Deneb gritó de alegría al ver el océano por primera vez. Soñaba con conocerlo desde la vez que su madre le contó sobre él: un animal masivo, que respira con cada ola y suspira con cada marea.
Llegar no fue difícil, una carretera parte la tierra reverdecida y llega directamente a sus aguas. El camino se sumerge y se fusiona volviéndose uno con la arena negra. Algunas de las ruinas de la ciudad asoman cuando las aguas están bajas. Alrededor aún se encuentran las aceras y algunos cacharros reconquistados por la vegetación.
Deneb se quitó los zapatos y corrió hacia el mar. Se hincó para hundir sus manitas entre la espuma y el agua cristalina. Las olas respondieron lamiéndole los pies. Varios pececillos huyen, otros se acercan por curiosidad -¿es comida?-. La arena negra, grumosa, se adhiere a su cuerpo.
Años atrás el mar erosionaba las conchas y los silicatos convirtiéndolos en arena de diferentes colores. Había playas blancas y doradas. Si mirabas de cerca, se veían caracoles diminutos bellamente pulidos por el vaivén del agua.
En la playa Getsemaní no es de esta manera.
El agua subió un par de metros en los últimos doscientos años. Las continuas mareas y el oleaje desmoronaron los edificios que estaban a su alcance, transformando el cemento en arena.
Deneb tomó la masa oscura y comenzó a hacer lo que los humanos hacen por instinto: construyó. Edificó cuatro torres pequeñas en las puntas de un cuadrado; al centro, levantó una torre más alta y ancha. Trazó dos surcos sobre la arena de hormigón para encauzar el agua salada.
—¡Deneb, ven por un bocadillo!
La marea subió al caer la tarde. Era hora de irse. Deneb hizo lo que los humanos hacen por instinto: destruyó su propia creación. Puso su pie sobre ella, apoyó todo su peso y dejó su pequeña huella. Rio con satisfacción. Tomó la mano de su madre y regresaron al camino.
La mujer miró atrás justo a tiempo para ver como el océano, ese viejo animal, engullía lo que quedaba de la huella de la pequeña y el castillo.
Lo que ayer fue una ciudad, hoy es un castillo infantil; y mañana volverá al mar de sucesiones, donde ni la materia ni las civilizaciones desaparecen, solo se transforman.
Por Adriana Letechipía
Adriana Letechipía Salcedo es Maestra en Ciencias del IPN. Ha participado en la producción de simposios, programas de investigación y en divulgación de la ciencia.
Es la presidenta de La Tertulia de Ciencia Ficción de la Ciudad de México, con quien promueve reuniones y la escritura del género a través del Gran Colisionador de Textos Especulativos. Ha sido Publicada en diversas antologías digitales.
Este es uno de mis textos más amados. Agradezco a Cósmica Fanzine por haberlo seleccionado para publicarlo. 🐱❤️❤️❤️