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Mónica

Y salí de allí sin golpear a nadie, patear a nadie o llorar. Algunos días las pequeñas victorias son todo lo que logras

Molly Ringle.

 

La frustración de los pensamientos y sentimientos es el comienzo del crimen y el pecado. El mundo sufre de eso.

Ehsan Sehgal.

 

 

 

La penumbra de su habitación es entrada a un mundo indómito. La luz se cuela por la ventana a través de una persiana bajada casi del todo. La blanca pared contiene pinturas con hermosa caligrafía. Figuras de pequeños pájaros, flores y coloridos animes se llenan de pequeñísimas manchas de luz que se filtra por cada uno de los agujeros de la persiana. Filas eternas y melancólicas de marchitas luces, iguales unas a otras de arriba abajo que anuncian el fin de la madrugada. Columnas de triste refulgencia que no es igual. Manchas de lucesnítidas y aisladas; borrosas y superpuestas. Luz lunar que adquiere la misma forma que los agujeros de la persiana por los que se cuela. Puntos iluminados que mojan el cuerpo voluptuoso de Mónica, mujer somnolienta sobre la cama. Fluorescencia que anuncia el desastre y que la moja para transformarla en otro ser que no es.

 

Desde joven Mónica contemplaba con admiración a todo hombre que escribía o pintaba. Durante años consideró que le era difícil obtener el tiempo suficiente y la habilidad necesaria para lograr ser como ellos. El gran defecto de Mónica es que dudaba siempre de sí misma. Ignoraba el inmenso talento que poseía. La imposibilidad de asistir a la escuela de Artes, la crítica de sus profesores y el poco apoyo le trajo frustración al correr de los años. Sin embargo ella se aferraba a pintar, se empeñaba a continuar brillando como aquellos puntos de tenue luz que se filtraban a su habitación.  Tuvo una infancia llena de carencias. Su madre nunca le tuvo momentos de calidad,  humor para cuidarla lo suficiente;tal vez por las dobles jornadas que realizaba para mantenerla le impedían la convivencia. En cuanto a su padre nunca supo nada de él, siempre que le preguntaba a su progenitora le evadía la mirada y la respuesta de forma ágil sin darle oportunidad de decirle que las chicas del instituto la molestaban llamándola “bastarda”. Aunque le daba vueltas en la cabeza, la palabra jamás le gustó. Jamás entendió porque su madre se esforzaba por pagar la alta mensualidad en aquella escuela de monjas. Le parecía absurdo el alto el precio. No valía la pena estar rodeada de petulantes “señoritas” e “hijas de familia bien” con corazón de manzana podrida. La crueldad era el pan nuestro de cada día en ese colegio. Tal vez por eso Mónica se refugiaba en sus sueños de ser pintora, una especie de Remedios Varo moderna o una Leonora Carrington que dibujaba y escribía su interno mundo mágico. Tenía algo en común con esta última: La rebeldía a las instituciones y a la educación convencional.  

Cuentan las lenguas, que salía una mujer de impresionante belleza con mitad de Hidra en las noches de completo disco lunar. Lo que no sabían es que antes de aquella salida nocturna, la dúctil y frágil Mónica, transformada ya en Hidra recorría como un tigre enjaulado la recámara, inquieta se veía al espejo con infinita vanidad  y exactitud felina. Sacaba toda la ropa y se colocaba las prendas más ajustadas. Fría y calculadora enroscaba las serpientes de sus ideas en su abundante cabello y las ocultaba en su más caro sombrero. Se ponía largos guantes y encendía  sus cigarrillos de Femme fatale. Perfumada, con rojo lápiz labial y ansias de sexo casual, salía a las oscuras calles, a los cafés más  remotos y solitarios callejones perdidos de la desvelada ciudad, donde los más pobres poetas subsistían con una taza de café y unas cuantas galletas al día.

También iba donde asistían a tediosas charlas los escritores noveles con talentoprometedor, aquellos que iniciaban el último capítulo de su novela sobre un gran amor imposible y cosas vanas. Frecuentaba galerías donde paseaban pintores que soñaban exposiciones que coronaran su anónimo nombre. En complicidad con la bohemia noche, Hidra seducía con su hermoso físico y su innata inteligencia a cualquier incauto joven creador; quién trémulo de pasión e ingenuo enamoramiento bajo el influjo de su joven cuerpo, la besaba apasionadamente, no esperando obtener de aquel beso, la dimensión al horror y la perdición.  Ella resentida contra toda creatividad —recodemos que siempre fue juzgada por ser una mujer— tomaba para sí el aliento de vida y magia, para dejar de ellos sólo un polvo negro tras el beso mortal.

Después de tres poetas o dos pintores al menos, Hidra entonces regresaba satisfecha a su pequeña habitación antes de que despuntara el alba. Retornaba la dulce Mónica a sus pinturas japonesas de aves y flores delicadas, a su verdadera personalidad. Ella, la mujer huésped de Hidra, nunca se hubiese atrevido a ir a lugares lejanos de aquella metrópoli, ni siquiera pasear de noche y hablar con desconocidos, sinónimo de peligro para una chica de su edad.

Hidra era su lado opuesto, audaz y seductor. Férrea Némesis. Asesina sin remordimiento. Por supuesto, Mónica no creía nada de los cuentos que surgieron de los muertos hallados ni de la fatal mujer que los asesinaba. Pensaba que todos eran mitos absurdos de su colonia popular. Mónica se resistía a creer todos aquellos rumores. Lo extraño es que en algunas noches aparecían escritos maravillosos en hojas radiantes o bellas pinturas en acuarela u óleo esparcidas en su desordenada cama, bañados siempre por los puntos de luz plenilunio que penetraban por su ventana...

 

Por Fabiola Morales Gasca

Maestra en Literatura Aplicada en la Universidad Iberoamericana plantel Puebla. Exalumna de la Casa del Escritor. Diplomada en Creación literaria de SOGEM. Diplomada en Derechos Humanos, género y acceso a la justicia en UIA. Especialista en Estudios de Género, Masculinidades y Diversidad BUAP. Autora de los libros Para tardes de Lluvia y de Nostalgia (2014) y Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire (BUAP, 2016). Frasquito de cuentos  y Confeti, cuentos para niños traviesos (BUAP, 2017). El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras (2018). El mar a través del caracol (El puente, 2017). Luciérnagas (La Tinta del silencio, 2020). Ruta de Palimpsesto (Kañy,2022) Eclipses, (Bitácora de vuelos, 2022). Cartografía del Caos (BGR, 2023). Rueda del Dharma (Chicatana Ediciones, 2024) Participante en antologías de Argentina, Chile, Colombia, España, México, Paraguay, Perú y Venezuela. Lectora voraz e incansable escritora.

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