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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Pesadillas gourmet

Actualizado: 28 feb

De un golpe cortó la oscilante extremidad recubierta de ojos y ventosas que brotó de la pared norte. Giorgio maldijo a agritos en la lengua negra y volvió al centro de la habitación. Giró en redondo observando cada pared y ventana tapiada. Aún debía resistir unos quince minutos más a que se rompiera la conjunción estelar.

“Maldición, no tapé las esquinas”, se recriminó al descubrir ese detalle, “solo falta que se cuelen perros de Tíndalos”. Notó la ebullición en un punto de la pared sur justo cuando dos universos se encuentran y colapsan. Emergió de súbito una rama con color y consistencia de carne en descomposición; el bulbo en su extremo se abrió para mostrar un ojo de múltiples pupilas y veteado como si fuera una pesadilla. No dudó y lanzó el tajo con el machete casi tocando la pared. Las hojas abiertas del bulbo se cubrieron de dientes y la rama se retorció imposiblemente al tratar de alcanzar a Giorgio. Tres machetazos después el ojo-bulbo rodaba por el suelo de la habitación.

De una patada aventó la rama cárnica al montón que se acumulaba al centro de la habitación. Eran restos de formas y dimensiones diversas, que escurrían líquidos diversos: el que deja detrás el cambión de la basura, la sangre desechada en el rastro cuando destazan una res con cáncer, líquidos negros que se pegan como mucosidad por doquier y zumos de colores quemantes no solo en lo metafórico.

“Me lleva, la esquina”. Caminó de prisa, esquivo el montón de desechos y se acercó a un escritorio que estaba pegado en la pared este. Abrió un cajón y rebusco para sacar cinta adhesiva y un cuaderno. Puso el machete sobre la mesa para así arrancar hojas con facilidad que hacía bola y la depositaba a un lago del machete. Cuando tuvo unas dos docenas las separó en grupos, llevó uno al fregadero y mojo el papel con el chorro del grifo. Espero a que absorbieran agua, las estrujo hasta medio conformar una pasta y arrastró una silla a la esquina de pared norte y la este.

Se trepó en la silla, empujó la pasta de papel para que embonara en el vértice donde se unían el techo y las paredes, redondeó la masa para que no fueran visibles ángulos rectos y con la cinta adhesiva fijó el resultado. Bajó, se enfrentó con varios tentáculos que tenían navajas de hueso en vez de ventosas que venció con facilidad al igual que el pedazo de un cráneo recubierto de excrecencias purulentas y con una tonsura de una continua aleta de un pez espinoso.

Pateó los restos al montón y se tapó la siguiente esquina. Tras eliminar un cangrejo con escamas de reptil y con colmilos vamprícos así como una masa gelatinosa que tuvo que echarle agua hirviendo para que se diluyera, logró tapiar los vértices restantes.

Corto de aire, se limpió el sudor con el mandil blanco cubierto se sangre y otras substancias. Le llegó entonces el gruñi-zumbido de un perro de Tíndalos por detrás. Lentamente se giró y quedó frente a frente.

“Me lleva la que me trajo, ¿desde cuándo surgen de los vértices en el piso”, pensó mientras enfundaba el machete, luego extrajo las dos katanas que portaba en la espalda. “Ojalá alcance el espacio”, miró el reloj y sonrió: faltaban menos de dos minutos para que la conjunción.

Se lanzó al ataque.

—En serio, están súper entrañables mi querido y entrañable Gio —expresó Ivonne mientras repasaba el plato con la tortilla, la engullía sin masticar y la tragaba de golpe—. Pásame otra orden de tus delicias caribeña.

—Claro que sí Ivoncita, ¿con todo?

—Sin cebolla, ya sabes que me da asco. Qué cosa más repugnante en aspecto y sabor. No sé cómo la aguantas y más toda esta bola de tragones.

Con la Coca en envase de cristal señaló a la veintena de comensales que rodeaban el puesto de fritangas. Se empinó el refresco y vació la botella.

—Pásame otra coquita, plis. Y neta, ya cuéntame si a ti o a tu jefa fueron los de la idea esa de “El único suadero cósmico, sabores del aquí y del más allá”. Suena medio tenebras, ¿fue gótica tu mami? Porque, neta, no creo que lo hayas sido.

—Es el negocio familiar desde la revolución. Ya sabes, el secreto está en los ingredientes y la sazón milenaria que ya le sabemos. El lema fue idea de la tataratarabuela luego de que regresó de la costa este de los yunited. Quién sabe qué se fumó.

—Cuenta todo el chisme, Gio. Empieza por los ingredientes, ¿la central de abastos? ¿La Viga? ¿Ferrería?

—¿En serio quieres saberle?

—Sipi, quizás sea bueno montar una franquicia y ganar a montón, ¿qué tal la ves?

—Puede puede. Entones de acuerdo, me acompañas por los ingredientes en dos semanas.

—Vaqueva, ¿cómo te ayudo? ¿Preparo algo? ¿Presupuestos?

—¿Qué tan buenaza eres con un cuchillo cebollero?

 

Por Eduardo Honey

(México, 1969)

Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos han ganado diversos premios o fueron seleccionados para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura. Pertenece a la generación 2020-2022 de Soconusco Emergente. Prepara dos libros de cuentos y su primera novela.



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