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Foto del escritorcosmicafanzine

Noticia nacional

Leandro secó su rostro frente al espejo y contempló su imagen por un minuto, luchando contra la sonrisa que amenazaba con formarse en sus labios. La noche anterior fue, por lejos, una de las mejores de su vida. Tras meses y meses de encarnizada búsqueda, callejones sin salida y pistas falsas, por fin dieron con el hijo de puta sádico y despiadado que tenía a la ciudad sumida en el pánico. El Asesino de las Flores lo llamaba la prensa, casi como si quisieran exaltar la figura de un asesino desalmado y brutal que forzaba su entrada en el hogar de las víctimas para permanecer horas con ellas, sometiéndolas a torturas inenarrables y vejaciones que ningún ser humano debió experimentar jamás. Los trozos de cadáveres aparecían repartidos por la ciudad, siempre adornados con una coronade flores blancas. Las flores cubrían el olor a putrefacción por un tiempo, por lo quecostaba muchísimo identificar a los cuerpos y descubrir qué era qué y quién era quién.

​En la oficina del forense se apilaban decenas de bolsas con despojos humanos sin identificar, mientras los familiares y amigos hacían vigilias fuera de la delegación, clamando por justicia y verdad y la ciudadanía exigía respuestas. Su comandante, decidido a obtener el crédito por atrapar al asesino, convirtió sus días en un infierno, descargando en él y sus compañeros su frustración y su enojo por la falta de resultados. El hombre era un incompetente que llegó al cargo lamiendo botas (y otras cosas) y su permanencia en el puesto dependía de su capacidad para mantener a sus superiores contentos. Y, definitivamente no estaban contentos con un asesino serial suelto en la ciudad. Leandro pasó semanas sin dormir más que un par de horas al día, persiguiendo cada pista, cada indicio, cada corazonada. Hablaron con cada familiar, amigo, vecino, conocido y compañero de trabajo de las víctimas. Recrearon sus últimos momentos y recurrieron incluso a tarotistas y videntes, desesperados por encontrar respuestas porque mientras ellos enloquecían intentando dar con el culpable, la ciudad se ahogaba en el pánico: las familias se atrincheraban en sus casas, los padres encerraban a sus hijas y las calles se convertían en un pueblo fantasma por las noches.

​Por eso, cuando alguien encontró a un mendigo cargando una bolsa cubierta con flores y lo denunció a la policía, el cuartel en pleno se lanzó sobre él como sabuesoshambrientos, enloquecidos por la perspectiva de dar con el asesino. Arturo Villaleón era un hombre aún joven, acosado por los demonios de la esquizofrenia que deambulaba por las calles gritando incoherencias y hablando entre dientes con las voces de su cabeza. Era hijo de una importante familia de la capital que decidió desconocer su existencia ante la vergüenza que les provocaba su trastorno, dejándolo a su suerte y lanzándolo al olvido sin ningún remordimiento. Todo el mundo lo conocía y sabían que era inofensivo, pero, cuando vieron la bolsa dentro de su carro, olvidaron toda conmiseración y, de no ser por la oportuna intervención de la policía, Arturo hubiese muerto linchado por los furiosos ciudadanos.

Y razones no les faltaban. Arturo cargaba la bolsa con una cabeza humana dentro, perteneciente a la última víctima, una joven cajera de supermercado identificada como Victoria Cartes. Victoria era una chica linda y trabajadora que desapareció un día de camino a su casa y cuyo torso y extremidades inferiores habían sido identificadas unas semanas antes. Encontraron también cuchillos y otras armas cortantes entre sus pertenencias y con eso, la fiscalía decidió dar por cerrada la investigación y el juez firmó su sentencia en tiempo récord: pena de muerte. La ciudad entera se regocijó. Los ciudadanos se volcaron a las calles, celebrando la captura que representaba el fin de un ciclo de horror y sangre que quitaba un peso de sus hombros y devolvía la paz del alma a los habitantes de la ciudad. Leandro estaba tan feliz como los demás, pero, no podía evitar sentir que, en cierto modo, se trataba de una victoria amarga.

Por un lado, se sentía mal al saber que no fue él quién dio con la identidad del asesino. Dejando fuera toda modestia, Leandro se consideraba el mejor detective de la ciudad y no haber sido capaz de identificar a Arturo ni siquiera como uno de los sospechosos lo hacía sentir como un imbécil. Por otro lado, le parecía que las pruebas resultaban demasiado circunstanciales, demasiado oportunas. Arturo Villaleón no conocía a ninguna de las víctimas, nunca se le vio rondando sus lugares de trabajo ni el barrio donde vivían y no tenía antecedentes de actos violentos o delitos de ninguna índole. Era un loco inofensivo, como tantos otros que pululaban por las calles… entonces, ¿por qué de pronto decidió que era buena idea convertirse en Jack el Destripador y asesinar a una veintena de mujeres? ¿por qué si hasta ese momento había demostrado ser tan inteligente y tan capaz para evitar el trabajo policial iba a dejarse ver con evidencia de ese calibre? ¿por qué no entregó ningún dato importante durante su interrogación? ¿por qué siguió asegurando su inocencia hasta el final? Una vocecita en su cabeza le decía que algo no estaba bien, que Villaleón era inocente. Pero, Leandro la ignoró. Por fin era su momento de brillar, de demostrar su valía y no se negaría a la fama cuando parecía venir por él con tanto entusiasmo. Quizás incluso conseguiría que Carmen al fin le hiciera caso.

​Leandro salió del cuarto de baño y dirigió sus pasos ansiosos a la sala de ejecuciones. Entró a la estancia abarrotada de familiares y amigos de las víctimas y se sentó hasta el fondo, observando los rostros llenos de dolor y rabia que llenaban el lugar. Era comprensible, claro está: estaban a punto de enfrentarse al hombre que les arrebató a sus hijas, hermanas, amigas, esposas y madres. La rabia y el dolor eran emociones esperables. Pero, entre toda la gente, una pareja permanecía impasible. Leandro no los reconoció, ni tampoco comprendió porqué cargaban un ramo de flores. La mujer, joven y bonita, lloraba en silencio, mientras que Andrés, uno de sus compañeros rodeaba sus hombros con un brazo y permanecía firme, con la mirada al frente, sin hacer contacto visual con nadie. “¿Qué hace Andrés con esa chica?”, pensó. Entonces recordó que fue Andrés el encargado de acompañar e interrogar a los familiares de las víctimas… pero, ¿qué hacía ahí con ella? ¿acaso la conocía de otro sitio?  

​Su línea de pensamiento se cortó cuando los alguaciles entraron con el acusado entre ellos, sosteniéndolo por ambos brazos. Contrario a lo que uno pensaría de un asesino desalmado, Arturo lloraba y clamaba su inocencia, pidiendo que lo dejaran ir. Un rugido de rabia salió de las gargantas de los presentes que ahogaron sus lamentos con sus gritos e insultos. Los oficiales hicieron lo posible por contener la rabia de la gente, pero, fue imposible y los alguaciles se apresuraron a sentar al acusado en la silla y ejecutar la pena antes que los familiares rompieran el vidrio de seguridad y los lincharan a todos. Arturo se retorció sobre la silla; su cuerpo convulsionando como un muñeco durante lo que pareció una eternidad. Un horrible olor a chamusquina y cabello quemado llenó la estancia y entonces, el asco pudo más que la rabia y muchos de los familiares comenzaron a dejar la sala. Entre ellos, la joven de las flores y el hombre que la acompañaba. Leandro la observó marchar y sus ojos se cruzaron por un momento y ella sonrió, moviendo sus labios en lo que pareció un mudo y extraño saludo.

Hubiese jurado que decía “ayuda”.

− Estamos muy orgullosos del trabajo realizado por nuestro equipo− dijo el comandante de la policía, con el pecho henchido y su rostro rubicundo contraído en una enorme sonrisa frente a las cámaras luego de la ejecución− Gracias a la sentencia de Arturo Villaleón, las calles de nuestra ciudad serán más seguras y las mujeres podrán caminar de nuevo tranquilas, sin temor a la presencia de este criminal infame.

​Una ola de aplausos estalló tras sus declaraciones y el hombre se irguió sobre las puntas de sus pies, intentando verse más alto, posando frente a las cámaras como un gallo ufano, mientras los policías que llevaron el caso permanecían en las sombras, taciturnos y resentidos por la falta de reconocimiento. Leandro torció el gesto, mirando a su inútil jefe con odio. Fueron ellos quienes dejaron la vida en las calles, arriesgando el pellejo; ellos los que pasaron noches en vela para atrapar al asesino, ellos los que soportaron sus berrinches y la presión del público y sus superiores. Eran ellos quienes merecían estar en ese podio, siendo fotografiados por las cámaras. Era él quien merecía ser reconocido… y en cambio,ahí estaba el comandante, luciéndose como siempre.

− No te preocupes, Leandro− murmuró Andrés, uno de sus compañeros, posando una mano comprensiva sobre su hombro− Verás que los mentirosos son descubiertos antes que los ladrones…−afirmó, antes de alejarse para desaparecer entre el gentío. Antes de perderlo de vista, le pareció ver de reojo el perfil de la muchacha de las flores, pero, cuando volteó a verlos con más atención, ya no estaban.

​Leandro lo observó con el rostro contraído por la duda, sin comprender de qué hablaba. Tres días más tarde, su extraña profecía se cumplió: una nueva mujer apareció tendida sobre la acera, con señales de haber sido abusada y el rostro deformado por una sonrisa macabra hecha con la hoja de un bisturí quirúrgico. Leandro la reconoció de inmediato: era la chica de las flores, la muchacha que lloraba en la ejecución de Arturo Villaleón. Superado por la rabia, la confusión y la impotencia, suspiró mientras cubría el cuerpo con la sábana de rigor, pensando que una vez más serían noticia nacional y, esta vez, el comandante no sonreiría frente a las cámaras.

 

Por Génesis García

(Chile, 1990)

Historiadora, bibliotecóloga y escritora. Su pasión por la literatura nació entre las novelas de segunda mano que su padre compraba a granel y que la sumergieron en un mundo de fantasía del que nunca pudo escapar realmente. Puedenencontrar sus relatos en revistas literarias como Anacronías, Teoría Ómicron, Anapoyesis, Especulativas, Laberinto de Estrellas, El Nahual Errante, Licor de Cuervo, Interlatencias, Trinando y Primera Página (entre otras), así como en el podcast de la revista Cósmica Fanzine. Sus obras mezclan eventos históricos y ficción, entretejiendo así sus dos pasiones: literatura e historia. Géneros como el terror, el horror, la fantasía y la ciencia ficción poco a poco se han colado en su estilo, llevándola a decantarse por un mundo más oscuro y hostil en el que hay pocos finales felices y se puede encontrar los más oscuros y profundos secretos de la psique humana y sus límites. Actualmente se desempeña como tallerista, entregando a niños y jóvenes herramientas que les permitan expresarse y desarrollar sus habilidades.

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