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Foto del escritorcosmicafanzine

Los enemigos del sol

Actualizado: 28 feb

Onax llevaba tiempo fijándose en aquellos ojos color azul eléctrico, que lo miraban todas las noches desde la mesa del fondo, mientras él atendía desde la barra a los ebrios que buscaban perder la mente en la oscuridad de la noche. -¿Hasta cuándo le dirás lo que sientes?- preguntó Duyon, a la vez que bebía un Martini sentado del otro lado de la barra. -No creo poder hacerlo- replicó Onax. Miró a la chica, y al notar que ella también lo miraba, redirigió los ojos hacia abajo, tratando de fingir; como si no se hubiese dado cuenta del incómodo choque de coquetería. -¿Por qué?- se empinó la copa -pasa solo una noche con ella, como con las otras. -Pero ella es mi amiga y algo me dice que no es como las otras. Duyon lanzó una carcajada. -Pues en efecto, no es como las otras, es una máquina- el chico se apartó de la barra -ya me voy, te veo en casa. Onax miró con discreción nuevamente a la joven. "La máquina más hermosa que he visto" pensó.

Era de día, pero las únicas luces que tocaban el interior de la casa eran artificiales. En cada una de las ventanas colgaba una cortina oscura, y en cada pequeño rincón de dónde pudiese colarse el sol, se encontraba una tela metida a presión. Lo que sí, impedía el paso de luz solar, el peor enemigo de Onax y Duyon. Sentados uno en cada extremo de una mesa, sosteniendo controles, los chicos jugaban a "Combate JPS". Pequeños proyectores instalados a los bordes lanzaban mini imágenes holográficas de sus respectivos personajes que luchaban con armas japonesas. -Entonces ¿Cuál es el problema real?- cuestionó Duyon sin distraerse del juego. -El problema es que la quiero para más que solo una noche- aclaró Onax. Se mordió el labio con la mirada clavada en los hologramas. -¿Temes que no te acepte si le dices que eres nocturno? -Cielos Duy, nadie nos aceptaría. Somos armas nucleares... ¡Rayos!- terminó el juego. Duyon había ganado. Ambos alzaron la mirada y Onax prosiguió: -Si nuestra identidad llega a manos equivocadas acabaremos encerrados en cubos antibombas por toda la vida. -Cierto, como le pasó a los que vivían en la montaña, se exiliaron solos para no hacer daño a la sociedad, y aun así los capturaron.

Esa noche, al ocultarse el sol, Onax partió al bar donde trabajaba. Seguía el rumbo por el centro de la ciudad igual que todas las noches, admiraba a la hermosa diversidad que había evolucionado en el mundo; ya no se podía diferenciar entre humanos y máquinas, a pesar de las nuevas modas que seguían los adolescentes, como dejar al descubierto un brazo mecánico, la extirpación de los párpados para presumir un ojo láser, o la instalación de tacones en los talones para ser más alto. De repente, entre la fría brisa que corría por las calles, una mano tocó el hombro del chico, y este, volvió la mirada hacia atrás. -Hola Onax. Era ella, la linda chica de ojos azul eléctrico. Vestía un cálido abrigo café y el viento le movía los cabellos como olas en el mar. -Hola Zolar ¿Cómo te va? ¿Vas al bar?- Comenzaron a caminar juntos. -Iba, pero te vi y pensé que podría invitarte a tomar un café en mi casa. Onax no pudo evitar sonrojarse "Me está invitando a salir" dijo a sus adentros para afirmarse a sí mismo que no estaba soñando. Aunque no estaba totalmente seguro de estar listo para aquella cita, pues sería la primera con ella. ¡Pero cielos! Se trataba de Zolar, la máquina humanizada más bella del mundo ¿Cómo rechazarla? El muchacho dejó de dar tantas vueltas en su mente y respondió a la propuesta: -Me encantaría- disimuló una atractiva sonrisa. -¡Genial! Pero... ¿Y tú trabajo? -Llamaré y pediré que un suplente portátil se ocupe de mi turno.

Mientras Zolar servía el café de menta en un par de tazas esféricas, Onax esperaba sentado en el comedor levitante, hablando acerca de cómo era trabajar de barman; siempre conociendo a gente nueva con problemas nuevos cada noche, y cómo siempre los enterraban con cócteles. -Hablando de conocer gente... Fue por eso que te invite- Zolar le ofreció una taza a su invitado -te conocí hace muy poco, pero hay algo que me dice que eres muy especial- sorbió su café. -¿Especial? ¿Qué podría tener yo de especial? -¿De dónde vienes?- preguntó la joven curiosa. Onax titubeó. -He vivido aquí toda mi vida. -¿Enserio? Anoche estaba pensando que... Jamás te he visto en el día, creía que si, pero supongo que fue un espejismo. Onax comenzó a ponerse incómodo, ¿Zolar sospechaba que era un nocturno? ¿Debía confesar que lo era? Parecía que el tic tac del reloj holográfico proyectado en la pared presionaba al chico para tomar una decisión. Afuera los autos se movían veloces, dejando un sonido que se disipaba en el ambiente, eran como moscas zumbando en los oídos. Con las ideas revueltas, las palabras de la boca de Onax comenzaron a salir. -Zolar, tengo que decirte algo importante- ambos reposaron sus tazas sobre la mesa y se miraron a los ojos -Soy un nocturno. El cálido y agradable momento que se estaba formando, de un segundo a otro se tornó tenso y frío. Zolar entreabrió sus labios para dejar salir un suspiro con olor a café de menta. Se hizo el silencio por unos segundos. -¿Cómo surgieron los nocturnos?- preguntó la chica, como si la confesión de Onax no la hubiese afectado en lo más mínimo. El muchacho, un tanto sorprendido por aquella reacción tan serena comenzó a relatar: -Hace un par de décadas atrás, el doctor Gett Goler era el único científico que se oponía a la humanización de las máquinas. Al ser ignorado por el gobierno, en forma de venganza instaló bombas solares en miles de bebés recién nacidos. Así, nos condenó a vivir en las sombras de la noche, ocultándonos de la ley y de la luz del día. -Eso quiere decir que si un rayo de sol toca tu piel... -Explotaré. Y la muerte me llevará de la mano junto con miles de seres más. Por eso nos tienen tanto miedo. -¿Nos?... ¿Conoces a más nocturnos? -Duyon también lo es- confesó el joven con plena confianza en la muchacha. -Conocíamos también a un pequeño grupo que se había ocultado en las montañas, pero el gobierno los encerró en cubos antibombas hace cinco años. Onax sintió que el temor que no había visto en la expresión de Zolar hasta ese momento, esta vez saldría. Creyó que correría aterrada al estar consciente de encontrarse en la misma habitación que una bomba humana. Pero no lo hizo, en cambio, se levantó de la silla y caminó hacia él con una mirada piadosa. -Yo siempre te voy a proteger- le dijo susurrando. Se inclinó hacia él y lo besó. La noche era iluminada por una luna menguante, y a Onax le comenzaba a palpitar de forma entraña todo el cuerpo, pero pensó hasta el último filo de su cordura que sería una noche memorable, pues estaba a punto de dormir con la chica que le gustaba.

Aún estaba oscuro cuando despertó, se enderezó y sintió que le dolía la espalda y la cabeza, no recordaba mucho de lo que había pasado, solamente que él y Zolar estaban besándose y después todo se había puesto borroso.

El chico giró la cabeza de un lado a otro tratando de ubicarse, pero no encontró ninguna señal que le indicara su paradero. Se levantó, y como perro siguiendo su cola, giró varias veces sobre sí mismo. Comenzó a alterarse, buscando cualquier cosa que sus ojos pudieran ver más allá que solo el cielo y la tierra del suelo.

Estaba en medio de la nada.

Onax sintió un terrible escalofrío, tal vez lo que alguien sentiría si la muerte literalmente le tocará un brazo.

Miró hacia el horizonte y su rostro recibió la primera brisa matutina, estaba amaneciendo. El corazón comenzó a saltarle tanto que sintió que estallaría, luego de reaccionar, sus piernas comenzaron a correr. "¡Diablos! ¡Diablos!" Pensaba.

La línea que se formó con el primer rayo del sol al tocar el suelo perseguía a Onax, le pisaba los talones. La persecución era deplorable, ya que el joven sabía que lo inevitable pasaría, sin embargo, se empeñaba en correr y correr. Más que nada por el instinto de supervivencia con el que había crecido.

Entre sus pensamientos podía ver a Duyon; que también era nocturno, Zolar; quién lo había traicionado y su vida; que en esos últimos momentos no era más que un juego. Un juego que había iniciado de forma injusta, al haberle arrebatado la vida, la juventud, la felicidad. Un tonto juego que perdió, cuando el sol alcanzó el primer milímetro de su piel.

 

Por Cesco Ram

Francisco Ramsés Ramírez Juárez, mejor conocido como Cesco Ram, nació el 7 de febrero del 2001. Poeta Tlaxcalteca y escritor de, mini relatos, cuentos de terror, ficción, suspenso, drama, entre otros. Ha publicado en las revistas “Doble Voz”, “Polisemia”, ha colaborado en la colección de “Rumbo a Mundos Distantes” de “Fóbica Fest” y ha sido seleccionado para el siguiente número de “Antología virtual de minificciones mexicana”



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