—¡Hola!, Hermanos humanos. Sí, soy yo, ese árbol que veis plantado en medio de la plaza, y desde el que observo todo lo que ocurre día a día. Me llamáis plátano y no sé, a que viene el mismo, puesto que no produzco dicho fruto. Pero hoy no quiero hablaros de mí, sino de cierto pardal que, desde hace unos días, esos en los que la temperatura ha mejorado, se ha encaramado a mis ramas.
—Hola, hermano árbol —Me saludó —¿Me permitirías asentarme y cobijarme entre tu follaje?
Dada la educación que empleó en su solicitud, acepté su petición. Él, contento por encontrar un lugar en esta vida, se puso a trinar de manera acalorada.
Durante los días siguientes y mientras, ha estado mal construyendo su nido en un agujero de mi corteza, se ha esforzado en contarme su corta vida, sus aspiraciones y los sueños por alcanzar. Yo, que en mis largos años nunca me he planteado cambio alguno, tanta ilusión me ha sorprendido.
Así, este pequeño hermano, de la especie animal, sueña con todas sus fuerzas en convertirse en una blanca paloma. No me ha dicho cómo lo quiere conseguir, pero ese es su gran sueño. Poder volar más alto y alcanzar cimas hasta ahora desconocidas por él.
En algunos momentos del día, lo he visto desaparecer de entre mi copa, lo que me ha hecho suponer, que ha ido detrás de larvas y pequeñas lagartijas, que seguro le servirán de alimento.
Pero, es tremenda la fuerza de sus anhelos. Ya que días después de relatarme el gran sueño, se ha prestado a contarme el que sigue, que es nada menos que convertirse en gaviota. Sí, una de ellas. Esas que surcan los mares y que alcanzan grandes alturas, tanto mayores que las palomas, y que después descienden en picado cuál avión directo al agua, para alcanzar su comida.
Sin embargo, el pardal no se cansaba nunca de soñar. Así, que no ha tardado en comprender, que un águila es lo suficiente fuerte, para estar en lo alto de los riscos de la montaña. Desde estas alturas, podrá contemplar toda una extensa zona y con su aguda visión, detectar las posibles piezas a las que cazar para comer.
—Sí, sí, eso quiero ser yo —dijo por fin el pequeño gorrión.
Y entre sueños, pasó el verano y comenzó un otoño un tanto extraño.
—Hermano pardal —le dije un buen día —Quieres decir ¿qué no es el momento de emprender el camino a tierras más calurosas?
Él, sin embargo, me contestó.
—No puedo aún. He de convertirme en alguien más grande y poderoso —Y no dejó de soñar.
Pero una noche, a pesar de lo tupidas que eran mis ramas, el frío se apoderó de todo cuanto vivía en ellas. Así, que tan pronto amaneció, encontraron al pequeño pardal que, aterido de frío, yacía entre las hojas muertas caídas sobre la tierra.
Triste final, para un soñador. Le había perdido, el no saberse aceptar tal como era.
Por Fernando Arranz Platón
(Valladolid, España, 1941)
Diplomado en Marketing y Publicidad, Estudios de Dirección de Empresa, Derecho y Relaciones Públicas. Técnico en Accidentes, durante cerca de 40 años trabajando en Multinacional del Seguro, suiza.
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