfadé y en mi impulsividad me le fui a golpes con lo que tenía en la mano. Mi mochila. Le pegaba en el pecho y estómago, si le hubiera alcanzado la cara, seguro le daba un puñetazo. Mis golpes eran como piquetes de mosco para él. Con la diferencia de nuestras alturas pudo tomarme de los brazos y tirarme al suelo. Mientras trataba de calmarme.
―¡Ya! ¡Cálmate, loca!
―Te burlaste de mí y de mis libros, de mis textos, no me voy a calmar.
―¿Por eso te enojaste? ―fueron esas cuatro palabras para que el diablo se apoderara de mí. Le di la vuelta y quien se encontraba en el suelo ahora era él. Le pegaba más fuerte, pero él sólo se reía. El conserje pasó a un lado de nosotros y en lugar de separarnos, nos dejó continuar.
―Sí, por eso me enojé porque eso no hacen los amigos, debiste apoyarme. O mínimo no burlarte. ―Él comenzó a disculparse, pidiendo que ya no le pegara. Fue sincero y ya lo había perdonado, pero no dejé de golpearlo― ¿Por qué debería dejarte?
―¡Porque eres mi mejor amiga!
Sí, ahí estaban sus sentimientos por mí. Me detuve y me senté frente a él. Aquella imagen del chico perfecto había aparecido de nuevo. Nos miramos y la verdad, es que no tenía más para decir.
―¿Qué tu mejor amiga no era Mafer?
―Sí, pero también tú.
Mis sentimientos jamás cambiaron, siempre lo he querido mucho. Pero aquella declaración me hizo sentir diferente. Ya no era sólo una amiga, sino su mejor amiga y mi corazón optimista aspiraba a que en algún momento subiríamos de puesto a más que eso. Nuestra relación comenzó a ser más afectiva, había más convivencia y nos llevábamos mejor. Nos protegíamos como lo hacen los mejores amigos. Me había hecho a la idea de que sólo éramos eso. Pero mi corazón se negaba a entenderlo, así que lo silencié y mantuve la línea de mejores amigos, sin decir nada más.
Todos los días me esperaba afuera de mi salón para el receso. De repente lo dejó de hacer. Él también se había enamorado.
En un salón, al otro lado del edificio se encontraba una hermosa chica. Era unos semestres menores que nosotros. Sabía de ella, sabía que existía porque en algún momento me había contado como la había conocido. Decidí no hacerle caso a su interés por ella, porque muy en el fondo sabía que le gustaba. Hasta que los vi dándose un beso. Desde mi asiento, a mitad de mi clase de administración, con el nudo en la garganta y los ojos a punto de llover. En las últimas clases intercambiábamos salones de clases, teníamos que cruzarnos y ese día lo volví a ignorar, de no haberlo hecho, este drama no hubiera tenido un buen final. Así lloré en el salón de clases, con mis amigas abrazándome y diciendo que todo estaría bien. Y eso ya era suficiente drama adolescente.
Decidí que después de ese día no volvería a mostrar interés por él. Me tragué mis sentimientos y me indigesté de ellos. Sabía que ningún poder podría hacer que me quisiera igual, no se puede obligar a alguien sentir el mismo amor. No sé si lo sabía o se lo contaron, porque yo jamás se lo dije con palabras. Cuando nos graduamos, la pasamos juntos, en nuestro último día me dedicó un estado, agradeciendo por ser su amiga. Aquel gesto me hizo comprender que sólo con esos ojos me veía y lo acepté. Los diferentes caminos nos hizo distanciarnos, conocer otras personas, otras amistades, lo recuerdo bonito. Pero ya me cansé de amarlo. Ya no lo haré más.
Por Yunuen Flores
(Cuernavaca. Morelos)
Egresada de la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, UAEM. Forma parte del comité editorial de la revista semestral estudiantil Metáforas al aire, del Instituto de Investigación de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, UAEM. Publicó de manera independiente y gratuita su primera antología de cuentos de terror Sueños sublimes, en el 2020. La cual se puede encontrar en su perfil de Instagram @soyeltulipan, en donde también tiene algunos de sus textos autopublicados.
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