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Siempre debe haber Michaels

Actualizado: 28 feb

Entonces se levantó, tras un discurso de falta emoción, sobre “marcar distancias”, “soy yo, no tú” y una larga lista de lugares comunes. Si no es por el dolor que causan estas malas frases en quien depositaste esperanza, esfuerzo y compromiso, el amor sería una caduca vulgaridad que a nadie le importaría.

Me quedé observando el desayuno que nunca tocó, su asiento vacío mientras el mío se enfriaba y espantaba con murmullos al mesero. Las que nunca se fueron, entretenidas en su cópula, fue un par de moscas que usaron a placer el pan dulce. Finalmente tomé mis cosas y me levanté. En cuanto me dirigí a la puerta, el encargado del lugar, discretamente y apenado por las lágrimas en mi rostro, me recordó que la cuenta no había sido pagada.

Aparte del cortón que vacío mi ánimo, tuve que disponer de mis fondos del día para cubrir dos desayunos y una propina que solo fungió como paraíso de dos moscas que se refocilaban, les valía el amor y, tras dejar su descendencia en algún inmundo lugar, morirían.


Cuando llegué a mi departamento, Manteca había huido por la ventana que por descuido dejé abierta por las prisas antes por una cita mañanera que creí que sería inolvidable… en el buen sentido. De seguro regresaría antes de una semana tras gatunas experiencias donde combatiría con otros machos y quizás dejaría preñada alguna hembra. Lo cuál me fastidiaría ya que sería yo quien tendría que cuidar sus heridas y los maullidos de queja si no era bien atendido.

Aventé mis cosas al sillón, apagué el celular y me tiré en el puff de la sala. Cuando decidí que sería bueno perderme llorando en alguna película o serie agridulce ya estaba tan hundido en el puff y en mis pensamientos que dejé transcurrir la mañana y luego por la tarde.

Fui expulsado del sopor autogenerado para tapiar un corazón deshecho cuando sonaron varios golpes en mi puerta.

—¿Estás bien, M? No has contestado mis llamadas por horas. Sé que estás allí y de seguro pasó lo que sabíamos que pasaría —resonó la voz de Michel, camarada, compañere, confidente y amigue desde la secundaria… todo lo que es alguien cercano que es tan bueno que nunca podrás andar con él, ella o lo que sea—. Ábreme, traigo tu comida china favorita y una botella de Merlot… ya sabes, no es bueno pasar penas con el estómago vacío y un vino aunque sea malón. ¿Me abres, M?

Como era mi costumbre lancé un enorme suspiro ante el inevitable jalón de orejas que sería preludiado por un “te-lo-dije”. Cada dos o tres, desde hacía dos décadas, se repetía la escena aunque no el teatro ni el rol del protagonista que huyó.

Abrí la puerta. Michel, antes de saludarme, me ofreció una enorme caja de pañuelos desechables.

—Ya sabes, por si se acabaron los otros. Son como nos gusta: de triple capa, difícilmente irrompibles cuando te suenes y absorben dos mares de lágrimas.

Sonreí tontamente, tenía el don de hacerme reír aunque estuviera en la sima más profunda de la derrota sentimental. Tomé la caja y me agaché a recoger una de las bolsas que lo rodeaban. Entré y él me siguió. Depositamos todo encima de la mesa. Luego lo dejé acomodar en lo que yo estrenaba el primer pañuelo desechable.


—¡Me mentiste! —le dije a Michael cuando saqué la tercera botella de Merlot de una de las bolsas— ¿No era UNA botella de vino?

—Bueno, ya me conoces, no pude resistir la oferta de 3x2 de esta quincena. Hay que aprovechar, hay que aprovechar.

Tomó la botella y la descorchó con el movimiento que debía tener patentado por su precisión y velocidad. Escanció vino en mi copa y continuamos la charla de las quejas estúpidas.

—No sé por qué repito una y otra vez las malas elecciones —le dije y sorbí del rojo líquido. Ya se asomaban los mareos, pero podía aguantar un poco más.

—Es la misma pregunta que me hago desde hace tiempo —respondió mientras sacaba unos tentáculos adosados con granos de arroz amarillo de una de las cajas de comida—. Y es un patrón… te topas a quien consideras que debe ser la persona indicada, que no tiene el o los defectos de las ocurrencias pasadas, todo transcurre bien por días, semana o meses y, de súbito, se echa a correr. Diría que tienes por dentro un detector de cobardes de clóset… digo, por meterlos en alguna categoría.

—Pero todos son diferentes: estatura, estudios, color de piel, edad, lugar de origen, familia, estilo…

—Lo que refuerza lo que te digo, M. La cáscara es diferente pero la misma nuez por dentro, echada a perder. Algo pasa que cuando conviven, se ven reflejados y, como el Retrato de Dorian Grey, lo que parecen ser en verdad esconde algo que no soporta. ¡Date cuenta!

Saco otros tentáculos de la caja que los depositó con delicadeza en su boca y masticó a conciencia. Sé que su hipótesis del patrón era cierta, que existía algo que provocaba la huida, la fuga, pero aún desconocía cuál era mi poder. De ser un mutante, Charles Xavier no habría podido sumarme a sus X-men… tenía un poder bastante inútil y, como una trágica tercera ley de Newton, siempre se me rebotaba el buen hacer en sentido contrario incidiendo, tasajeando mi ser.

—Ojalá cada vez que me pasara esto fuera como con Joel y Clementine…

—¿Los de la película El eterno resplandor de una…?

—Esos meros. Ojalá pudiera borrar esa relación y todo lo que sucedió durante ese tiempo.

—¿En serio? ¿Deseas borrar tus últimos veinte años? ¿Y para qué?

—Para no sentir dolor, Michael. Todo lo que has vivido no vale la pena cuando llega la ruptura.

Guardó silencio y, extrañamente, dejó a un lado la caja que lo surtía sin parar de esos tentáculos y arroz. Me inquieté por la larga pausa que interrumpió hablando con suavidad.

—Siempre lo sentirás, M. Y, además, hay algo que tú y yo bien sabemos porque lo vivimos. ¿Cómo te sentiste esa primera vez que huyeron de ti?

Un escalofrío me recorrió y el pasmo me abrazó varios minutos. Fueron semanas, meses de una oscuridad total donde los hielos del mundo se encajaban una y otra vez en cada centímetro de mi piel, en cada oquedad de mi corazón, en cada minuto que no dormía gracias a los medicamentos.

—Bien lo sabes —murmuré por lo bajo y miré al suelo—. Si no es por ti, no estaría aquí.

—Por eso, por nuestra amistad, te digo que no sería una buena idea. La primera ruptura, para quien sea, es la peor, la que deja la huella de toda la vida. Creo que es preferible recordarla porque la siguiente y luego la que sigue es menos y menos dolorosa. No digo que no duelan, solo que será mucho menor que esa primera vez.

Yo mantenía la vista en las baldosas del suelo, ya que no quería mirar sus ojos. Michael tenía razón, total y absolutamente. Como siempre en todos estos años. Alguna vez hablamos de que podríamos ser una excelente pareja por la forma como nos conocíamos, las veces que nos habíamos rescatado, las confidencias, viajes juntos y el que siempre estábamos disponibles en las crisis y tormentas existenciales.

Sin embargo, también como conclusión de esa noche que duró un fin de semana de charlar, beber y comer sin parar en un cuarto de hotel de la sierra, es que hay amores que conducen a vivir con el otro. Pero hay otros amores, quizás meta-amores, transamores, súperamores que sobreviven toda la vida y no cambia el sentimiento ni el aprecio viva lo que se viva. Así éramos, así seguiríamos, así nos iríamos hasta el final. Nunca nos acostaríamos, era un límite calladamente pactado.

—¿Te sobran alguna de esas cosas asquerosas que siempre pides? —le dije cuando recuperé las palabras.

—¿Ahora sí las probarás? —respondió con su sonrisa traviesa y me pasó la caja.

Mientras me llevaba una masa amorfa y tentacular, otras lágrimas brotaron. Menos que hace rato, incluso ya no eran amargas. Como ellas, sé que más relaciones llegarán y se evaporarán, quizás alguna se asiente por años.

Pero siempre tendré a Michael.

 

Por Eduardo Omar Honey Escandón

(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer o segundo lugar como finalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.

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