Mi mundo... mi mundo solía ser de flores y unicornios, nunca conoceré algo más bueno que mi mundo. Creía que era perfecto, creía que amaba eso; que amaba la bondad… pero poco después me di cuenta que no conocía el amor, hasta que la conocí y a su mundo; no habían reglas, no existía pudor ni mucho menos decoro. Probablemente a cualquier persona racional le hubiera parecido una blasfemia; pero yo no era racional y me di cuenta de esto una tarde hace 10 años. Esa tarde, años después, lo cambiara todo.
Me encontraba sentada en los escalones de la entrada de mi casa, mirando hacia ningún lugar en específico, en busca de algo interesante y vaya que lo encontraría minutos después. A lo lejos, una silueta me llamaría la atención, siguiéndola con la mirada, metros después tomo forma de una mujer.
Su figura, esbelta; una estatura promedio pero los tacones le agregaban unos 10 centímetros más; llevaba puesto un vestido entallado que le llegaba a mitad de la pantorrilla; sin embargo, lo que me llamaría la atención sería su peculiar color, si me pidieran describirlo, diría que es del color de la sangre, pero no cualquier sangre, si no la de un asesino que murió en manos de uno peor. Tanto dolor en su muerte que la sangre no era roja, era más bien entre vino quemado, morado obscuro, un toque de verdadera maldad y por supuesto, destellos dorados como símbolo de satisfacción de quién empuñaba aquella arma.
Tanto decía ese color, pero ella se me antoja que más bien lo llevaba con altivez y verdadero envanecimiento. Caminaba con cierta gracia, como si el mismísimo infierno se abriera detrás de ella conforme a su paso. Llevaba un sombrero negro que le cubría gran parte del rostro, a simple vista uno no podría mirarle los ojos, aunque seguramente ella veía todo, a pesar de eso, andaba como sino le importará mirar a su alrededor de manera que nada de ahí merecía la pena, caminaba justo en medio de la calle, sin importarle que los coches vinieran hacia ella a toda velocidad, así que estos trataban de esquivarla a su paso.
Se le miraba serena pero curiosamente parecía que desprendía de ella una luz abrasadora, como si un poder a instantes emanara de ella, parecía que este iba saliendo a la superficie lentamente.
En su mano izquierda llevaba un cigarrillo encendido que a ratos se lo llevaba a los labios, en la otra mano llevaba un pequeño bolso que juraría que nada entraba en el a menos de que lo hubiera visto y de hecho, fue así. Justo cuando creí que pasaría de largo, se detuvo frente a mi casa, yo ya la había seguido con la mirada unos cuantos metros atrás pero ella ni una mirada me había dirigido. Tomó su bolso entre ambas manos, lo abrió y sacó una libreta igual de pequeña, miro dentro de ella, leyó un par de segundos, la guardo y al momento sacó una tarjeta de ahí mismo. De pronto y sin que pudiera esperármelo, miró hacia mi dirección y comenzó a acercarse lentamente con la tarjeta en la mano.
Cada paso que daba, aún retumban en mi cabeza; creo que nunca lograré sacar de mi mente esas perfectas zapatillas y el estruendo que salía de ellas. Me quedé estática, no podía moverme, mi vista estaba fija en aquella figura temerosamente deslumbrante cada vez más cerca. A cada paso que daba, sentía el palpitar de mi corazón a ritmo con el estruendo de aquellas zapatillas, sentía como si de pronto quisiera salir huyendo.
Cuando llegó justo frente a mí, se detuvo, levantó la cara lentamente y por fin pude verle el rostro. Me quedé sin aliento, en mi vida había visto un rostro como el suyo. Su mirada mostraba el pesar de llevar cargando varías vidas, mientras que al tiempo, se le notaba estar dispuesta a ir por más, una mirada indudablemente matadora; labios rojos bien delineados, el arco de sus cejas siempre a la defensiva, nariz pequeña, piel tersa y juvenil.
Me pareció incesante ese momento donde nuestras miradas se cruzaron, por poco destruye mi mirada con la suya; está la tensión se desvió un poco cuando alargó la mano con la tarjeta en ella y dijo:
- “No me quites más tiempo niña, tómala de una buena vez”
Su voz era angelicalmente perversa, sentí como se me erizo la piel y no pude decir nada. Ella al mirarme de ese modo, se llevó el cigarrillo a los labios, fumo un poco, me parecía que formaba una sonrisa al tiempo que arqueaba una ceja y dijo:
- “¿Acaso no me estabas esperando? ¡Anda!”
Al momento mi cuerpo respondía pero mi mente no, mi brazo se levantaba lentamente y cuando miré mi mano, yo era la que sostenía la tarjeta, alce la vista y había sido como si ella nunca hubiera existido, pero la tarjeta seguía ahí, esa era la única prueba de qué todo había sido real o que estaba enloqueciendo, como sea, cualquiera de las dos opciones me entusiasmaba. Tomé la tarjeta entre mis dos manos, le di vuelta y lo único que decía era "SOBERBIA".
¿Un poco de mi historia? Crecí en un mundo de hombres y tuve que volverme más fiera que ellos, dicen que existe una delgada línea entre lo correcto y lo que te hace poderoso, y yo, la desdibuje esa misma tarde.
Años después descubriría que ese encuentro con aquella deidad sentada en aquellos escalones, había sido una especie de déjà vu, ya que ahora, calzo esas mismas zapatillas… yo era esa mujer y Soberbia es mi nombre.
Por Anahí Hernández
Comments