Me preguntó si había sido yo y le dije que sí. Ella, sonriendo, se resistió a creerlo. Le conté cómo es que me había venido pasando, más seguido, al tomar mucho. Me habría dado cuenta, dijo; que luego de que yo me fui, ella y él salieron de la recámara y ocuparon el sillón. Todos andábamos bien locos, respondí, pero dijo que no; que si hubiera estado mojado se habría dado cuenta. Tragué saliva. Por un lado quería protegerme; por otro sentía culpa. A final de cuentas fue por él que mejor me fui. ¿Quién querría quedarse a oír los gemidos de alguien que ya no está contigo? Ella le daba sorbos a la caguama mientras negaba con la cabeza. Propuse lavar el sillón, pero tampoco aceptó. No tenía caso insistir. Agarré la bicicleta y antes de largarme la miré por última vez: sentada en la banqueta, con la caguama a un lado y los ojos puestos en ninguna parte. Largarme sería lo mejor para nosotras dos y, quizá, para los tres.
Por Víctor M. Campos
Víctor M. Campos se formó en el Taller Levreriano de Escritura Creativa, dirigido por Carmen Simón, en su capítulo Querétaro. Es licenciado en tal cosa y con maestría en tal otra. Cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro y por una docena de revistas como Monolito, Bitácora de Vuelos, Anuket, etc.
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