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Pena de vida

¿Todavía recuerdas el día que me dijiste que tu flor favorita era el cempasúchil? Prometí que algún día te regalaría un ramo o aunque fuera una flor, aún si la gente nos miraba raro, pues no era común dar flores así. Jamás pensé que te la entregaría de esta forma y en tal cantidad, espero te gusten; preparé todo un camino de cempasúchil, uno que otro ramillete sobre los escalones, todos para ti. No es lo único que hice, todo lo que ves en frente tuyo está dedicado a la mejor compañera, preparado única y exclusivamente para que tú lo disfrutes.

Te tengo listo un vaso de agua helada, sé que el camino hasta acá es largo y agotador, por ello también cociné algunos de tus platillos favoritos. No te voy a mentir, tuve que pedirle ayuda a tu madre para que quedaran tal y como te gustan, creo que nunca había hablado con ella. No pudo evitar llorar cuando comenzamos a relatar todo lo que habíamos pasado a tu lado, te extraña bastante. También pasé por el cuarto de tu hermano menor, pues una parte esencial para el altar son los juegos o cosas que te solían entretener, así que le pedí apoyo. Me prestó unos cuantos libros, tus favoritos de acuerdo con lo que dijo. Mientras, me contaba cómo te ponías cada que leías alguna parte interesante. Al contrario que tu madre, él no lloro, solo sonreía mirando a la nada, como si pudiera verte sentada en la cama leyendo; es al que más le haces falta. Tu padre se encontraba trabajando en ese momento, así que no pude hablar con él, pero sé que todavía no supera la pérdida de su princesa. Quería proponerle a tu hermano ayudarme a armar el altar, más al ser algo dentro de la escuela, no creo que lo dejaran pasar. Sin duda, les hacía falta sacar algunas cosas de su pecho, a pesar de que ha pasado más del año desde que te arrebataron de nuestras vidas.

No me faltaba mucho para terminar el altar que tengo en mente. Los colores que escogí para el papel picado eran tus favoritos, turquesa, negro, rosa, morado, etc., traté de combinarlos para que quedara alegre. El pan, el incienso y las veladoras están perfectamente ordenadas, solo faltaba un detalle final: una fotografía. Enmarcada, una foto tuya sonriendo, como siempre te he recordado. La coloqué en el centro y observé el resultado final por unos segundos. Ojalá te guste tanto como a mí.

Te preguntarás porque la hice para la escuela, debo aclarar antes que no me inscribí al concurso. Ninguno del grupo me detuvo, todos reconocieron que era lo mínimo que merecías, uno que otro me ayudó con la preparación de los escalones, así como con elementos o materiales que me hicieran falta. Todos pasan observando con cuidado, algunos preguntando sobre tu historia, mas la persona que me interesaba acaba de llegar. Se acomoda el suéter, se aclara la garganta, intenta peinarse un poco, tratando de ocultar su incomodidad ante los demás profesores que lo acompañan. Siento un nudo en la garganta al saber que sigue caminando impune, andando entre estudiantes como si entre sus manos no corriera la sangre de una alumna.

Pero no te preocupes por él, que ya sé cómo eres y de seguro no has descansado por torturarlo. Tú disfruta de las cosas que he puesto en tu altar, yo me encargaré de que se haga justicia por lo que te hizo. Goza de esta tradición tan linda de nuestro país, por algo es el Día de Muertos. Y tú que ya no estás, olvida la parte que todos tratan de ocultar, confianos tu pena a los que quedamos con vida y un poco de juicio.

 

Por Leslie Rodríguez Estrada.

Originaria de Tijuana, Baja California. Actualmente es estudiante de Traducción en la Facultad de Idiomas en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Ha participado en varias convocatorias, en las que sus relatos han sido publicados en antologías como "Voces Violeta", llevada a cabo por la editorial Voces Indelebles y "Microcuentos de terror", llevada a cabo por la editorial Crónicas en llamas.

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