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Navidad de niños malos

Alan aguardaba afuera de la oficina de la directora a que llegara su madre, era el último día de clases antes de las vacaciones de invierno y de alguna manera se las había ingeniado para ser castigado ese día. "Niño problema", le llamaban, a sus diez años siempre encontraba la forma de estar en medio del ojo del huracán y eso para sus padres resultaba desgastante, no sabían que estaban haciendo mal, quizás no era culpa de ellos, pero eso no evitaba que se sintieran culpables.

Cuando su madre llegó, el niño pudo ver la decepción en su rostro, la cual sólo aumentaba con cada palabra de la directora. Muchas veces no sabía cómo terminaba en todos estos líos, él sólo quería divertirse. El día de hoy, por ejemplo, pensó que el suéter de Susana se veía muy aburrido, muy soso, así que decidió cortarlo un poco de los lados cuando lo dejó sobre la silla, digamos que le dio un nuevo estilo, cosa que ni Susana ni la maestra agradecieron, sino todo lo contrario.

Al llegar a casa su padre se enteró de lo sucedido, estaría castigado todas las vacaciones; nada de videojuegos, televisión, computadora, nada de diversión. Estúpida Susana, pensaba Alan mientras golpeaba su techo con una pelota desde su cama, a su juicio, él no había hecho nada malo.

Pasaron los días y se acercaba más la Navidad, lo cual comenzaba a preocupar al niño, ya que no sabía si recibiría regalos, en su opinión él había sido un niño bueno, algo travieso quizás, ¿pero quién no lo era? Él estaba seguro de que tendría regalos, hasta que su primo Felipe lo visitó, ahí fue cuando comenzó a sentir incertidumbre al respecto. Felipe le contó una historia, la cual uno de sus compañeros de clase le había compartido; era sobre un niño malo que en lugar de encontrar juguetes bajo su árbol, no halló más que ratas muertas con gusanos. Sonaba muy drástico, Alan tenía entendido que Santa entregaba juguetes o carbón dependiendo como te comportaste en el año, lo de animales muertos no estaba dentro de los cuentos de Navidad, pero lo dejó pensando, ¿él era un niño malo que no recibiría regalos?

La pregunta persiguió al infante por varios días, después de todo no tenía mucho con que entretenerse debido a su castigo, así que le daba mucho tiempo para sobrepensar las cosas. No las cosas que sus padres quisieran que analizara como su comportamiento, sino las que el niño consideraba importantes, como convencer a Santa de que era un niño bueno, seguro él lo entendería, no como los demás que no comprendían sus bromas y sus actos de buena fe. Así que Alan comenzó a idear un plan para poder hablar con papá Noel cuando llegara a su casa; si lo tenía en la lista de niños malos, él le daría sus argumentos de porqué estaba equivocado, entraría en razón, estaba seguro.

Llegó Nochebuena y con ello el día en que las cosas se pondrían en marcha. El plan era simple, Alan esperaría debajo del sofá que estaba junto al pino hasta que Santa Claus llegara, él sujetaría sus pies con las esposas de su juego de policías, así el gran hombre no podría moverse, entonces lo sentaría en el sofá para poder platicar con él.

Después de la cena sus padres lo cobijaron y le dieron el beso de buenas noches, no tenían idea de lo que pasaba por la cabeza de su pequeño, ni de todo lo que sucedería esa noche. Aproximadamente una hora más tarde, cuando ya no se escuchaba ruido en la casa, Alan salió de su cama pensando que sus padres ya estarían profundamente dormidos. Buscó en su baúl de juguetes las esposas, sabía que debían estar por ahí, también tomó su cuerda de vaquero por si llegaba a necesitarla, mejor ir bien preparado para asegurar tener éxito en su aventura.

Se escabulló hasta las escaleras pasando frente a la habitación de sus padres lo más silencioso que pudo, bajó hasta la sala para deslizarse debajo del sofá, hasta ahora todo estaba saliendo conforme lo planeado, ya sólo faltaba aguardar hasta que papá Noel apareciera.

Transcurrieron un par de horas antes de que hubiera movimiento alguno, horas en las cuales el niño comenzaba a cabecear, tenía sueño, pero su misión era más importante que dormir. Cuando escuchó pasos sobre el tejado todo cansancio se desvaneció, había llegado el momento.

Esperaba ansioso mientras el hombre regordete bajaba por la chimenea, observó como caminaba por el cuarto, pasos lentos pero firmes, y cuando divisó sus botas frente a él entonces actuó. Trató de enganchar uno de sus tobillos con las esposas, mas no había tomado en cuenta que tan anchos serían, sus esposas eran muy pequeñas a comparación de estos. Ahí fue cuando optó por utilizar su cuerda, sabía que tenía que ir preparado por si algo salía mal. Mientras Alan sujetaba el pie de Santa, este lo miraba fijamente, estaba incrédulo, ¿cómo este niño pensaba que podía detenerlo? Le dio un par de segundos antes de hacer algo al respecto.

Lo tomó fuertemente de un brazo y lo sentó en el sillón, el pequeño forcejeaba, por lo cual el hombre de traje rojo tuvo que usar un poco de su magia para lograr sentarlo y mantenerlo quieto. Alan no entendía porque no podía moverse ni hablar, por más que intentaba no conseguía hacerlo, era como si una fuerza invisible lo estuviera sujetando.

— Veo que mi lista no miente, eres un niño malo, claro, la lista nunca se ha equivocado. — Decía papá Noel mientras se sentaba en la mesa de centro frente a Alan. — ¿Qué es lo que intentabas pequeño? ¿Obtener regalos a la fuerza? Así no funcionan las cosas. Te enseñaré.

Santa Claus comenzó a buscar dentro de uno de los bolsillos de su abrigo, el niño observa atento y curioso, cuando por fin lo encontró, parecía ser una especie de bloc de notas, sólo que en vez de hojas para escribir eran cuadritos de papel para envolver; se podían divisar renos, gorros, bastones, galletas y muchos otros dibujos alusivos a las festividades en ellos. El hombre tomó uno y lo pegó en la frente de Alan.

— Muy bien, ahora verás lo que les sucede a los niños malos como tú, créeme, desearás haber recibido carbón.

Dicho esto, chasqueó los dedos y el pequeño cuadrito de papel comenzó a crecer y a cubrir al niño poco a poco por completo, lo estaba envolviendo, se podía ver la desesperación en el rostro de Alan, mientras Santa aguardaba alegre y despreocupado. Cuando no había centímetro alguno del infante que no estuviera tapizado, fue que la envoltura comenzó a desaparecer gradualmente, para dejar al descubierto a una criatura de apariencia asquerosa. Parecía ser alguna especie de troll pequeño combinado con algunos rasgos de duende, como las orejas y nariz puntiagudas. Vestía pedazos de tela rasgados y oscuros, su postura era jorobada y movía inquietamente su lengua sobre sus labios dejando ver que no contaba con diente alguno.

— Muy bien, ahora sí aprenderás la lección, tendrás que trabajar muy duro sino quieres morir, los ayudantes que no son productivos son mandados a la caldera y no precisamente a trabajar en ella, si es que me entiendes. — decía Santa de manera burlona — ¿Qué creías que les pasaba a los niños malos? Recibir carbón como obsequio es algo muy misericordioso, así nunca corregirán sus pasos, de ahora en adelante serás uno de mis sirvientes, debes aprender a obedecer de una vez por todas. No te preocupes por tus padres, ellos ni siquiera se acordarán de ti, de eso yo me encargo. ¡Ahora anda! — gritó el hombre mientras pinchaba a Alan, o lo que fuera que estuviera en su lugar, con una delgada navaja en forma de caramelo en el pecho.

La criatura no parecía sangrar, pero sí dejó ver en su rostro una expresión de dolor al contacto con la cuchilla. Caminó de manera torpe hacia la chimenea, para trepar su interior cual lagartija.

— Jo, Jo, Jo — vociferaba alegre papá Noel — Que bueno que los niños malos nunca se acaban, ya me hacía falta reemplazar a los incompetentes que se fueron, me estaba quedando sin manos para mi fábrica, ¿sino quien hará los juguetes? ¿Yo? Jo, Jo, Jo — reía Santa Claus — Entre más mocosos traviesos mejor. Ahora, a terminar el trabajo.

El hombre de traje rojo comenzó a subir por las escaleras con su navaja, entró lentamente a la habitación de los padres para cerrar la puerta tras de sí. Ya nadie viviría en esa casa para contar lo sucedido.

 

Por Elizabeth De La Cruz Moctezuma “Red Sun”

Tamaulipeca residente en Nuevo León, México. Ingeniero químico, amante de la escritura y colaboradora en Pide Permiso Podcast.

Publicada en las antologías poéticas “Artivismo: El arte como espacio de resistencia” (Editorial Raíces) y “Campanas del brezo Vol. II” (Ediciones Ave Azul). También en las revistas digitales Faraute (Vol. 6), Extrañas Develadas (No. 1 y No. 2), Letras y Voces (Cuarta Edición), Malaquitas (Cuerpa), Irradiación (No. 7), Iguales (No. 2). Además de páginas como Revista Axioma, Poesía de Morras, Alas de Mariposa, Cósmica Fanzine, Elipsis y Straversa.

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