Cuando era pequeña mi madre solía decirme que debía ser agradecida con Dios por haberme dado vida y permitirme vivirla sin mayor complicación. Le encantaba reforzarlo cada domingo llevándome a la misa de la iglesia más cercana, con un bonito vestido azul pastel que mostrara la elegancia y decencia de una pequeña señorita.
Ciertamente, aún siendo una niña, era consciente de que sólo le estaba siguiendo la corriente. Para la edad que tenía ya era bastante juiciosa y dudaba de muchas de las cosas que me enseñaban en la iglesia. La vida del buen cristiano era aburrida si la comparaba con otros estilos de vida. Además, dentro de todas las figuras de la mitología cristiana que podía apreciar, elegí la más controversial pues, su imagen, historia y los secretos que resguardaba eran tanto atemorizantes como fascinantes; Luz Bella era mucho más interesante de lo que cualquier sacerdote se atrevería a admitir.
Hoy, a mis diecinueve años, me atrevo a decir que su figura y presencia es terriblemente seductora. Con él sentado en la esquina de mi cama, me alegro profundamente de haberle cedido mi lealtad. Con el perdón de mi religiosa madre.
Hace cuatro años que, después de haberlo pedido noche tras noche por un largo tiempo, vino a mí en la oscuridad para prometerme conocimiento y sabiduría si, a cambio,re|1 me ofrecía a él. Por supuesto que lo hice.
Fue así como caí rendida a sus pies, anonadada por el saber contenido en su mente, por la verdad de sus palabras y lo efectivo de sus actos. De todas las deidades y fuerzas superiores de las que alguna vez aprendí, Luifer es quién más presente está, siempre te acompaña por un simple trato lealtad - lealtad.
Sin embargo, yo aspiro a mucho más. Sus espontáneas visitas nocturnas han empezado, poco a poco, a ser insuficientes para mí. Escuchar sobre su reino, sus criaturas y su entorno me llevan a pedirle en silencio, con mis ojos suplicantes y mi mano en su rodilla humana, que me permita bajar con él.
Baja el libro negro de su rostro y se gira para mirarme directo a los ojos, ni siquiera necesita hablar para que yo escuche sus palabras, sonríe de lado y sus ojos resplandecen como si las mismas llamas del infierno ardieran en ellos.
—Está bien. Solo recuerda que si lo haces, no volverás.
—Aquí ya nada me es relevante, mi señor. Sí bajo contigo sé que encontraré eso que me hace falta aquí arriba, de dónde lo sé todo ya. Por favor, permíteme conocer tu reino con mis propios ojos.
Por América Leyva
(Tlaxcala, 2001)
Estudiante de Lengua y Literatura Hispanoamericana en la búsqueda de herramientas para mejorar su escritura. Descubrió su amor por la escritura a los 12 años y desde entonces trabaja con el género narrativo de novela, recientemente empezó a explorar el cuento y microrrelato. Publica de manera independiente en internet, lugar en el cual ha explorado diferentes géneros como el juvenil, drama, romance y suspenso, aunque disfruta trabajar más con el terror realista y terror fantástico, pues encuentra cautivadora la forma en que, con estos, puede capturar/explotar la crudeza y bondad del mundo, el poder de la mente, así como la fina línea existente entre la realidad y la imaginación. Aspira a ser autora publicada, así como trabajar en el área editorial.
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