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Malicia

El reto de ese Halloween fue pedir dulces en la casa de la anciana bruja. Nadie sabía su nombre, se había mudado a principios de año. Era terriblemente fea, no estoy bromeando ni exagerando, verla requería cierto valor; de hecho, aunque quisiera, no podría describirla con exactitud. Pienso que tendría unos 70 años, su cabello era largo, lacio y completamente blanco, sus ojos parecían perdidos en otra galaxia, tenía una verruga en la nariz, como si su existencia hubiera sido creada por un escritor de cuentos de terror infantiles tales como los que me contaba de vez en cuando mi abuelita. Nunca había escuchado la voz de aquella mujer, no hablaba con nadie ni lo visitaban familiares. Sin duda causaba terror a todos los niños que vivíamos en la colonia.

Así pues, cuando llegó Halloween, la atracción principal fue la casa de la bruja. Éramos cinco niños, todos amigos: mi vecina de enfrente, Sofía; el niño de la esquina, Mariano; los hermanos, Aron y Gustavo, y yo. Ya habíamos recorrido otras calles e íbamos a mitad de la nuestra. Reíamos con la plática mientras intercambiábamos dulces. Conforme nos acercamos al hogar de la bruja, la diversión fue disminuyendo, comenzamos a ponernos nerviosos pero nadie quería ser el primer cobarde en proponer saltarnos la casa.

Entonces nos acercamos, Aarón tocó tres veces la puerta de madera grabada con el número 18 B. Pasaron algunos segundos, casi estábamos a punto de irnos porque, por supuesto, no llamaríamos una segunda vez, pero de pronto se abrió lentamente la puerta, nadie estaba del otro lado.

Ignoro qué es eso que sucede cuando la ansiedad se apodera, va contra todos los instintos de supervivencia El caso es que todos intercambiamos miradas y así supimos que terminaríamos entrando.

Sinceramente era una casa acogedora, muy iluminada y bonita. Esperábamos encontrar calderos, gatos negros y telarañas, en su lugar, habían plantas carpetitas de macramé y peces. No recuerdo quién, quizá Sofía, saludó con voz fuerte, nadie respondió.

Cruzamos el recibidor y entramos a la sala, entonces la vimos: la anciana estaba colgando de una especie de telaraña, envuelta desde el cuello, solo su cabeza se asomaba en dirección al televisor que sintonizaba ruido blanco. Ella estaba en trance, sus ojos eran completamente negros su esclerótica había desaparecido. En su boca abierta colgaba un hilo de baba. No tuvo reacción alguna cuando nos situamos a su lado, nosotros sí gritamos, pero no pudimos correr, nuestras piernas no respondieron. Fue en ese momento cuando escuchamos la puerta principal cerrarse de golpe, las luces se apagaron dejando únicamente la pequeña iluminación que proporcionaba la tele.

Sé que nadie lo creerá, no obstante contaré la verdad. La casa comenzó a moverse, parecía una ilusión óptica. La chimenea se convirtió en una boca con afilados dientes, las ventanas ya eran ojos hambrientos, los candelabros se acercaban a nosotros, cuál brazos esqueléticos. Incluso pude escuchar su vida, su suave latir, su respiración tranquila.

Mientras seguíamos en shock, uno de esos brazos cargó sin esfuerzo a Gustavo, quien no se pudo defender, y lo llevó hasta la chimenea que lo devoró de a poco, los gritos de nuestro amigo eran ensordecedores. Chorros de sangre y pedazos de carne salían de la endemoniada boca. Gritamos como nunca, como locos, mi garganta no se repuso hasta varios días después. Me pregunté si alguien afuera nos escuchaba, si desde fuera podía verse la casa mutar cuando la chimenea comenzó a devorar a Mariano, yo continué divagando en el mundo exterior, en mi madre, en mi papi que prometió dejarme comer más de un dulce aquella noche, en mi abuelita y sus historias, en mis amigos y en el colegio. Supongo que eso me dio valor y fuerza para exigirle a mi cuerpo obediencia. Mis piernas comenzaron a reaccionar, me costó muchísimo trabajo pues la alfombra se volvió movediza, sin embargo lo logré, llegué hasta la puerta, volteé y observé a Sofía en las garras del monstruo; lloré, pero no debía detenerme. Aarón me miró, sé que deseaba alcanzarme porque también se movió, pero sus piernas no fueron tan fuertes. Yo intenté abrir la puerta sin mucho éxito, él lo notó, así que con la poca fuerza que tuvo, le hizo daño a la construcción, aventó cosas a las ventanas, rayó las paredes, golpeó, pateó, intentó destruir la alfombra, la casa quiso defenderse y descuidó la puerta, así pude salir. Corrí, lloré y grité hasta encontrar a un adulto.

Nadie me creyó. Cuando la policía llegó al lugar de los hechos, encontró a una anciana inconsciente y sangre salpicada en el piso y las paredes. La versión oficial fue que algún despiadado asesino entró a la casa de la mujer quien, por el impacto se desmayó. Por una cuestión de mala suerte, entramos nosotros, el psicópata hirió a mis amigos y yo, como mecanismo de defensa, imaginé que fue la casa.

La anciana despertó poco después, no recordaba nada y continuó con su vida normal. Yo deseaba decirle que huyera de ese lugar maldito, que probablemente la siguiente víctima fuera ella. Hasta que un día, de regreso a casa pasé frente a su hogar, ella estaba afuera y nuestros ojos se cruzaron. De la nada me sonrío con malicia.

 

Por Vivi Page

Nací en la ciudad de Puebla, el 2 de diciembre de 1997. A muy temprana edad me enamoré de las palabras y desde entonces hasta ahora he intentado conquistarlas. Estudié un año lingüística y literatura sin embargo, por azares del destino dejé la carrera, no así las letras. Mis relatos van desde lo erótico hasta lo escabroso, publicados en algunas revistas digitales. Y este es solo el comienzo.

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