Tunja, sábado 31 de diciembre de 2022
En víspera de año nuevo, acostumbraban a encender fuegos artificiales en los jardines, al lado de las iglesias y en las calles. Allí, por lo general, el cielo se tornaba de un blanco fantasmagórico, como la piel de un putrefacto cadáver. Las mariposas negras se retorcían sobre los fluidos y devoraban los fantasmas de la noche. Yo veía las luces a través de la ventana a causa de los horrores indescriptibles que siempre le he tenido al ruido de los cohetes, a las mechas y a los voladores. Una vez dentro del cuarto que da sobre la avenida principal de Baracaldo, me quedé un rato en las tinieblas. Encendí la lámpara: había comics y dibujos por todos lados; esparcidos sobre la mesa y en el suelo junto a la puerta. Me puse a parlotear conmigo mismo y con mi cigarrillo. La voz se fue disipando a medida que el humo se alzaba entre mis dientes hasta desaparecer. Desde la esquina izquierda un muñeco pareció mirarme con sus grandes ojos malignos.
—¡Malparido! —exclamé como si me escuchara, sí, como si me escuchara. El licor, los vidrios crujían bajo sus pies.
Más de una noche había golpeado el rostro burlón de ese esperpento. Pasé días decorándolo con prendas de lana y aserrín. Iba vestido de trapos rotos y sucios; llevaba un pantalón café y no tenía cabello.
—¡Ya está la comida! —dijo mi cucha desde la cocina en el primer piso.
—¡Ya voy! —respondí.
Bajé y comí hasta saciarme.
—¡Mire si arregla la pieza! —gritó mi cucho.
—Después —le respondí.
—¡Ah, conque esas tenemos! Nos vamos a la casa de su hermano.
—¡Cómo si me importara!
—¡Quédese entonces!
—¡Está bien!, me abro de acá —y subí de nuevo al cuarto.
Prendí el computador, entré a Instagram y me puse a revisar los mensajes nuevos uno por uno. Le di «me gusta» a la foto que juanita.marie había puesto minutos atrás. Estaba vestida con una camisa donde se le marcaban los pezones, una minifalda y unas medias blancas hasta las rodillas. ¡Qué delicia de mujer! Fantaseaba con ella desde hace tanto y ya tenía planeado como hacerla mía: nada podría salir mal; sin embargo… De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo, me volví hacia el muñeco, sentí como me temblaban las piernas al ver que se había puesto de pie, con los ojos rojos centelleantes fijos sobre mí. Parpadeé…, y, al verlo grité:
—¡¡¡Aaaaah!!!
Hui rápidamente y entré al baño. ¿Qué podía yo hacer? Nada, nada, por Dios santo, ¡nadaaa! ¡Cuál fue mi sorpresa cuando del inodoro emergieron unas manos harapientas y malolientes! Me aferré a la puerta, di media vuelta, me eché a correr y bajé las escaleras:
—¡Papáááá!, ¡mamáááá! —vociferé trastornado por completo—. No hay nadie, ¡maldita sea!
Tropecé con una bolsa y caí hacia adelante. El muñeco apareció de nuevo, esta vez manchado de sangre. Lo miré con asombro… ¿Era acaso ese mi final? La luna se proyectó al muñeco y él caminó más lento, más lento. Recordé que tenía un encendedor en el bolsillo de mi pantalón; lo saqué, traté de prenderlo, pero la marica llama no salió. ¡Agh, vida hijueputa! El muñeco avanzó arrastrando los pies, un paso, luego otro… Por fin, y, a menos de tres metros le arrojé el encendedor y el esperpento se quemó.
Once y cincuenta y siete,
cincuenta y ocho,
cincuenta y nueve:
Dieron las doce en punto.
Tiempo después le conté la historia a mi parcero Carlos:
—¡Como si le fuera a creer! —dijo él.
—¡Dirá que estoy loco!; pero ya veremos qué pasará el próximo fin de año, si es que antes no nos mata el CORONAVIRUS —dije y retorné al insomnio.
Por Luis Carlos Roa Gil “Dargor"
(Tunja, Boyacá, 1986) Maestro y escritor. Licenciado en Lenguas Extranjeras de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Ha publicado libros, relatos y minificciones en revistas de Colombia y México; ha ganado convocatorias en el sector cultural y ha sido tallerista del Festival Internacional de la Cultura de Boyacá. En la actualidad es profesor en la Normal Superior de San Mateo, Boyacá, corrector de estilo del concurso de cuento La Pera de Oro.
Comments