A veces la vida se dibuja tan frágil como un trozo de silencio que se extingue al menor ruido. No estoy orgullosa de mis actos, es probable que duelan en mi cabeza la duda y la ilusión despedazada de que quizás las cosas hubieran podido ser diferentes, pero ahora que no hay nada que pueda hacer para cambiar el pasado solo me resta decir que no me arrepiento. Aunque aún duele mi espalda, mi corazón entristecido ha dejado un peso atrás, ahora lo único que me atormenta es una pregunta y solo ellos podrán responderla; no quisiera ver sus caras todavía, no soportaría tener que contarles lo que pasó.
Todo comenzó cuando cambié la cerradura de la puerta y saqué sus maletas a la calle con la amenaza de que si se acercaba de nuevo a la casa lo denunciaría con la policía. “Si no eres mía, no serás de nadie”, me dijo tras pedirle el divorcio desde el otro lado de la puerta, aquello había sido lo más valiente que había hecho en mi vida, pero en el fondo estaba aterrada, mamá fue a recoger a los niños para evitar que se los llevara de mi lado. Nuestra relación había sido muy buena durante los primeros años, pero tras nuestro segundo hijo aquella chispa que brillaba en nuestros ojos al mirarnos se fue opacando por la monotonía y el estrés del día a día, se había vuelto más violento cada vez, más irritable, menos tolerante, nunca había pasado de gritos e insultos pero después de que me dio el primer golpe para que me callara no paró jamás. No temía por los niños, nunca les había tocado un solo cabello, prefería desquitarse conmigo diciendo que era mi culpa cuando alguno de ellos hacía algo malo, no quería que los niños le temieran a su padre y por eso ocultaba los morados para que no notaran mi dolor, pero esa vez fue imposible ocultarlo, al verme en el espejo la cara amoratada y los labios hinchados comencé a empacar sus maletas, la ira dominaba mi mente y un deseo de sangre me hacía temblar las manos. Llamé al cerrajero y cambié la cerradura, cuando el idiota volvió a casa para pedirme perdón encontró sus maletas afuera, trató de entrar pero le fue imposible, comenzó a gritar y a amenazarme con que tumbaría la puerta y entonces la abrí con fuerza y salí, no sé qué vio en mi mirada que lo hizo retroceder, todos los vecinos estaban asomados viendo la escena, no me importaba que vieran mi cara amoratada, ahora lo único que quería era que él se largara para siempre. Lo empujé contra sus maletas y le di una cachetada para que me prestara atención: “Si te acercas de nuevo a la casa, te juro por Dios que te denunciaré y haré que te pudras en la cárcel”, ahora tenía testigos, se notaba en su rostro que quería acabar conmigo por haberme rebelado contra él, pero no se atrevió a tocarme con tanta gente alrededor, entré y cerré la puerta con furia, y tras ella comencé a temblar, todo eso me aterraba a niveles que desconocía pero no podía demostrar el miedo que sentía. “¡Quiero el divorcio!”, grité tras la puerta, él corrió hasta ella y la pateó, y me dijo muy enojado: “Si no eres mía, no serás de nadie”, y luego se marchó.
La primera semana la pasé sola, los niños se quedaron con mi madre y en el colegio ya estaban prevenidos para no dejar que él se los llevara, todavía eran pequeños, pero no eran tontos, sabían que algo malo pasaba cuando les dije que su padre se había ido de viaje una temporada. Mi rostro seguía amoratado, había tomado muchas fotos como evidencia de su maltrato, no quería que nadie las viera, ni yo misma quería verme al espejo, cuando volvieron me miraron tristes, pero no traté de explicarles el por qué estaba así. Los primeros días no podía dormir, sentía como si la puerta se fuese a venir abajo en cualquier momento y que él entraría en la madrugada para acabar con mi vida, me la pasaba mirando por las persianas, vigilando que no estuviera cerca, ahí fue que lo descubrí. A las 6 de la mañana, cuando los niños salían de la casa y se montaban al transporte escolar, un hombre a lo lejos, desde el otro lado de la calle se quedaba quieto en dirección a mi ventana, usaba un buzo gris que le cubría también la cabeza, no podía ver su rostro, pero podía sentir su desprecio, sabía que era él, yo misma le había regalado ese buzo en su cumpleaños, me aterraba la idea de que tratara de entrar al saber que estaba sola, y lo peor es que se paraba en ese lugar también a otras horas, así que mirar por la ventana se había vuelto una obsesión para mí, no sé por qué no llamé a la policía antes, no sé si era por miedo o por la pequeña esperanza de que no fuera él y solo fuera paranoia mía.
La incapacidad que me habían dado en el trabajo por los golpes que había sufrido estaba por acabarse, al igual que la comida que había en la despensa, pronto tendría que salir, era inevitable. Esa mañana al abrir la nevera no logré encontrar nada para desayunar, apenas comieron los niños una taza de cereal con yogurt que tuvieron que compartir porque no había nada más, les di dinero extra para que se compraran algo en el descanso de las clases, miré por la ventana a los niños irse a estudiar y me sorprendí de no encontrar al hombre de gris merodeando en el lugar de siempre, así que decidí pedir algunos víveres a domicilio para evitar tener que salir, aprovechando que hoy no había venido.
Tras un rato, escuché sonar el timbre, la persiana estaba abierta y mientras caminaba hacia la puerta me aseguré de que no estuviera aquel sujeto en el punto de siempre, estaba nerviosa, de afán, miré por el ojo de la puerta y vi una camisa negra y una mano sosteniendo una bolsa. Abrí rápido la puerta, vaya error, no podía creer lo que veía...
Mi exesposo traía en una mano la bolsa con la comida y la factura, y en la otra su buzo gris, había visto llegar al domiciliario y le había pagado diciendo que esa era su casa, dándole una buena propina al conductor para que se fuera rápido, o bueno, eso dijo el repartidor en su testimonio, pero eso no importaba, ahora le había abierto la puerta y había entrado a la fuerza. “Creíste que te ocultarías aquí para siempre”, me dijo con rabia, traté de gritar para pedir ayuda, pero él soltó todo al piso y me tapó la boca con sus manos, cerró la puerta con el pie y comenzó a ahorcarme, sus ojos estaban desorbitados por la ira, forcejeamos y me empujó contra la ventana, el cristal se rompió por el impacto y me cayó encima, haciéndome cortadas en la espalda, caí al suelo entre los vidrios, él cerró rápidamente la persiana y se abalanzó sobre mí, continuó ahorcándome, tenía mucho miedo, sentía que iba a morir pero hallé bajo mi mano un trozo de vidrio, lo tomé con fuerza sin importarme el cortar mi mano y se lo enterré en el cuello.
La sangre comenzó a brotar rápidamente, se llevó las manos a la herida y cayó a un lado de mí, un gran charco se extendía por el suelo, dejó de moverse. Tomé aire y traté de levantarme, corrí al teléfono y llamé a la policía, no podía hablar bien, pero tras un rato de intentar hacer salir palabras de mi boca logré decirles que alguien había entrado a mi casa para matarme y que acababa de apuñalarlo con un vidrio en el cuello, les dije que estaba herida y que necesitaba ayuda y tras darles mi dirección colgué, sabía que vendrían por mí en pocos minutos, así que llamé a mi madre, con mi voz destrozada le dije que algo malo había pasado y que por ahora no podía entrar en detalles, solo quería que pasara por los niños y que los tuviera con ella una temporada mientras yo solucionaba las cosas, todavía hablaba con ella cuando llegaron los policías y los paramédicos, colgué sin despedirme y me acerqué llorando a ellos, mi espalda sangraba al igual que mi mano, las marcas en mi cuello se ponían oscuras, me dieron los primeros auxilios y me llevaron al hospital, ya no había nada que hacer por él, llamaron a los forenses para analizar la escena.
Todo se dio muy rápido, en apenas dos meses había quedado libre de toda culpa por el asesinato de mi exesposo, llevo todo este tiempo sin ver a mis hijos, eso ha sido quizás lo más duro del proceso, el testimonio del repartidor y el de los vecinos, sumados con las fotos que tenía y la narración de mi historia de encierro y de cómo fui lanzada contra la ventana mientras era ahorcada fueron suficientes para probar que todo fue en defensa propia.
Me dieron libertad para volver a casa, había pasado ese tiempo en un sanatorio recibiendo ayuda psicológica para superar lo que había vivido, ese tiempo me hizo bien, ahora que salía todo estaba tranquilo, no me arrepentía de nada, pero estaba por ver a mis hijos y el preguntarme si ellos podrían perdonarme alguna vez por haber asesinado a su padre era lo que me estaba atormentando. Cuando llegué a casa de mi madre me quedé frente a la puerta, no pude tocar al principio, imaginarme sus rostros tras ella me sumía en el horror y la desesperación, pasaron unos largos minutos, pero al final tomé fuerzas de donde no tenía, cerré los ojos y puse mi dedo sobre el timbre, descargué sobre él el peso de mi sufrimiento y mi silencio de tanto tiempo y lo solté todo, era la única manera de no quedarme para siempre más acá del miedo que tenía. Acabo de soltar el botón, ya no suena más el timbre y ese miedo acumulado comienza a extinguirse con la sonrisa de mis hijos al abrir la puerta.
Por Santiago Garcés Moncada
Nació en Itagüí el 3 de junio de 1999, participó del taller de creación literaria “People and stories” traído a Colombia desde Cambridge - Massachusetts (2015), ha sido galardonado en diferentes concursos nacionales e internacionales, resaltando que ganó el primer lugar en el primer y el tercer Premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020) al igual que el premio del público en la cuarta versión del mismo (2021), siendo co-autor de los libros con las obras ganadoras de estos certámenes, también su galardón como ganador del 4° Peace Fest Medellín (2021) y el reconocimiento como “Poeta Real” obteniendo el segundo lugar del concurso “En busca del poeta real” realizado en México por el colectivo Las joyas del emperador (2021). Es co-autor del libro “Deshielos de tinta” (2019), su cuento fue publicado en “Medellín en cien palabras” (2019), participó del Festival internacional de poesía de Medellín como poeta del territorio (2018 y 2019) al igual que en el noveno festival alternativo de poesía de Medellín (2021). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en más de cincuenta medios diferentes en alrededor de doce países entre latinoamericanos y europeos (2019-2021), entre los que cabe destacar su participación en la antología “Voces del nuevo cuento latinoamericano” publicada por la editorial ecuatoriana Fela Ediciones (2021), su participación en la antología de la miscelánea mundial por el agua “Agua vital” creada por la red de escritores de Potosí - Bolivia (2021), como también su publicación en la revista Quimera de Costa Rica en la que fue reconocido como referente latinoamericano en el tema de mitos y leyendas (2021). Participó de la antología de cuentos “Antes del 2020” publicada por la editorial mexicana DINKreaders (2021) y obtuvo la beca de poesía “Voces Flamantes” otorgada en México por el Centro transdisciplinario poesía y trayecto A.C. Actualmente es miembro del taller literario Letra-Tinta y es cronista de la revista Bohemia.
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