Hay amores cercanos que la fatalidad torna ajenos y lejanos
Y hay amores lejanos que la felicidad torna amenos y cercanos
Stewart StraffordLa amaba con locura. Sus deliciosas formas eran la obsesión de mi vida; así que tatué íntegramente su cuerpo. Me tomó años. Poblé cada centímetro de su piel con seres míticos, flores y animales jamás vistos por el ser humano, ciudades imaginarias, sutras sagrados y astros sólo imaginados por los dioses.
Cuando daba los últimos toques a mi obra maestra, percibí algo estremecedor: en el laberinto de trazos que era la piel de mi amada descubrí la cara de otra chica.
Era la cosa más hermosa que había contemplado en mi existencia.
No recordaba haberla dibujado, pero estaba allí, en la parte posterior del muslo izquierdo.
Me obsesioné con la belleza de aquel rostro. Durante meses no pensé en nada más. Una noche, en medio de un sueño húmedo, se me apareció un fantasma con la apariencia del dios Oxus. Me dijo: “esa mujer vive en el país de los samánidas y los tayikos”. Al despertar no perdí tiempo. Hice mis maletas, abandoné a mi antiguo amor y tomé rumbo hacia mi lejano destino.
No fue fácil hallar a aquella otra mujer. Mucho más difícil fue conquistarla.
Me tomó casi cinco años hacerla mía.
Justo ahora, tatúo su cuerpo. Aún me falta mucho para agotar las posibilidades de su piel sedosa; para decorar a plenitud sus formas esculturales, sus curvas cautivadoras.
Pero no tengo prisa: es la tarea más agradable que jamás he emprendido.
El tiempo dirá si hallo nuevos destinos, nuevos dioses, nuevos rostros.
Por Carmelo Urso
(Caracas, Venezuela, 1969)
Escritor, periodista y docente venezolano. En 2017 ganó el Premio Nacional de Literatura “Stefanía Mosca”. En 2021, fue reconocido con el Premio de la Fundación BBVA como mejor docente de escritura creativa. Desde hace 15 años ha desarrollado un método de enseñanza de la escritura diseñado para los jóvenes. Más de un centenar de sus alumnos han sido premiados en concursos literarios en 10 países, incluyendo tres campeonatos mundiales.
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