Me mata matar la mata de bellos vellos
porque ellos la culpa no tienen
de que los ojos inquisidores
aún consigan
con un solo vistazo
encender la chispa
que hace arder
cada mes
mi arbusto sagrado.
Saben bien aquellas
/ “esas” /
a las que señalo
con mi dedo doblado,
saben bien ellas
las que corren con los lobos,
las que conocen la soledad,
saborean ellas
el horror cósmico
cuando un vello nace
inocente y salvaje.
Brota el tacto
de una liana pinchuda, indomable, múltiple,
para indicar el camino al cielo
desde nuestros ejes que son piernas.
Es ahí cuando ellas sienten el horror
de madre,
ese miedo cósmico,
y desencajado de nuestros rostros
por la duda alumbrados;
¿Será que solo os acepto, o ya os amo?
¿Desde cuándo?
¿Hasta cuándo?
Saben ellas del estoicismo
del nihilismo
del existencialismo
de todos los silencios tras los istmos,
cuando una mirada de espanto
se cruza o mezcla con otra de alivio.
A veces me oculto tras mi pelo de loba.
Me gusto.
No puedo parar de mirarme.
Otras me avergüenzo.
Y un licántropo absurdo me siento.
Joder, cuántos anuncios,
cuántas fotos,
cuántas piernas eunucas
en la memoria conservo.
Si me sincero,
algunos días a la llamada obedezco
otras me rasuro y la traición a la mata cometo.
Amo ser peluda cuando nadie se da cuenta
porque si a la luz de Apolo
la mirada de alguien roza
mis barbudas extremidades
no es que aúlle, no es que cante
no es que me importe
sino que el plexo arde.
Ellos ganan, ellas ganan.
Ya es demasiado tarde.
Habré de esperar, otra vez.
Por Lucía Arellano Peña
A mis 24 años, puedo decir que no tengo apego a mi nombre, sino a mis ganas de escribir.
No soy nadie, no soy nada. Solo una niña con ilusión y muchas letras encima. Amo leer poesía, filosofía, ciencia. Amo leer. Amo escribir.
Es breve pero intensa, pues creo que no es necesario decir nada más. He escrito desde
siempre, y lo seguiré haciendo.
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