Al pasar el puente encontraría el único local de comidas que había en el pueblo, según las indicaciones de un amable anciano al que le había preguntado. Era la primera vez que paraba en ese lugar, siempre lo pasaba de largo, prefería seguir hasta la ciudad y quedarse allí donde estaban todos sus clientes. Pero esa noche estaba demasiado cansado para seguir conduciendo. Así que, decidió comer algo e irse a dormir temprano.
Aparcó delante del establecimiento y entró. Estaba casi vacío. Contó y había tres mesas ocupadas. En una había una pareja joven comiendo sendas hamburguesas, en otra un hombre con una cerveza y en la tercera dos mujeres, por la edad, parecían madre e hija, seguramente de paso como él. Se sentó ante una mesa y pidió un bocadillo a la amable camarera que le atendió. La campanilla que había sobre la puerta sonó indicando la entrada de un cliente. Nadie levantó la mirada de la mesa, sólo él. De pie, en el umbral, había un hombre. Llevaba un traje gris, camisa blanca, corbata roja y portaba un maletín de cuero negro en su mano derecha. Miró a su alrededor y sus ojos se posaron en él. Se acercó a su mesa con paso lento y acompasado esbozando una sonrisa cordial y amable. El hombre sentado lo miró con verdadero desconcierto y cierto temor. Aquel hombre era exactamente igual que él. Sin preguntarle, se sentó en la silla vacía que tenía enfrente. Dejó el maletín en el suelo y cogió la carta de comidas que descansaba sobre la mesa.
-Deja que adivine –le dijo- Has pedido un bocadillo de jamón. ¿Me equivoco Lucas?
El hombre no contestó. No podía hacerlo. Se había quedado paralizado. Conocía su nombre.
-Lo sabía y sabes ¿por qué? Porque soy tú. Soy tu otro yo. El lado oscuro de tu alma.
La camarera se acercó a la mesa con el pedido. Le dejó el plato en la mesa, le sonrió coquetamente y se fue, sin preguntarle a su “invitado” si quería algo. Aquello era muy extraño.
Aquel hombre pareció leerle el pensamiento.
-No me ha preguntado si quiero algo, porque no me ve. No estoy aquí para nadie de este local, nadie me puede ver salvo tú.
Aquello lo puso más nervioso todavía. Arrastró la silla hacia atrás para levantarse y largarse de allí. No le gustaba aquello. Pero el hombre fue más rápido que él y lo agarró de una mano.
-Yo no lo haría, amigo, créeme, no lo haría –le dijo mientras su semblante se transformó completamente. La amable sonrisa de hacía unos segundos dio paso a una siniestra, malvada, que le heló la sangre.
- ¿Qué quieres de mí? –le preguntó en un hilo de voz.
Aquel hombre soltó una sonora carcajada como si aquella pregunta fuera lo más divertido que hubiera escuchado jamás.
-Te he estado vigilando los últimos meses, Lucas. Sé todo de ti. Incluso lo que quieres ocultar al resto del mundo. Tus miedos, tus fracasos, tus iras, tus ganas de triunfar, tus mentiras, tus secretos más oscuros. Has sido infiel a tu mujer. No fuiste al último partido de tu hijo porque estabas con tu amante. Has adulterado la bebida de tu compañero para arrebatarle el proyecto y que te dieran a ti el ascenso. Y tu deseo más grande es llegar a ser el dueño de la compañía. Pero arrastras un gran peso que no te deja triunfar. A veces, cada vez con más frecuencia, te gustaría no tener una familia, ser libre.
Lucas palideció ante lo que aquel hombre le decía. Todo era verdad, hasta la última palabra.
Se levantó bruscamente de la silla dispuesto a terminar con toda aquella pantomima. La gente del restaurante lo estaba observando. En sus miradas vio miedo, repulsión y un atisbo de pena en ellas. Lo consideraban un perturbado. La camarera se acercó a él preguntándole si estaba bien. Le dijo que sí. Dejó el dinero sobre la mesa junto con una generosa propina y salió a la calle en dirección al coche. Hurgó en los bolsillos del pantalón en busca de las llaves.
- ¿Buscas esto? –le preguntó el hombre que hasta hacía unos minutos había estado sentado en su mesa y ahora, misteriosamente, estaba apoyado en su coche mostrándoles las llaves.
- ¡Sube! –le dijo- conduzco yo.
Estuvieron en silencio durante casi diez minutos mientras el desconocido conducía hacia algún lugar desconocido para él.
Era noche cerrada, sin luna, cuando el coche se paró en medio de la nada. O eso creía Lucas. Pero los faros del coche le indicaron otra cosa. Estaban en medio de las vías del tren.
-Te propongo una cosa. Un pacto, digamos. El tren pasará en menos de cinco minutos. Tendrás una muerte terrible o….
Lucas, presa del pánico, intentó abrir la puerta del coche sin éxito. Aquel hombre había puesto los seguros.
-….. tendrás una vida cargada de éxito, fama y dinero. Depende de ti.
- ¡¿Cuál es el trato?! –le gritó fuera de sí.
-Veo que nos vamos entendiendo –le dijo mientras le sonreía irónicamente- Quiero a tu mujer y a tu hijo. Tú me los entregarás como moneda de cambio. Al fin y al cabo, te estoy haciendo un favor. Son tus lacras. Libérate de ellos para ser libre.
Lucas lo miró con verdadero terror. Sabía que no se había portado bien con ellos, pero los quería, aunque no se los mostrara muy a menudo. Lo que le estaba pidiendo era una aberración.
-No lo pienses mucho, amigo, quedan dos minutos.
El tren se escuchaba cada vez más cerca.
- ¡Decídete! –le apremió.
Las luces del tren iluminaron el interior del coche. Lucas cerró los ojos esperando la muerte, mientras su último pensamiento fue hacia su mujer y su hijo. Entonces lo comprendió todo. Ellos ya estaban muertos. Él los había matado. Y aquello era un suicidio fruto del remordimiento por arrebatarles la vida.
El coche quedó aplastado. Su cuerpo voló por unos minutos, como si fuera una pluma.
Por Pilar Varellos
Soy una mujer gallega, me encanta todo lo relacionado con el horror y terror y escribir sobre ello.
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